POR:
UBALDO TEJADA GUERRERO
Analista
Global
La ética en el Poder Judicial,
solamente puede ser entendida en el
marco de una democracia real, desarrollando una cultura de verdadera y profunda
dimensión de derechos humanos y una comprensión cabal de la necesidad y
perspectiva del desarrollo humano y ciudadanía.
La corrupción en las instituciones
del Estado peruano, encuentran a un Poder Judicial como una de las entidades
mas criticadas por la ciudadanía, que al final observan impotentes como el
Estado de derecho no encuentra asideros confiables en muchos magistrados
responsables de ejercer el noble ejercicio del derecho.
Que difícil es hoy encontrar en
las altas esferas del estado y en sus instituciones, personas que no sean
fatuas, que nos sean sabios en su propia opinión por la mucha o poca cultura
que tengan, sino que posean la sabiduría y el entendimiento para hallar el
punto medio de equilibrio entre el espíritu de independencia respecto a los
demás y el espíritu de humildad ante si mismos.
Hablar de corrupción hoy, nos
lleva a entender a que nos enfrentamos, a una organización criminal que actúa
en varios frentes y su núcleo de dirigentes e individuos relacionados,
conformados por varios cientos de personas, que a la vez cruza muchos ámbitos
funcionales: políticos, militares, judiciales, electorales, periodísticos,
financieros y empresariales. Así el comportamiento delictivo, cruza todo el
código penal desde actos de corrupción, lavado de activos, delitos contra la
función jurisdiccional, hasta tráfico de armas, fraudes tributarios,
extorsiones, homicidios u delitos contra la humanidad.
Una regeneración moral de la
función judicial, pasa por tener abogados y magistrados dignos sin llegar a ser orgullosos, pero al
mismo tiempo humildes, pero no serviles, cuya vocación democrática, no sólo se
exprese en la palabra, sino en su trayectoria de vida, como un atributo que se
da en los hombres de profundas convicciones.
Seguimos sin entender como los
hombres que deciden abrazar el derecho, carecen de vocación entendida como
escuela de integridad, austeridad y rebeldía a las injusticias, para lo cual es
necesario ser fiel a la justicia, entendida como un principio no negociable,
que como todas las virtudes, se manifiesta solamente a quienes creen en ella.
Hacemos la invocación a los
magistrados del Poder Judicial, sobre la vocación, cuyas características son el
amor, la exclusividad en el objeto amado y el interés por servirlo. Solamente
así comprendemos que la justicia se logra, no sólo en el instante en que el
juez la materializa en una sentencia, sino que ella puede ser alcanzada,
gracias a la excelsa función de abogado que, al proporcionar los elementos de
juicio acertados, permiten su obtención, identificándose con la construcción
lógica que realiza la mente del juez, en el instante de fallar.
Todo nos conduce a señalar el
perfil de un magistrado probo, cuyas actitudes se precisan en su conducta
intachable, severa e incorruptible. Así se va configurando el carácter
inaccesible a la adulación, incapaz de sacar ventaja de su posición, sin
someterse al poderoso, sin congraciarse con los gobiernos o con estudios
influyentes para conseguir una promoción.
Ésta ética ciudadana
caracterizada por su firmeza u severidad, debe conllevarles a ser austeros, a
no observar como hoy en día, el gusto de altos magistrados por la ostentación y
la publicidad, que los hace perder la
serenidad, ni pensar jamás en el “marketing” que tanto deforma hoy la calidad
de jueces y fiscales.
Cada día en el Perú, el empoderamiento
ciudadano es una necesidad, para rescatar la función ética en las instituciones
del Estado. Ello se puede lograr generando una cultura de resistencia, de
solidaridad y de desarrollo de una nueva
cultura política, entendida como pensamiento social para el siglo XXI,
construyendo ciudadanía desde el mismo pueblo, una mundialización auténtica y
profunda, ser ciudadanos del mundo y a compartir la tierra.
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