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martes, 27 de julio de 2010

UNA RELECTURA DE LA TORRE DE BABEL

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lunes, 24 de mayo de 2010
POR: Francisco Rodés, Cuba

Génesis 11:1-9

Vamos a trasladarnos a una de las más antiguas ciudades del mundo: Babel, de donde viene una estirpe de obras arquitectónicas colosales, entre los que destacan la Torre de Babel y los Jardines Colgantes de Babilonia. Con orgullo se refieren al adelanto tecnológico que significó el invento de los ladrillos de barro cocido, y el uso de una argamasa, antecesor del cemento actual.

Pues bien, esta ciudad fue fundada por un legendario personaje, como todas las ciudades famosas, remontan su origen a un héroe mítico, en este caso, un intrépido cazador, Nimrod, que según la Nueva Biblia Española, fue el “primer soldado del mundo”. Fundó varias ciudades capitales: Babel, Erec, Acad y Calno de su reino (Genesis 10.9). Esto, añadido a sus rasgos personales, nos hace empezar a sospechar que estamos ante un conato de imperio mundial. De hecho, Babilonia lo llegó a ser posteriormente.

El relato nos introduce en otros detalles reveladores: “El mundo entero hablaba la misma lengua con las mismas palabras” (Gen. 11.1).
En realidad a estas alturas el mundo ya tenía historia, y no tan corta. Sabemos como evoluciona el lenguaje ligado al peregrinaje de un pueblo que va recreando su cultura, y como en el transcurso de unos pocos cientos de años aparecen nuevas formas lingüísticas, nuevos vocablos, surgen dialectos y hasta lenguas nuevas. El lenguaje no cesa de fluir.

Por esto el que “el mundo entero hablaba la misma lengua con las mismas palabras”, nos parece más que todo que es la perspectiva y el ideal del naciente imperio. El imperio necesita la uniformidad, hablar “las mismas palabras’, significa estar unidos sólidamente con el discurso de una clase dominante. Los imperios siempre hicieron esfuerzos por imponer su lengua y su cultura. (Ejemplar éxito alcanzaron los griegos y los romanos).

Pues bien, si ya el naciente imperio tenía el poder militar del “primer soldado del mundo”, la tecnología constructiva y la uniformidad cultural, lo que le faltaba era una obra arquitectónica que fuera símbolo de su poder y grandeza. Un símbolo que lo ligara al poder divino, lo cual no podía ser otra cosa que un rascacielos, siguiendo el modelo de los famosos templos babilónicos (Ziggurats), que se construían en plataformas escalonadas. Y de esta forma ya estamos en la senda de la divinización del imperio y de los emperadores, el camino recorrido por todos los imperios mundiales. “Hijo de Dios”, es el título desde el Faraón egipcio hasta el César romano.
“La Torre de Babel”, símbolo de la arrogancia, soberbia y poder de un imperio que busca manejar todos los hilos de dominación y poder autoritarios. “Una sola lengua y las mismas palabras”, es el ideal imperial de siempre. Por esto la intervención del Dios de justicia tiene que manifestarse en el punto más vulnerable, la ideología de la uniformidad impuesta habrá que quebrarla indefectiblemente, y que iría a paralizar el proyecto de divinización.
La “confusión de lenguas”, ha sido interpretada como un castigo divino a la soberbia humana. En ninguna parte del texto se dice que fue un “castigo”. Por el contrario, creo que esta confusión, fue la sabia bendición de Dios, haciendo germinar la diversidad cultural. Hay, incluso un elemento de humor. La diversidad que temen tanto los imperialistas, los autoritarios, los violentos, los fanáticos de dogmas, los que se creen dueños de la verdad absoluta.
Este espacio de diversidad es la oportunidad de que fluyan los dones, las gracias con las cuales estamos adornados los seres humanos. Ser lo que somos, y no lo que otros nos impongan!
Y es aquí donde quisiera terminar haciendo un breve comentario personal. Cuando comencé a estudiar música, intento frustrado por mi falta de talento musical, me indicaron que la música se escribía sencillamente sobre cinco barras y cuatro espacios, y que en ellos iban las notas musicales, blanca, negra, corchea, semicorchea, etc. Parecía algo sencillo hasta que vi crecer ante mi asombro juvenil la infinitud de variaciones, tonos, semitonos, y otros símbolos nuevos del lenguaje musical que me anonadaban. La variedad es la riqueza infinita de la música. Una orquesta mientras más variado sea su instrumental, más posibilidades de belleza melódica tiene.

Asi, me pasó con los colores. No son simples cinco o seis colores, hay muchos tonos! Eso me hizo pensar, que Dios ama la diversidad. No la simpleza ni la monotonía. Por eso me asombro cada día. No condeno como “confusión”, todo lo que no comprendo en los seres humanos, trato de entender, de abrirme a la diversidad.
Cada vez que inconscientemente reacciono rechazando algo que “no me gusta”, pienso si no será el imperialista que llevo dentro el que resurge insidioso. Por otra parte no vaya a pensar un incauto que con esto quiero decir que acepto todo, sin tener criterios éticos. Por lo contrario, creo que sé distinguir lo que es la ética cristiana, la que se basa en el amor y el respeto al prójimo, la que nos enseñó Jesús. Esa que tanto se olvida cuando juzgamos a otros y otras, sencillamente porque son diferentes a nosotros.

Francisco Rodés.

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