ARGUEDAS
Y GUTIÉRREZ
30/09/2013, Juan José
Tamayo
La teología
cristiana ha sido con frecuencia una disciplina inocua en el conjunto de los
saberes, beligerante frente a los avances científicos, legitimadora de los
poderes establecidos, ajena a la marcha de la historia, poco sensible a los
sufrimientos humanos, y muro de contención de las revoluciones sociales y
políticas. La teología latinoamericana de la liberación ha venido a quebrar
dicha imagen, situando el cristianismo en la vanguardia de los movimientos
sociales que luchan por la transformación de la sociedad de todas las
opresiones, también de la religiosa.
Todo comenzó con unas conferencias del sacerdote peruano Gustavo Gutiérrez
en Chimbote (Perú) en 1968. A ellas asistió su compatriota el escritor y
antropólogo José María Arguedas, que en El zorro de arriba y el zorro de abajo define a
Gutiérrez como «el teólogo del Dios liberador» y lo contrapone al «cura del
Dios inquisidor» de su propia novela Todas las sangres. En un texto
fechado en Santiago de Chile el 20 de agosto de 1969, Arguedas recuerda a
Gutiérrez que le había leído en Lima las «páginas de Todas las sangres en que el
sacristán y cantor de San Pedro de Lahuaymarca, quemada ya su iglesia y
refugiado entre los comuneros de las alturas, le replica a un cura del Dios
inquisidor con argumentos muy semejantes a los de las lúcidas y patéticas
conferencias pronunciadas, hace poco, en Chimbote». Llega, incluso, a
establecer una similitud entre esas conferencias y las palabras y actitudes del
sacristán y cantor de San Pedro de Todas las sangres. El propio
Gutiérrez considera al sacristán de San Pedro «precursor de la teología de la
liberación» y dedica a Arguedas el libro Teología de la liberación. Perspectivas(edición peruana de 1971; edición española de 1972), que se abre con el
texto deTodas las sangres al que se refería el escritor peruano.
Arguedas afirma
que quizá con él se cierra un ciclo y se abre otro en Perú: «se cierra el de la
calandria consoladora, del azote, del arrieraje, del odio impotente, de los
fúnebres “alzamientos”, del temor a Dios y del predominio de ese Dios y sus
protegidos, sus fabricantes» y se abre el ciclo «de la luz y de la fuerza
liberadora invencible del hombre de Vietnam, el de la calandria de fuego, el
del Dios liberador».
En aquellas conferencias, Gutiérrez habló de la teología como inteligencia
del compromiso. A Arguedas le dedica su obra más influyente en el panorama
teológico cristiano de las cuatro últimas décadas, la ya citada Teología de la
liberación. Perspectivas, que define la
teología como reflexión crítica de la praxis histórica a la luz de la Palabra,
como teología de la transformación liberadora de la historia de la humanidad,
que no se limita a pensar el mundo, sino que es un momento del proceso a través
del cual el mundo es transformado, abriéndose al don del reino de Dios
Preguntas
interpelantes
Estamos ante una nueva manera de hacer teología que tuvo repercusiones
sociales y políticas desestabilizadoras para el sistema neocolonial
latinoamericano y sigue teniéndolas hoy para la globalización neoliberal. Gutiérrez
lleva a cabo una verdadera revolución en la teología, cuyo acto primero es el
compromiso con los oprimidos y la experiencia religiosa del Dios de los pobres,
y cuyo acto segundo es la reflexión, pero no desde la neutralidad social y la
asepsia doctrinal sino desde el reverso de la historia y la opción
ético-evangélica por los pobres. A estos les
reconoce el teólogo peruano una fuerza histórica capaz de mutar el curso de la
historia en dirección a la liberación. La teología de la liberación remite al
compromiso de los cristianos en los movimientos de liberación.
Georges Bernanos afirmaba que los cristianos son capaces de instalarse
cómodamente incluso bajo la cruz de Cristo. Gustavo Gutiérrez pretende corregir
esa tendencia conformista activando las energías utópico-liberadoras del
cristianismo. Su referente intelectual es Bartolomé de las Casas, defensor de
los indios sometidos a esclavitud por los conquistadores y precursor del
diálogo interreligioso y de la interculturalidad. Sobre él ha escrito uno de
los mejores estudios: En
busca de los pobres de Jesucristo. El pensamiento de Bartolomé de las Casas, que dedica al teólogo mártir Ignacio Ellacuría.
Las preguntas interpelantes que le queman en los labios a Gustavo y golpean
su conciencia tienen que ver con el lenguaje sobre Dios: ¿cómo hablar de Dios
desde el sufrimiento de los inocentes?, ¿cómo hablar de Dios Padre en un mundo
donde los seres humanos no son hermanos?, ¿cómo hablar de la resurrección en un
mundo donde los excluidos son carne de cañón? La pregunta que ahora le
interpela con más radicalidad y urgencia es la que da título a uno de sus
últimos ensayos: ¿Dónde
dormirán los pobres?
Las preguntas
dan una idea acertada de la orientación de su teología: no levítico-sacerdotal,
sino samaritana; no de pensamiento único, sino crítica; en perspectiva de
liberación y sensible a las nuevas esclavitudes que genera la globalización
neoliberal. En la teología de Gustavo Gutiérrez vuelven a articularse
armónicamente pensamiento y vida, teoría y praxis, rigor metodológico y talante
profético, como sucediera en los misioneros, teólogos y obispos defensores de
los derechos de los amerindios en el siglo XVI. El teólogo peruano acostumbra a
decir que él no cree en la teología de la liberación, sino que esta es solo un
camino para mejor seguir a Jesús de Nazaret y contribuir a la liberación de los
pobres. Todo un ejemplo de modestia intelectual para los teólogos europeos que
acostumbramos a conceder más importancia a la teología que a la vida y a la
liberación.
¿Dónde
dormirán los pobres?
Gustavo Gutiérrez ha sido el tercer teólogo que recibe el Premio Príncipe
de Asturias. El primero fue Ignacio Ellacuría, a título póstumo, en
reconocimiento a la coherencia entre su trabajo intelectual como teólogo y
filósofo, y su compromiso social con las mayorías populares, que lo llevó al
martirio en noviembre de 1989 junto con otros cinco jesuitas y dos mujeres. El
segundo, el cardenal Martini, arzobispo de Milán, por toda una vida dedicada a
los estudios de la Biblia en diálogo con las ciencias sociales y por su
permanente actitud de diálogo con los sectores no creyentes, como ha demostrado
en las obras En qué
creen los que no creen, que recoge
una serie de cartas cruzadas con Umberto Eco, y La oración de los que
no creen. ¿Se puede rezar sin fe? Quizá llevara razón Ludwig Wittgenstein cuando
escribía en su Noteboooks 1914-1916: «Rezar es pensar en el sentido del mundo.»
Gutiérrez
recibió en el 2003 el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades
junto con el periodista polaco Ryszard Kapuściński, por su compromiso ético con
los sectores más desfavorecidos, y por haber iniciado e impulsado una de las
corrientes de pensamiento cristiano más vivas y dinámicas de los últimos
cuarenta años, la teología de la liberación, que se inicia en América Latina en
la década de los sesenta y pronto se extiende por todo el Tercer Mundo y por
ambientes de marginación del primero.
Gutiérrez ha
dedicado su trabajo intelectual a desarrollar, fundamentar y difundir las
grandes intuiciones de la teología de la liberación entre los públicos más
plurales, desde los universitarios, primero como consiliario nacional de la
Unión de Estudiantes Católicos (UNEC) de Perú, después como profesor de
teología y ciencias sociales en la Universidad Católica de Lima, y ahora como
profesor de la Universidad de Notre Dame en los Estados Unidos, hasta los
sectores populares, con quienes convive y comparte experiencias de vida y
sufrimiento, de esperanza y de luto.
Gustavo utilizó por primera vez la expresión teología de la
liberación en 1968, poco antes de la celebración de la II Conferencia General del
Episcopado Latinoamericano, y enseguida adquirió carta de ciudadanía. Su Teología de la
liberación. Perspectivas es, sin duda, una de las obras de más impacto de la teología posterior al
Concilio Vaticano II, y cuenta con traducciones a numerosas lenguas y con
decenas de ediciones en castellano. Ella, junto con la Teología desde la
praxis de la liberación, del brasileño
Hugo Assmann, son consideradas las más representativas de la primera etapa de
la teología de la liberación. Ambas, reconocía en 1974 el teólogo uruguayo Juan
Luis Segundo, «constituyen las dos únicas obras de la teología de la liberación
que elevan el debate a un diálogo científico y bien documentado con la teología
europea». A estas dos creo que hay que sumar Liberación de la teología, del teólogo uruguayo citado.
A partir de
ellas, la teología en América Latina deja de ser sucursal o remedo de la
llevada a cabo en Europa o Estados Unidos, como lo había sido desde la
conquista, con apenas algunas excepciones, para convertirse en la primera gran
corriente de pensamiento cristiano crítico-liberador nacida fuera del primer
mundo con señas de identidad y estatuto metodológico propios. No en vano se
considera una nueva manera de hacer teología. Una teología que pretende
armonizar la dimensión crítico-profética de la fe y el rigor metodológico que
le corresponde a esa disciplina. Una teología en la que vuelve a escucharse el
grito de los pobres con la misma fuerza y pasión que en el Éxodo de los
hebreos, en los Profetas de Israel, en Jesús de Nazaret el Cristo liberador y
en Bartolomé de las Casas, defensor de los indios. Una teología con entrañas de
misericordia, que no pasa de largo ante el sufrimiento de los seres humanos,
como el levita y el sacerdote de la parábola del buen samaritano.
Ni Gutiérrez ni la teología que él cultiva pretenden hurtar el protagonismo
a los pobres y oprimidos en el proceso de liberación. Su objetivo es
devolverles la palabra, contribuir a que recuperen su protagonismo en la
comunidad de creyentes y en la construcción de una sociedad más justa, fraterna
y sororal, y ayudarles a descubrir su «fuerza histórica», como reconoce el
propio teólogo peruano en uno de sus libros, que lleva precisamente ese título: La fuerza histórica de
los pobres.
En contra de lo
que algunos creen, la teología de la liberación tiene muy poco de ingenua. No
se le escapan las mediaciones sociales y políticas a la hora de buscar los
cauces para construir un modelo alternativo de sociedad. La salvación cristiana
es salvación integral y no se queda en la esfera espiritualista, sino que pasa
necesariamente por la liberación de todas las opresiones: socioeconómicas,
culturales, étnicas, de género, y también por la liberación de la opresión
religiosa, tan fuerte en América Latina. Sabe muy bien Gutiérrez que el
Evangelio no ofrece instrumentos de análisis ni estrategias de cambio. Por eso
recurre constantemente a la mediación de las ciencias sociales para un mejor
conocimiento de la realidad y de los mecanismos que en ella operan, y para la
búsqueda de alternativas.
La teología de la liberación no es obra de una sola persona, como reconoce
el mismo Gustavo. Es fruto de la convergencia de una serie de factores: la toma
de conciencia del Tercer Mundo como sujeto y protagonista de su propia
historia; la teoría de la dependencia elaborada por un grupo de economistas y
sociólogos latinoamericanos; los movimientos de liberación que se desarrollaron
por entonces en América Latina en los que estaban comprometidos los cristianos
sin renunciar a su fe; la pedagogía del oprimido de Paulo Freire; el fenómeno
de las comunidades eclesiales de base; la Conferencia General del Episcopado
Latinoamericano de 1965, donde la Iglesia latinoamericana pasa del cristianismo
primero colonial y después desarrollista a un cristianismo liberador.
Pero si
importante y decisiva es la aportación de Gustavo Gutiérrez al nacimiento y
desarrollo de esta nueva forma de hacer teología como es la teología de la
liberación, no lo es menos su testimonio de vida y su aliento al compromiso de
los cristianos y de las cristianas y a la vivencia de una experiencia religiosa
de encuentro con el Dios de los pobres. Las preguntas que golpean su
conciencia, como ya vimos, nada tienen que ver con las interminables cuestiones
«bizantinas» en las que otrora se enredara la teología. Son preguntas
existenciales, vitales, diría mejor.
Este perfil está tomado de Juan José Tamayo, Cincuenta
intelectuales para una conciencia crítica, Fragmenta,
Barcelona, 2013, pp. 288-295, que reproducimos con permiso de la Editorial.
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