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sábado, 22 de marzo de 2014

EL SOCIAL CRISTIANISMO

Teoría que procura conferir a la, religión cristiana un tinte socialista, presentar el cristianismo como defensor de los Intereses de los trabajadores y como medio de liberación de todas las calamidades sociales. El socialismo cristiano surgió en las décadas de 1830 y 1840 como variedad del socialismo feudal, en el que se revelaba la hostilidad de las clases feudales en trance de desaparecer respecto al capitalismo. La misión del socialismo cristiano consiste en luchar contra el movimiento revolucionario, en reconciliar las clases enemigas. En nuestros días, el socialismo cristiano constituye una variedad de la ideología burguesa. La crítica que los socialistas cristianos hacen del capitalismo posee un carácter demagógico. Lo típico de dicho socialismo es la búsqueda de una "tercera línea", distinta del capitalismo y del comunismo; en realidad, su ideal la "democracia cristiana" no rebasa el marco de las relaciones sociales burguesas. El socialismo cristiano se halla estrechamente vinculado al reformismo y lleva a cabo una política escisioncita en el movimiento obrero.
Se sostiene  que el cristianismo es más que uno de los ingredientes principales de la "cultura de occidente" su esencia misma, su espíritu. Primero, mediante la iglesia única de Roma y luego por la acción radial de sus diversas ramas.
El cristianismo tiene parte activa en la vida espiritual de millones de seres humanos y en los acontecimientos que informan su realidad durante 20 siglos en Europa, América y partes de otros continentes. Es, pues, natural que de uno u otro modo el cristianismo haya tenido contacto con los fenómenos político-sociales que se desarrollan en ese lapso.
  El cristianismo no pudo mantenerse ajeno a las conmociones causadas por la aparición del socialismo como participante activo en la historia de Europa. Ocupó con relación a este nuevo personaje del drama político una serie de actitudes que evolucionaron desde breves diálogos cautelosos con el socialismo de tipo utópico y reformista, pasando por una abierta guerra con el materialismo marxista hasta una convivencia pacífica que deja a salvo ciertos principios. 
El cristianismo es intrínsicamente individualista, ya que proclama los valores primordiales del espíritu humano, reflejo de la sustancia divina. Tanto su metafísica como su ética se asientan en el concepto de la responsabilidad individual ante Dios, y del libre albedrío, incompatible, por ejemplo, con el determinismo materialista, económico, del marxismo. 
Sin embargo es evidente que la doctrina de Cristo encierra un profundo e indiscutible contenido social. La igualdad de los hombres, el amor a los semejantes, la caridad misma, tienen similitud con los postulados de las tendencias colectivistas.
El desprendimiento de los bienes terrenales que predicó Jesús aparta al hombre del desenfreno posesivo, del apetito desmedido que es causa y efecto del enriquecimiento individual de unos a costa de otros.
Fue un Padre de la Iglesia quien empezó a negar rotundamente la legitimidad del derecho de propiedad; es por eso que el cristianismo y el socialismo hubiesen seguido rumbos paralelos en ciertas etapas del viaje histórico y que, en distintas épocas y formas diferentes, se hubiese tratado de refundirlos. Hay que resaltar que si bien esas corrientes marcharon por rumbos semejantes, no llegaron nunca a unirse permanente y totalmente. 
B-Edad Media
El cristianismo tomó sus formas teológicas definitivas, y la iglesia asentó su poder temporal. Pero, en estricta verdad, no puede decirse lo mismo de la ética cristiana en el campo social. Poco logró hacer la Iglesia para remediar los males de la sociedad feudal. Hubo, como en todo tiempo, sacerdotes que se aproximaron a los siervos, pero en ausencia de una acción oficial definida por parte de la Iglesia, la sala caridad cristiana no tuvo alcance para tocar el fondo del abismo que separaba a las clases medievales. No logró valerse de su poder en el orden espiritual para imprimir el acento de Cristo en el orden de relaciones humanas que, por diez siglos, caracterizó al feudalismo. 
Se le dio a la Iglesia el derecho para imponer sanciones espirituales por actos inmorales. Conforme creció el poderío de la iglesia y la autoridad de ésta, gravitó en las manos del Papa, el derecho de excomulgar a miembros de la Iglesia que desobedecieran por lo que se convirtió en un arma valiosa y se estableció la doctrina de que el soberano excomulgado perdía el derecho a la lealtad de sus súbditos.  Sin embargo ni el derecho a imponer sanciones espirituales, ni la acción individual de religiosos pudieron poner freno a los desmanes del absolutismo y del sistema de privilegios. 
Durante la Edad Media, la división de clases llegaba a veces hasta el clero mismo. Los sacerdotes salidos de los estratos inferiores realizaban la tarea evangélica, en contacto con el pueblo. Los clérigos aristócratas hacían la política de la Iglesia. La Revolución Industrial, que llevó a su punto crítico el desequilibrio social, produjo memorables reacciones entre algunos exponentes de las iglesias católica y protestante. 
Había dos aspectos que considerar:
  • Uno de carácter doctrinal.
  • Otro de valor práctico.
Desde el carácter doctrinal, los representantes de aquellas dos ramas cristianas comprendieron que era tiempo de revitalizar, en el campo de la realidad, las prédicas de Cristo. El industrialismo hacía manifiestos, de las injusticias sociales. El hombre había encontrado en el capitalismo individualista un camino abierto para la satisfacción desenfrenada de sus ganas de posesión. El hombre había dejado de ser el prójimo, para convertirse en una especie de enemigo del hombre, dentro de un sistema organizado y permanente del aprovechamiento de unos a costa de otros.
Y desde el punto de vista práctico, algo debía hacer el cristianismo para poner límite al abandono de adeptos desde los rediles de la iglesia hacia las filas del socialismo militante, acaudalado en promesas de soluciones inmediatas para los problemas vitales de las grandes masas.
En el campo católico, correspondió al sacerdote francés Roben de Lamennais iniciar en Francia, a principios del siglo XIX, un movimiento destinado a acercar entre sí a la Iglesia rumana y las masas trabajadoras de Europa. El planteamiento de Lamennais era simple: la iglesia debía ponerse, generosa y decididamente, de parte de los desposeídos, lo que inmediatamente le conquistaría la simpatía y adhesión de los trabajadores.
Al principio, el Papa León XII apoyó a Lamennais, quien de este modo empezó a ganar considerable influencia. Pero cuando se atrevió a pedir que la Iglesia adoptara los principios de la Revolución Francesa que eran "Libertad, Igualdad, Fraternidad", incitando además la organización de sindicatos y adoptando un gobierno republicano, el Papa le retiró su apoyo. Y el movimiento del padre Lamennais quedó frustrado. 
Otros sacerdotes, también en Francia y en Alemania, hicieron iguales tentativas encaminadas a estimular un proceso de reforma del capitalismo, cuyos abusos se proponían contrapesar mediante las cooperativas; pero también aquellas iniciativas individuales quedaron reducidas a simples enunciados teóricos, por falta de auspicio oficial y efectivo de la Iglesia. 
Pocos años más tarde, los protestantes Frederick Denison Maurice, Charles Kingsley y John Ludlow iniciaron campañas similares en Inglaterra, solidarizándose francamente con las demandas de los trabajadores para obtener algunos beneficios justos en aquella era de verdadera crisis social. Su programa estaba fundado en la noción de que, si bien el socialismo ignoraba las necesidades y aspiraciones espirituales del hombre, por su parte el cristianismo descuidaba sus necesidades y aspiraciones materiales. Por lo que dedujeron que era preciso simultáneamente , cristianizar al socialismo y socializar al cristianismo. Para equilibrar 1a tendencia materialista del socialismo extremo, organizaron grandes campañas educativas encaminadas tanto a levantar la conciencia política de las masas trabajadoras como a inculcarles las enseñanzas cristianas. 
Tornando al mundo católico, los papas León XIII y Pío XI promulgaron en 1891 y 1931, respectivamente, las encíclicas Rerum Novarum y Quadragesimo Anno en las cuales formularon severas críticas contra los excesos del capitalismo y proclamaron el derecho de los trabajadores a una justa retribución y a otras compensaciones materiales y espirituales. En la última de las citadas encíclicas se hace referencia a la jornada de trabajo y a las limitaciones que deberían imponerse al trabajo de las mujeres y los menores de edad.

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