POR: UBALDO TEJADA GUERRERO – Analista Global
Recordemos que Basadre, tacneño medular, formó
parte de la generación del Centenario, a la que también pertenecen José Carlos
Mariátegui, Víctor Raúl Haya de la Torre y Raúl Porras. Su visión lúcida y
profunda del Perú lo llevó a sonar la alarma frente a lo que podía ocurrir si
no se atendían “las urgencias latentes en las entrañas del pueblo”. Pocos meses
después de su muerte se inició la etapa de violencia que durante veinte años
flageló al país.
En la colonia hay un antecedente importante. Muchas
veces los cargos públicos se vendían. Quienes los adquirían pensaban que tenían
que recuperar la inversión, a través de la explotación o los negocios que
tenían a su cargo. Esa actitud ha sido un legado que se mantiene hasta la
actualidad. Muchos consideran que los cargos públicos son una inversión por la
cual deben recibir una recompensa posterior a la inversión que hicieron para
llegar a ellos.
Así se funda la República peruana en condiciones muy
precarias en lo institucional, y en medio de esa cultura de la corrupción. Basadre
usa el término corrupción sistémica, al
cual hemos acuñado frases como “roba, pero hace obra”, es decir se instala una
cultura de la corrupción.
La corrupción es “un lastre” que impide el crecimiento
económico del Perú y genera pérdidas anuales por unos 10.000 millones de soles (unos 3.570 millones de
dólares) al año, y representa aproximadamente 2% del
producto interno bruto, sostuvo
el contralor, Fuad Khoury (IV Conferencia Anticorrupción
Internacional). En el siglo XX, el período de Leguía
y el de Fujimori fueron los de mayor corrupción.
Según la Encuesta Nacional sobre Percepciones de la
Corrupción 2013, elaborada por IPSOS Perú por encargo de PROÉTICA, el 55% de los peruanos califican al Legislativo como la entidad donde hay mayor corrupción,
superando superan a la Policía Nacional (53%) y al Poder Judicial (49%), que solían tener la peor
percepción en años anteriores.
Para Alfonso Quiroz (1956 – 2013), estamos frente a un
problema sistémico que no solo permanece en el tiempo, sino que además cambia, se perfecciona y se torna por
momentos incontrolable y lesivo para los intereses de millones de
peruanos que, aún después de sucesivas bonanzas, siguen siendo pobres.
La corrupción afecta directamente a 9,6
millones de peruanos que viven en la pobreza, de los cuales casi 2 millones son
considerados en extrema pobreza, a lo podemos agregar el 64% de la PEA informal, lo que urge una reflexión ética y la participación
ciudadana en actividades orientadas al buen uso de los recursos del Estado y el
cuidado de los bienes públicos.
No debemos resignarnos a tener una cultura de la
corrupción. Deberíamos imaginar un país en donde sean más importantes los
valores éticos y donde se limite al mínimo la corrupción estatal. No
debemos tener una actitud pasiva ante ella, debemos indignarnos, porque el
problema podría acabar devorando al Estado. La lucha contra la corrupción tiene
dos facetas: aumentar las penas y el control, pero también ir por la parte
educativa. Es momento de empezar a combatir temas que parecen menores, como
plagiar en las universidades o sobornar a los policías, ni hablar de los
diezmos para licitaciones y contratos.
El Perú tuvo siempre períodos de crecimiento: caucho,
el guano, la pesca, y hoy los minerales, pero si no llegamos a aprovechar
plenamente esa bonanza, ello será falaz, como diría Jorge Basadre.
Principalmente porque no tenemos instituciones sólidas que permitan hacer
sustentable el crecimiento, la democracia, combatir la corrupción y la
delincuencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario