Es obvio que las investigaciones para descubrir los misterios de la creación, siempre que se realicen responsablemente, están respaldadas por las enseñanzas bíblicas. El Dios creador que se revela en el Génesis no es, ni mucho menos, una divinidad celosa que pretenda esconder para sí parcelas privadas, en las que el hombre no pueda penetrar. Descubrir los secretos más íntimos de la materia o de la vida no es profanar algún santuario especial o prohibido de Dios. La ciencia humana no comete ningún tipo de sacrilegio cuando descifra o manipula el ADN.
La orden primigenia dada a la primera criatura humana: “...llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra” ( Gn. 1:28 ) autoriza e invita al hombre para que colabore y actúe sabiamente en el mundo. Dominar, someter, labrar y cuidar la tierra y a los seres vivos que la habitan son los verbos que reflejan el eterno deseo de Dios para el ser humano. Cuando todo esto se hace de manera equilibrada y teniendo en cuenta las posibles consecuencias para el presente y para el futuro de la humanidad, se está cumpliendo con la voluntad del Creador. Hoy no sería sabio pretender limitar el progreso o intentar volver a los tiempos pasados y querer vivir de espaldas a los avances biotecnológicos del mundo de hoy. La Palabra de Dios permite aquellas investigaciones en la naturaleza que respetan la vida humana y contribuyen a eliminar el sufrimiento y el hambre en el mundo.
La biología moderna ha descubierto que la estructura molecular básica del cuerpo humano es muy similar a la del resto de las criaturas vivas que habitan el planeta. Las sustancias bioquímicas que constituyen a los organismos son notablemente parecidas. Nuestros ácidos nucleicos comparten un elevado tanto por ciento de su secuencia nucleotídica con la de bastantes animales. Dios nos diseñó en su infinita sabiduría para que todas las criaturas fuesen similares en lo más íntimo de su organización interna. Por medio de los mismos materiales construyó el complejo entramado de la vida. ¿Qué mensaje puede tener esto para el hombre del tercer milenio?
El hecho de que nuestras bases genéticas tengan tanto en común con los demás seres vivos, incluso con organismos tan distintos como pueden ser las bacterias, ¿no nos sugiere acaso la solidaridad y responsabilidad que debemos tener hacia el resto de la biosfera? No sólo formamos parte de ella sino que también estamos constituidos físicamente por las mismas sustancias que ella.
Quizá hoy debamos darle más importancia al verbo “guardar” que al “dominar”. Es posible que en la actualidad, más que pretender dominar una naturaleza salvaje que se muestra hostil y contraria frente a un hombre insignificante, tengamos la responsabilidad de guardar y conservar la tierra ( Gn. 2:15 ) porque el desarrollo tecnológico humano la ha puesto en peligro, volviéndola frágil y débil.
El hombre se ha tornado de repente poderoso, mientras que el planeta y la vida están amenazados de muerte. Por tanto, la única solución sólo puede venir de una actitud de amor y respeto hacia lo creado y de la convicción de que el ser humano debe volver a ser como aquél primer guardián protector del huerto de Edén: un nuevo Adán.
Autores: Antonio Cruz Suárez
©Protestante Digital 2011
La orden primigenia dada a la primera criatura humana: “...llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra” ( Gn. 1:28 ) autoriza e invita al hombre para que colabore y actúe sabiamente en el mundo. Dominar, someter, labrar y cuidar la tierra y a los seres vivos que la habitan son los verbos que reflejan el eterno deseo de Dios para el ser humano. Cuando todo esto se hace de manera equilibrada y teniendo en cuenta las posibles consecuencias para el presente y para el futuro de la humanidad, se está cumpliendo con la voluntad del Creador. Hoy no sería sabio pretender limitar el progreso o intentar volver a los tiempos pasados y querer vivir de espaldas a los avances biotecnológicos del mundo de hoy. La Palabra de Dios permite aquellas investigaciones en la naturaleza que respetan la vida humana y contribuyen a eliminar el sufrimiento y el hambre en el mundo.
La biología moderna ha descubierto que la estructura molecular básica del cuerpo humano es muy similar a la del resto de las criaturas vivas que habitan el planeta. Las sustancias bioquímicas que constituyen a los organismos son notablemente parecidas. Nuestros ácidos nucleicos comparten un elevado tanto por ciento de su secuencia nucleotídica con la de bastantes animales. Dios nos diseñó en su infinita sabiduría para que todas las criaturas fuesen similares en lo más íntimo de su organización interna. Por medio de los mismos materiales construyó el complejo entramado de la vida. ¿Qué mensaje puede tener esto para el hombre del tercer milenio?
El hecho de que nuestras bases genéticas tengan tanto en común con los demás seres vivos, incluso con organismos tan distintos como pueden ser las bacterias, ¿no nos sugiere acaso la solidaridad y responsabilidad que debemos tener hacia el resto de la biosfera? No sólo formamos parte de ella sino que también estamos constituidos físicamente por las mismas sustancias que ella.
Quizá hoy debamos darle más importancia al verbo “guardar” que al “dominar”. Es posible que en la actualidad, más que pretender dominar una naturaleza salvaje que se muestra hostil y contraria frente a un hombre insignificante, tengamos la responsabilidad de guardar y conservar la tierra ( Gn. 2:15 ) porque el desarrollo tecnológico humano la ha puesto en peligro, volviéndola frágil y débil.
El hombre se ha tornado de repente poderoso, mientras que el planeta y la vida están amenazados de muerte. Por tanto, la única solución sólo puede venir de una actitud de amor y respeto hacia lo creado y de la convicción de que el ser humano debe volver a ser como aquél primer guardián protector del huerto de Edén: un nuevo Adán.
Autores: Antonio Cruz Suárez
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