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domingo, 9 de octubre de 2011

JERUSALEN, ENTRE LA TIERRA Y EL CIELO

POR: UBALDO TEJADA GUERRERO – Analista Global – utguerrero31@yahoo.es

“Entonces los que se habían reunido le preguntaron, diciendo, Señor ¿Restaurarás el reino a Israel en éste tiempo? – Y -Jesús- les dijo: No os toca a vosotros saber los tiempos o las sazones, que el Padre puso en su sola potestad…” (Hechos 1:6-7).
Lo cierto es que han pasado mas de dos siglos después de Cristo, e Israel no se desprende de su espíritu egoísta, ajustando los principios de Dios, a sus propios intereses, no acaban de comprender que el reino de Dios es mas que Israel, porque los tiempos lo señala Dios, pero los mas importante para los cristianos debe ser la extensión del reino de Dios.
No tanto como los palestinos, ni como aquel pueblo que, al igual que el otro, vive enterrando a sus victimas civiles y velando a sus niños masacrados. Sin embargo, sonríen; el pueblo palestino, entre la miseria, la pobreza y la opresión, aún es capaz de dejar escapar una carcajada y de invitar a los extranjeros a una taza de té caliente de melocotón servido en una delicada copa de cristal.
Jesús nunca prometió restaurar el reino de Israel, solamente pensando en el orgullo nacional, fue necesario 40 días de evangelización a los apóstoles, de Jesús resucitado, para hacer comprender lo que era el reino temporal, del reino celestial, la diferencia entre el cielo y la tierra.
Pese a las gestiones diplomáticas de los enviados de Tel Aviv —con la bendición de Jerusalén—, los pesimistas (pragmáticos) afirman que Israel perdió ya las esperanzas de impedir a los palestinos hacer realidad su sueño: un Estado palestino ratificado ya sea por el Consejo de Seguridad de la ONU o por la mayoría de la Asamblea General de la propia organización internacional.
De acuerdo a fuentes diplomáticas israelíes, los palestinos podrían recibir el apoyo, por lo menos, de 130 de los 193 países miembros de la ONU
En Jerusalén, lugar sagrado para las tres religiones monoteístas y que Israel considera su capital, quedó de último en la lista de calidad de vida tras un estudio de las 15 principales ciudades del país.
Pero como en tiempos del imperio romano, los cristianos seguimos preguntando a Jesús: ¿Quién va a ser el más grande?, lo que encierra sólo una lucha por el poder, una lucha de intereses, sólo para crearse puestos en el reino de los cielos.
Es fácil ser cristiano sólo en un templo, es como Israel que quiere poder sólo para restaurar su propio reino, de los que se trata es de ser testigos en todas las áreas de nuestra vida, como necesidad en toda la tierra.
Pobreza, falta de educación, baja participación en la fuerza laboral, la creciente influencia de los ortodoxos, la fuga de cerebros de judíos laicos y el éxodo de los jóvenes son sólo unos de los problemas que sufre Jerusalén.
Palestina: poblaciones destrozadas. Familias desmembradas. Falta de agua. Ríos de sangre y soledad infinita. Aquí no hay ejército. No existen cazabombarderos o helicópteros de ataque táctico. Por todo esto, Israel perdió la guerra, ya que no le puede quitar nada más a Palestina. Ha violado todos los derechos humanos de sus habitantes y ha extinguido el mínimo respeto que se debe sentir hacia un pueblo vecino.
Cabe destacar que Jesús dejo dicho que "Mi Reino no es de este mundo" ("regnum meum non est de mundo hoc", Jn 18:36), lo que se condice con que "El Reino de Dios está dentro de vosotros" ("regnum Dei intra vos est", Lc 17:21), entendiendo así que la doctrina pregonada por Jesús era un camino completamente espiritual e interior.
El pueblo palestino es más nación que cualquier ejército israelí, pues las naciones están unidas por el dolor y por las ansias de una libertad eterna. Una libertad que Israel olvidó en menos de cincuenta años debido a que se dedicó a masacrar al enemigo débil, y a crear una muralla mental y física que los proteja de sus propios miedos.
Recordemos al apóstol Pablo, que nos recuerda que para ser cristianos, debemos lanzarnos abiertamente con Cristo a la totalidad de un mundo que le pertenece por su estructura y por su designio, puesto que Cristo es Omega, la meta del universo.
Es el deseo de tanto los israelíes como los palestinos de que Jerusalén sea su capital es uno de los asuntos más espinosos de cualquier proceso de paz. Pero mientras que sus residentes esperan a que se resuelva ese gran dilema, muchos, de ambas partes, sienten que están presenciando cómo su ciudad se aleja más y más de la vibrante y próspera Jerusalén que sueñan, la capital histórica y espiritual.
Esto nos hace pensar que muchas veces confundimos espiritualidad con religiosidad, entendida sólo como la aspiración cristiana a educar a los seres humanos, para ser ciudadanos del cielo, con los ojos siempre puestos en lo alto, y ello nos hace extraños a los sentimientos humanos, hecho que la espiritualidad trasciende la religiosidad, considerada como alienante.
Londres no es más hermoso que Tel-Aviv ni los océanos de Suramérica tienen agua más dulce que el mar de Galilea. Sin embargo ellos, los futuros combatientes, quieren partir y no regresar al Líbano. Desean compartir Jerusalén, dejar de patrullar Gaza y entregar el maldito Golán, que tantos muertos han costado conservar.
Pero eso no lo dice el imperio y su prensa o el informativo especial de CNN. Eso sólo se entiende cuando se tienen veinte años y se comparte la visión de la guerra entre las palabras de los futuros combatientes. Tan sólo existe el arte de descubrir que las guerras se pierden y que la imbecilidad humana, como dijo Einstein, es infinita.
Por eso Israel perdió la guerra, porque un ejército sabio debe comprender que al enemigo no se le puede quitar la dignidad, así le destruyan las casas, le roben sus tierras o se someta a todo su pueblo.
Sería bueno hablar con los jóvenes y decirles que cuando se pierde una guerra es hora de permanecer en silencio, meditar y empezar a reconstruir la convivencia perdida entre los pueblos, es necesario el amor al prójimo, como una condición para amar a Dios y a uno mismo.
No habría que olvidar a Abraham, Moisés o David (por poner solamente algunos ejemplos): si Abraham no se hubiera puesto en camino a la tierra prometida, o si Moisés no se hubieran atrevido a hablar frente al Faraón, o si David no se hubiera mantenido fiel a Dios, las promesas hechas nunca hubieran resultado. Dios prometió al inicio, y Dios cumplió al final, pero fue el hombre el que primero creyendo y luego poniendo manos a la obra logró que sucediera como esperaba. Sin fe y sin esperanza, no hay motivo por el cual actuar. Con fe y esperanza que motiven a actuar las promesas se cumplen: la fe sin obras está muerta. (Stg 2:17).

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