Nelson Medina, O.P.
Introducción
Uno ve que en muchos países las tendencias
políticas y también las eclesiales terminan decantándose hacia dos y sólo dos
grandes grupos o colectivos: la “derecha” y la “izquierda.” ¿Es forzoso que
esto se dé así?
No es
“forzoso,” en el sentido de que no está legislado en ninguna parte. Más bien:
el juego de la democracia siempre se presenta como abierto a un número
ilimitado de partidos o grupos políticos. Sin embargo, no podemos olvidar que
la existencia de un partido tiene razón de ser en relación con el poder. Esto
hace que los procesos electorales sirvan como de “cuchilla” que separa a los
contendientes con opción de los contendientes sin opción. Digamos que es como
la contrapartida, del lado de los partidos, de lo que es el “voto útil” del
lado de los electores. En la medida en que los electores escogen cada vez más
votar para producir resultados en términos de poder, en esa misma medida los
elegibles, o quienes desean serlo, prefieren aglutinarse allí donde ven una
opción de acceder ellos mismos al poder. Las fusiones sucesivas de los partidos
o la migración hacia los partidos con más fuerza producen entonces dos cosas:
una cierta disolución del ideario, que trata de hacerse tan abierto como sea
posible, y una concentración de la visibilidad política en unos pocos actores.
En resumen: menos partidos y más indefinición.
Es decir: la “supervivencia del más fuerte”
hace que se afiancen y crezcan los que ya son grandes. ¿No debería esto
conducir a la hegemonía y no a un cuadro de dos grandes partidos, que es lo que
vemos en muchas partes?
A ver: la
consecución del poder es una de las fuerzas implicadas pero desde luego no es
la única. Si analizamos qué es hacer una elección, es decir, en qué consiste
elegir, llegaremos a lo que decía Santo Tomás de Aquino: el juicio, como
operación mental, o “compone” o “divide.” Componer es ver que dos cosas
convienen la una a la otra; dividir es ver que no convienen. Esta estructura,
que en el fondo es tanto lógica como psicológica, hace que nuestro pensamiento
avance a base de decir “sí” o decir “no.” Es natural entonces que ante un
problema determinado a la larga tendemos a ver las cosas en términos de
alternativas, y esto refuerza la existencia de precisamente dos partidos.
Una hegemonía,
como la que se dio por décadas en México con el PRI o como la que parece darse
en la Rusia de hoy no cambia lo dicho sobre nuestra percepción dual del mundo y
de los juicios que hacemos sobre lo que habría que hacer para resolver un problema.
Como que uno no puede creer en una democracia de un solo partido, porque eso
semeja demasiado el cuadro que nos presentó Sadam Hussein, que hizo sus propias
elecciones no mucho antes de ser derrocado, y desde luego tuvo más del 98% de
los votos. También en el caso de una hegemonía va surgiendo eso que se llama
“la oposición,” y si el proceso no es mutilado o sofocado, esa oposición
engendrará ella misma un nuevo partido. Como se ve, por donde nos vayamos,
estamos abocados al número dos.
¿Y con respecto a la Iglesia, que ciertamente
no se caracteriza por la democracia ni por procesos de elección..?
Es que, si
lo pensamos bien, lo del número dos no proviene del acto electoral como tal, es
decir, de depositar votos en urnas para determinar quién gobierna, sino viene
del hecho de elegir entre caminos u opciones. Y aunque no puede equipararse en
todo a la Iglesia con una sociedad humana, el hecho es que, como todas las instituciones humanas,
necesita buscar soluciones para los retos y problemas que enfrenta. Los
parámetros de búsqueda y los medios de implementación de esas soluciones serán
regulados por criterios particulares, venidos de la teología y la tradición,
por ejemplo, pero el hecho de tener que abordar problemas, conflictos y
desafíos finalmente produce líneas de pensamiento y de acción.
Es decir: ¿ortodoxia y heterodoxia?
No tan
rápido; las cosas son más complejas, y en esto las simplificaciones no sólo no ayudan
sino que pueden enturbiar el ambiente y herir mucho. Yo pienso que lo primero
es partir de que la Iglesia no es una caja de respuestas. Las cosas no están
todas resueltas. La interpelación del mundo y la llamada del Espíritu Santo nos
mueven hacia la inseguridad muchas veces. Hay temas inéditos, hay preguntas
nuevas y también hay un espacio muy grande para las sorpresas. Precisamente el
riesgo de quienes se sienten felices de ser “ortodoxia” es que consideran que
ya todo está aclarado en los dogmas, los manuales de los seminarios y los
cánones del Derecho. Según este modelo de cristianismo, la Iglesia no tiene
sino que aplicar lo que ya sabe, y si el mundo no entiende, peor para el mundo.
¿Y cuál sería el riesgo de la heterodoxia?
La
heterodoxia, entendida como la búsqueda de la verdad “apropiada” para el
momento apropiado, no puede ser fiel a la Palabra. Disuelve el Evangelio, lo
malvende; cree que poniéndolo en la canasta de las “rebajas” se va a producir
una venta milagrosa y de repente el mundo se volverá cristiano, pero, claro,
con un cristianismo que no es sino la versión fácil y cómoda, la que el mundo
quería oír. ¿Y qué hace el mundo? Lo sabemos por la historia del
protestantismo: se traga de un envión ese cristianismo anodino y lo escupe
luego en forma de fósiles, momias y burlas de lo que un día fue la fe. Un caso
que raya en lo brutal es el Anglicanismo. El contexto de bufonada en que la
televisión británica, por decir algo, habla de Cristo, de sus sacerdotes y de
su propia Iglesia Anglicana, oprime el alma y da dolor, aunque uno no sea
anglicano.
Si los dos partidos en la Iglesia no son la
heterodoxia y la ortodoxia, ¿cuáles son? ¿Tradicionalistas y progresistas?
Los rótulos
son siempre detestables, pero es difícil no admitir que hay tendencias que
hacen énfasis en la tradición y hay otras que hacen énfasis en la renovación o
cambio. Y es difícil no admitir que hay una tensión ahí, una tensión que
atraviesa prácticamente todo: la formación, la teología, la liturgia, la vida
consagrada... todo.
¿Se queda entonces con esos dos rótulos, a
pesar de lo fastidiosos que puedan parecer?
De pronto
un criterio útil, si toca hacerle el juego a los rótulos, sería usar nombres
con los que se sienten identificados los que quedan así rotulados. Por ejemplo,
yo pienso que un progresista no se siente mal de que se le considere y llame
así; no pienso, en cambio, que la mayor parte de los que nosotros llamaríamos
“tradicionalistas” se sientan bien con ese apelativo.
¿Entonces cuál para ellos? ¿Neoconservadores?
Hoy se
habla bastante de movimientos neoconservadores pero es un término un poco raro
en sí mismo: ¿significa “de nuevo conservadores,” tal vez? Pero, ¿qué habría de
“nuevo” en conservar lo que ha sido un bien o un tesoro de la Iglesia? Creo que
este es el razonamiento que lleva a rechazar ese adjetivo por parte de quienes
se supone que deberían llevarlo. La “derecha” se siente más próxima a
expresiones como “la Iglesia de siempre,” “la de los apóstoles,” o algo así.
Entendido esto, y guardando el respeto para con todos, quizá podríamos seguir
en esta conversación usando las expresiones ya consagradas y comunes de
“izquierda” y “derecha.”
Izquierda y Ortodoxia
Pero, ¿puede haber una izquierda ortodoxa?
¿Puede haber una derecha heterodoxa?
Como
conceptos generales, como descripciones generales, cabe hablar de una izquierda
y una derecha; eso no lo pongo en duda. Pero ir mucho más allá, y pensar que
las distinciones que hace nuestra mente se dan así, tal cual, en la realidad es
muy arriesgado. Por ejemplo, yo creo que hay elementos muy propios de la
izquierda que son absolutamente ortodoxos y que no suelen ser tomados en cuenta
por la ortodoxia de derechas. Y así también hay elementos de la más pura Derecha
que son más revolucionarios que el discurso que solemos oírle a la Izquierda.
Vayamos por partes, entonces. ¿Qué es tan
ortodoxo en la Izquierda?
Limitémonos
al caso de la Iglesia, aunque algo parecido creo que podría decirse en el
ámbito propiamente político.
La Derecha
suele preciarse de conservar la pureza de la doctrina. Y es parte esencial de
la doctrina la dimensión de servicio que todo poder debería tener. De hecho,
hoy es parte del discurso estándar de todo político, ya que ningún líder
resultaría elegido si en un ataque de sinceridad dijera: “Siempre he querido
disfrutar el poder; concédanme ese gusto.”
Ahora bien,
la Izquierda ha sido en general más consecuente en denunciar los abusos del
poder y en buscar que los beneficios no se queden encerrados en la camarilla o
en la corte. Ese “pensar en el otro,” es decir, en el marginado, en el que no
cuenta, es completamente ortodoxo y a la vez muy propio del pensamiento
izquierdista. En términos de teología, esto implica también la recuperación de
temas que han sido siempre muy incómodos para la Derecha, como el carácter
seglar o laico de Jesús, o su crítica misma al aparato de poder, tanto civil
como religioso, de su tiempo. Cristo tomó distancia, en términos cuantitativos
y cualitativos, frente al poder y predicó un modo de autoridad que causa pánico
a mucha gente.
Eso tendría que ver también con el uso de
vestidos especiales y símbolos de autoridad o de consagración, ¿o no?
Es una de
las críticas frecuentes del lado evangélico contra el catolicismo, o mejor,
contra el aspecto clerical de la Iglesia Católica. El argumento de ellos es que
Jesús no pretendió diferenciarse mediante atuendos especiales, sino que más
bien criticó los atuendos y señales de religiosidad de los fariseos. Y está
además el cántico del capítulo segundo de la Carta a los Filipenses: Cristo
actuó “como uno de tantos,” aunque queda entendido que sin el pecado. Era tan
igual a todos, que Judas tuvo que dar una señal --el beso de traición-- para
que sus acompañantes pudieran identificar a Jesús. Según todo eso, cuanto más
protocolo, diplomacia, vestuario y ornamento se le pone al consagrado, más
lejos estamos de la sencillez del Hijo del Hombre.
? Todo eso suena demasiado lógico; ¿y qué responde la Derecha a todo eso
Los
vestidos no son necesariamente lo que nos distancia. Mucha gente siente
especial afecto y cercanía con un fraile en su hábito, o con el Papa en su
sotana. La gente sencilla no suele ver al vestido clerical como una imposición
sino muchas veces como un modo de cercanía y de presencia. La figura del cura
no es una amenaza para ellos sino una señal de servicio y muchas veces una
señal de santidad; así como se oye.
Es como
cuando camino por un lugar desconocido o peligroso y veo al policía en su
uniforme. Lejos de incomodarme, me infunde una grata sensación de protección y
de apoyo. Sin su uniforme, el mismo policía podría defenderme de un ladrón o de
un maleante, pero su uniforme me transmite un mensaje que es básicamente
positivo: “Hay alguien que está aquí para servirme y ayudarme.” Guardadas las
proporciones, algo así cabe decir con respecto a los consagrados y sus
vestidos.
Pero esas “proporciones” no se guardan mucho,
si uno piensa en el solo costo de los vestidos típicos de los clérigos, por no
hablar de obispos y cardenales...
Eso es
verdad, y ahí tenemos un buen tema de reflexión y de conversión, si queremos
utilizar señales de consagración en el ámbito secular. Y no sólo los vestidos:
el funcionamiento mismo de la burocracia eclesiástica es a veces un insulto a
la inteligencia o la paciencia de la gente. No podemos tapar el sol con un
dedo: el que tiene poder lo disfruta y lo acapara; llámelo una consecuencia del
pecado original, si quiere, pero es algo que sucede, y algo que ciertamente
suele denunciar más la Izquierda que la Derecha. En eso, por lo menos en la
denuncia, yo siento a la Izquierda mucho más cercana a la verdadera ortodoxia
del Evangelio.
¿Por qué dice “por lo menos en la denuncia”?
Porque el
ser o declararse “de Izquierda” no es en sí mismo una vacuna que preserve de la
ambición, de la codicia, de la revancha y de otras lacras que se oponen al
verdadero espíritu del Evangelio. ¿No conocemos acaso Iglesias locales donde un
grupito de curas de Izquierda ha logrado cierto grado de influencia y se
enquista en los consejos diocesanos en una guerra sin cuartel, para no perder
las vicarías o los oficios que han logrado?
Aquí cabe
seguramente la comparación con lo político. Lenin quería una revolución y
exigía espacios de disensión; pero una vez que los bolcheviques llegaron al
poder, ¿era posible disentir de la revolución? Castro quería una Cuba libre y
soberana, pero ¿qué pasa si alguien no cree en el modelo de libertad y
soberanía de Castro y lo dice en voz muy alta? En eso la Izquierda suele ser
sumamente hipócrita, de doble modo: porque cambia el discurso cuando llega al
poder, y porque los izquierdistas, que denuncian con tanta fuerza los desmanes
de la Derecha, no suelen ser igualmente coherentes para denunciar los abusos de
la Izquierda enquistada en el poder. Con lo cual no quiero negar lo que antes
dije: que a la hora de señalar y denunciar que hay gente a la que estamos
marginando suele ser más eficaz y “ortodoxa” la Izquierda, más cercana al vigor
profético de Cristo.
Volvamos un poco atrás. Usted hablaba de
elementos muy ortodoxos en la Izquierda, y esa parte la ha desarrollado; pero
también mencionaba de elementos muy revolucionarios en la Derecha. ¿Cómo se dan
estos?
Quizá esa
afirmación resulte extraña o aun antipática para algunas personas; pero la
sostengo. Tal vez me puedo explicar mejor con un ejemplo. Sabemos que la
Verdad, con “V” mayúscula es tema de continua polémica entre la Derecha y la Izquierda. Esta última ha tratado
siempre de hacernos creer que la Verdad mayúscula es una amenaza, un peligro,
la antesala del fascismo, el himno de todos los totalitarismos. Sin entrar a
discutir el punto como tal, un efecto real de esta postura escéptica es una progresiva
incapacidad de anunciar el mensaje del Evangelio. Allí donde las posturas
progresistas se van afianzando, allí mismo va decreciendo el aliento misionero.
Cada vez parece más y más que la Iglesia es, a lo sumo, una oferta entre muchas
para la construcción de un proyecto completamente mundano. En su calidad de
oferta, el temor constante es que la Iglesia “imponga” lo suyo. En la práctica,
tal enfoque se va traduciendo finalmente en inseguridad, o incluso cobardía o
comodidad. ¿Pruebas? Mire a Europa; mire a Irlanda.
Bueno pero tener mucha “seguridad” también es
sentirse con derecho a imponerse sobre otros; eso tampoco se puede negar...
No se puede
negar, es verdad, ni cabe negar que ha habido abusos. Pero, ¿no habremos
exagerado los abusos? Yo recuerdo que en una época de mis estudios en Colombia
se volvió moda hablar tanta y tan mal de los cristianos españoles, y tanto y
tan bien de los aborígenes y sus cultos, que uno terminaba casi detestando la
hora en que la primera cruz llegó a América. La verdad, desde luego, es muy
distinta. Causa risa, por decir lo menos, que los izquierdistas pretendan
presentar a aquellos aborígenes como un ideal de comunismo perfecto, ecología,
economía solidaria, promoción de la mujer, defensa del desvalido... ¡semejantes
sueños nunca se dieron! Entre los muiscas era imposible levantar la mirada
delante del Zipa, y si alguien contravenía esta norma podía ser sentenciado a
muerte. ¿Les recuerda a Stalin? Quizás no: Stalin no era tan severo. Y en
cuanto a defensa de desvalidos, ¿qué diremos de los sacrificios humanos, los
miles de sacrificios de jóvenes hombres y mujeres que se dieron entre los
aztecas, todo para honrar a la “serpiente emplumada”? Sí, ya sé que alguien
querrá citar las víctimas de la inquisición, pero, ¡por favor!, unas víctimas
no borran otras. Lo que quiero enfatizar es cómo la Izquierda crea una
mentalidad pusilánime en cuanto a lo misionero. Sobre esa base luego se buscarán
disculpas probablemente atacando además a las grandes misiones que la Historia
registra.
En lo cual la Derecha ha sido más arriesgada...
Por
supuesto que sí. La Derecha ha sido más vigorosa y osada en sus misiones. No
han sido obras perfectas, es verdad, y de los errores habrá que aprender mucho,
pero para todo aquel que ame el Evangelio, las grandes epopeyas misioneras son
como bocanadas inmensas de aire nuevo y de una grandísima alegría.
El poder
¿Puede decirse que el gran tema, tanto de la
Izquierda como de la Derecha, es el poder?
Yo creo que
sí. La verdad es que el porcentaje de personas que se ven a sí mismas como “de
Izquierda” o “de Derecha” no es tan alto como uno pensaría. Mucha gente se
quedaría perpleja si se le pidiera que se identificara al respecto, y no porque
no tengan opciones tomadas, por ejemplo en asuntos morales, sino porque no han
hecho una auto-reflexión para situarse en una determinada postura más allá de una
cierta inercia.
Por
contraste, cuando una persona se identifica ante sí misma y sobre todo ante los
demás como de Derecha o de Izquierda, normalmente quiere decir que le interesan
los hechos de su comunidad o de la sociedad. Eventualmente esto conduce a un
interés real por lograr o mantener el poder, o por lo menos por lograr que
quienes piensan como uno lleguen al poder.
¿Y son muy distintos los modos de llegar al
poder en uno otro caso?
Quizá esto
sea de lo más interesante de cuanto venimos conversando: las justificaciones
que cada tendencia ofrece en su propia búsqueda del poder. Yo diría que la
palabra central en el caso de la Derecha es “principios;” el concepto clave
para la Izquierda quizá sería “justicia.”
Hablemos de la Derecha. ¿Cómo se presenta lo de
los principios?
Hay cosas
que caminan juntas. Aquel que ha encontrado o que piensa haber encontrado
verdades irrenunciables se apoya en ellas como en sus armas o herramientas.
¿Se puede decir que la Derecha se ocupa más de
la moral?
Quizá no
sería exacto. El ejemplo que puedo dar es muy antipático pero lo voy a dar de
todos modos. Mucha gente de Derecha es piadosa y de buenas costumbres; goza de
una formación académica superior al promedio y muestra un claro aprecio por lo
cultural, entendiendo la cultura de un modo bastante clásico, es decir, como
algo que sirve para medir y distinguir niveles. La sociedad, así entendida, es
una sociedad tranquila en una jerarquía u orden preestablecido que recibe su
fundamento en último término de Dios. Esto es lo natural. La división de clases
en la sociedad o en la Iglesia es algo que se percibe y se predica como
saludable, porque en la medida en que cada uno conserva su lugar y hace las
cosas bien en el puesto que le ha tocado en suerte, se preserva y acrecienta el
bien del conjunto. Esta mentalidad favorece desde luego la preservación de los
derechos ancestrales, es amiga de lo tradicional y desconfiada de todo lo que
amenace la paz que se considera garantizada dentro de ese orden. Como se ve, el
conocimiento y la moralidad tienen un lugar específico en este esquema: el
conocimiento es guardián de la fundamentación o justificación del mismo
esquema; la moralidad es como el conjunto de reglas de juego en las que se
espera que la gente se mueva.
¿Y qué dice la Izquierda ante eso?
Podemos
imaginar el proyecto de la Derecha como una especie de gran barco en el que
cada pasajero tiene su lugar, su tarea y sus espacios. Es de desear que el
barco avance, sereno y solemne, hasta su puerto.
Ahora bien,
la Izquierda nace del acto de curiosear por los pisos y niveles del barco. Aquí
y allá se ven fisuras; el barco hace agua en algunas partes; hay escotillas que
amenazan estallar por la presión...
Dicho sin
metáfora: la Izquierda nace del acto crítico de revisar los temas de la
justicia y la felicidad, es decir, el tema del beneficio: ¿quiénes son los
realmente beneficiados con este estado de cosas? Puede ser muy bonito ver al
rey en su carroza, pero ¿por qué el labriego nunca podrá sentarse en la carroza
que admira? Muy hermosa la paz, pero ¿a qué precio? ¿De dónde vienen los
muertos, cuando hay batalla? Toda la crítica de la Izquierda es un
cuestionamiento radical a la idea de un destino “obvio” o de un lugar “natural”
para las personas dentro de la sociedad. La lucha de la Izquierda nace entonces
como un esfuerzo para devolver a los hombres su condición de hombres, sin más y
sin menos. Por eso su desconfianza frente a todo lo que levante barreras
insalvables entre seres humanos, llámese clero, aristocracia, nobleza, o lo que
sea.
Es decir: el credo de la Revolución Francesa:
Libertad, Igualdad, Fraternidad...
Sí. Mi
opinión es que la Izquierda adquiere su perfil característico con la Revolución
Francesa, y ello nos conduce a dos hechos tremendamente interesantes: primero,
la dialéctica global entre la Izquierda y el cristianismo; segundo, los límites
intrínsecos con que nace ese proyecto que nosotros hoy en Occidente reconocemos
como “Izquierda.”
¡Sumamente interesante! Empecemos por lo
segundo, por favor.
Cuando uno
comprende que la Izquierda nació ligada a un proyecto político que se llama la
Revolución Francesa, y a un proyecto intelectual y filosófico que se llama la
Ilustración, también entiende que las aspiraciones de la Izquierda no son
simples voces de la conciencia, sino reclamos específicos de personas que
ansiaban poder. Vamos a decirlo crudamente: la gente que criticaba con fuerza y
encono los privilegios del clero y de la nobleza, ¿lo hacía por puro amor a la
humanidad? Los hechos, sangrientos y colmados de traiciones y sevicia,
mostraron bien que no era así. Y son esos hechos los que nos llevan a
desconfiar de la Izquierda y su proyecto.
¿Por qué?
Porque una
cosa es el discurso, como teoría, y otra cosa es el discurso como arma o
herramienta. La Izquierda, desde su nacimiento, ha jugado a tres bandas, como
el billar, pero sólo habla de dos: por un lado los actuales poderosos; por
otro, el pueblo privado de derechos. Su discurso es vehemente al presentar o
exacerbar el choque entre esos dos polos; pero no presenta la tercera banda,
que son precisamente los promotores del cambio, es decir, las personas mismas
de Izquierda. El juego, muy a menudo, ha sido presentar un discurso en el que
simplemente no se dejan ver todos los jugadores, y en el que a la vez es muy
fácil tomar el rumbo que el jugador oculto quiere. Me explico: si por un lado
me presentan todos los privilegios de la nobleza y por otro todas las
privaciones de los pobres, ¿qué escogeré? Y sin embargo, al escoger por los
pobres estoy escogiendo también por el jugador oculto, es decir, el señor de
Izquierda que dice representarlos.
Si miramos
los hechos que siguieron a la Revolución de 1789 lo que encontramos es la pugna
sangrienta entre todos los que querían ser el “jugador oculto.” Quedó
demostrado así que, aunque la Izquierda se vista de praxis, teórica se queda.
Con un problema, además: que las carnicerías de los franceses en esa alborada
del siglo XIX, dejaron una lección imborrable para los subsiguientes partidos
de Izquierda en todo el mundo: si te resuelves por el poder, necesitas
contundencia. Y así actuó Mao en China, Lenin en Rusia, Fidel en Cuba, y yo
pensaría que así va Chávez en Venezuela. Aunque desde luego los casos son
distintos y no pueden equipararse sin más, lo cierto es que uno ve que todas
las críticas izquierdistas por falta de libertades luego se vuelven contra los
mismos regímenes que ellos suben al poder.
¿Y cómo es lo de la relación con el
cristianismo?
Pues note
Ud. que la Izquierda adquiere su estatura, como dijimos, en el humus político
de la Revolución Francesa y en la atmósfera intelectual de la Ilustración. Y si
uno busca las raíces de la Ilustración tiene que referirse a las
reivindicaciones de la Reforma protestante y, más allá, a lo que podríamos
llamar el personalismo cristiano, que se fundamenta en último término en la
Revelación Cristiana. De hecho, los estribillos de la Revolución Francesa son
tomados de la Biblia, aunque pretenden enarbolarse en contra de la Iglesia que
predica esa misma Biblia. Esto explicaría por qué hombres como Voltaire tenían
una aversión casi patológica hacia todo lo eclesiástico, pero a la vez querían
preservar la imagen de un Dios sabio, poderoso y de alguna manera providente.
¿Fue la historia del deísmo...?
Exactamente.
Una especie de matrimonio de conveniencia que debía servir para afinar la lucha
contra el enemigo específico, que no era Dios, sino la Iglesia. En efecto, la Iglesia
era la que detentaba poder, y por ello estorbaba, mientras que un Dios racional
y más bien inocuo no estorbaba o incluso podía ayudar. Es bien sabido que el
sentimiento religioso puede ser o un poderoso aliado o un formidable enemigo.
El deísmo es el contexto para entender ese otro fenómeno, el galicanismo, que
pretendía en el fondo lo mismo: un traspaso del poder al nuevo régimen; una
iglesia que no sólo no estorbara sino que ayudara activamente a afianzar el
poder en las nuevas manos, las del jugador que había estado oculto.
Lo Siniestro y lo Oculto
Su insistencia en lo oculto del obrar de la
Izquierda nos hace recordar que la sinistra del latín sirvió para llegar tanto
a lo siniestro como a la izquierda en las lenguas modernas. ¿Algo así insinúa
Ud.?
Yo quiero
destacar que la Izquierda hace denuncias correctas y claras, en muchos casos,
pero luego hay dos temas que no son tan claros: las intenciones detrás de esas
denuncias y quién sacará provecho de ellas. Juntemos a eso el hecho de que la
conquista del poder a menudo implica un proceso de trabajo en la sombra... y
entenderemos por qué hay un algo oscuro en el estilo general de la Izquierda.
¿A qué se refiere con trabajo “en la sombra”?
A ver... es
una constatación de hechos. Los métodos de la Izquierda, no siempre por culpa
de la misma Izquierda, han sido los del ocultamiento: desde la guerra de
guerrillas, como en Cuba, hasta los mensajes SMS y las protestas “espontáneas” frente
a las sedes del PP en la víspera de las elecciones que dieron la victoria a
Zapatero en España, hay siempre un golpe de astucia, salida ingeniosa o
mecanismo opaco. Ahora, yo sé que si preguntáramos a los que han logrado así
sus victorias, ellos tendrían sus propias versiones de las cosas. Nos dirían
que había que ir más allá de las reglas, porque las reglas las ha impuesto el
poder, el establecimiento...
¿Y no es así?
Es y no es.
Lo que quiero decir es que detrás de la astucia puede estar una causa noble...
o simplemente el cinismo de quien quiere lograr sus propias metas. Es muy
difícil saberlo. Lo cierto es que la Izquierda es amiga de lo nuevo, lo
imaginativo, lo que rompe esquemas. Por eso mismo está pronta a aliarse en todo
género de pactos para lograr el poder. Carece de la solidez de una doctrina
única porque sabe aprovechar un hecho, y es que la gente conoce mucho de lo que
no quiere pero no tiene esa misma claridad sobre lo que quiere. El arte
político, la estrategia de la Izquierda, es esa: detectar el descontento, o
producirlo y agrandarlo, con el propósito de subirse al caballo de otros y
llegar con él al poder. Hay algo de siniestro en eso, no puede negarse.
¿Considera Ud. que es un fenómeno global?
Tanto como
la globalización misma. Mire Ud. el caso del Foro Mundial. Se les ha unido
mucha gente, pero ¿realmente están unidos o solamente juntos? Es relativamente
fácil gritar “no” a la guerra en Iraq y por eso no resultó difícil llenar
calles y calles de manifestantes. Si luego entrevistamos a esos manifestantes y
les preguntamos no qué rechazan sino qué pretenden descubrimos que estaban realmente
juntos en la protesta pero no en la propuesta. He oído el testimonio de
personas que estuvieron en esas manifestaciones aquí en Europa: había desde
lesbianas propugnando por el derecho a la auto-inseminación hasta ONGs de cuño
franciscano. Basta suponer qué sucedería si un movimiento tan amorfo lograra el
poder. ¿Sería poder para quiénes y en pos de qué metas? Esto para ilustrar cómo
la Izquierda hace en todas partes todo género de pactos, pero luego el poder
queda en manos de... no se sabe bien quién.
¿Ud. diría que el manejo del poder es más
transparente en la Derecha?
La verdad,
no lo creo mucho. Los vicios son distintos pero no faltan. Y es bueno que lo
pregunte porque alguien podría pensar que aquí se trata sólo de desacreditar a
la Izquierda.
¿Si la Izquierda es tan siniestra, la Derecha
es luminosa en sus vicios?
Acepto la
dosis de crítica que conlleva su pregunta. Los movimientos torcidos que
lamentablemente suelen rodear a la búsqueda y la conservación del poder están
por todas partes. Es un asunto de matices o de estilos, más bien.
¿Y cuál es el estilo de la Derecha?
Yo diría,
por comprimir todo en una imagen, que es el estilo de la corte. La Derecha
gusta de la unidad y se siente segura en torno a la unidad, que significa el
Rey, el Papa, el Emperador. Cualquiera de ellos, en la medida en que son
representantes de instituciones visibles, existe físicamente y mora en un lugar
determinado; cuenta con un número de horas determinado; puede ser amigo íntimo
de un número también determinado de personas. Todas estas determinaciones de
lugar, tiempo y personas originan lo que podemos llamar el espíritu de la curia
o el estilo de la corte. Su esencia, como vemos, está en que la condición
humana del Rey causa, quizá sin pretenderlo, una distinción o una serie de
distinciones y barreras: quiénes tienen acceso al Rey y quiénes no; quiénes
pueden estar cerca de él, con quiénes descansa, a quiénes confía sus cosas, y
así sucesivamente.
Como diría
Nietzsche, todo esto es “humano, demasiado humano,” y asimismo es perfectamente
real. Las decisiones, una vez puestas en decretos solemnes o en leyes que
llevan el sello lacrado del Rey, parecen palabras casi intemporales y gozan de
una especie de aroma de eternidad. Sin embargo, a menudo tales decretos han
sido “cocinados” en los lugares y circunstancias más inusuales o inesperados y
en diálogos que no tenían horizonte de eternidad sino horizonte de practicidad
o incluso de conveniencia.
¿Ud. cree que eso sucede también en la Iglesia?
Sí.
¿Y cómo se puede seguir creyendo en la Iglesia
y en la palabra del Papa si tantas palabras oficiales y solemnes tienen
orígenes tan prosaicos?
Sigo con la
frase de Nietzsche; no me aparto de ella. La Iglesia es humana. ¿Qué? ¿Nos
vamos de ella, y qué? ¿Serán más sanas las logias masónicas, o los politburós,
o las Dumas? Yo creo en la Iglesia con mucha fuerza y con los ojos muy abiertos
a la vez. Dios me dijo que creyera, no que no pensara; me invito a creer no a
dejar de ver.
Ahora bien,
se puede conversar sobre las razones para creer en la Iglesia, y esas son
muchas, pero creo que se resumen en una palabra: la santidad. Así como he visto
miserias que apestan he visto santidad que deslumbra. Y estoy completamente de
acuerdo con el pensamiento de Juan Pablo II cuando dice que el verdadero
avance, tanto en la Iglesia como en la sociedad, lo hacen los santos.
El Centro
Hemos hablado de Izquierda y de Derecha.
¿Existe algo que pueda llamarse “el Centro”?
Por
supuesto, pero la definición de qué es el “Centro” cambia sin cesar. Cuando un
partido de derechas quiere captar votos más allá de sus filas tradicionales
probablemente añade algunos puntos más “sociales” a su agenda; cuando un
partido de izquierdas quiere recoger
votos más allá de las coaliciones y de las negociaciones con los “lobbies” de
turno entonces abandona parte de su agenda tradicional, conserva el nombre y
lanza al mercado un nuevo producto.
¿Tanto así como “nuevo producto”?
¿Qué otro
nombre podríamos darle? Miremos el caso de Tony Blair, que creo que es
emblemático. Su partido, el laborista, es supuestamente la Izquierda en Gran
Bretaña. Sin embargo, Blair ha hecho sobrevivido y triunfado políticamente a
base de manejar con impresionante agilidad y pragmatismo los temas que eran
sagrados para el socialismo clásico. Como anota una página de Internet,
especializada en dirigentes políticos (http://www.cidob.org/bios/index.htm), “En
la Conferencia del partido de octubre de 1994, Blair llamó a abandonar el
manifiesto a favor de las nacionalizaciones, a revisar el concepto del Estado
del Bienestar, a suprimir los privilegios sindicales en los procesos internos
del partido, a actuar con dureza contra la criminalidad, a adquirir un
compromiso sólido en la defensa en el marco noratlántico y a recomponer las relaciones
con la Unión Europea.” ¡Todo eso de una sola vez! Al año siguiente Blair logró
que se eliminara de los estatutos laboristas toda referencia al compromiso con
la propiedad común de los medios de producción. ¿Es reconocible todavía una
Izquierda ahí?
¿Y cómo es la Derecha cuando busca el Centro?
Para mí un
ejemplo es Álvaro Uribe. Si Ud. sigue la evolución del discurso del presidente
de Colombia, desde la campaña electoral hasta el presente, lo que encuentra es
una persona con una capacidad sorprendente de adaptación, por decir lo menos.
Empezó con la “mano dura” contra la guerrilla, tema que vino a hacerlo
“visible” entre las ofertas electorales para las elecciones del 2002, apoyando
explícitamente que nuestro país recibiera asesoría e inversión económica y
militar para derrotar a las FARC. Ese discurso contrastaba con el tono dialogal
e inclusivo de Horacio Serpa, que definitivamente quería representar la postura
de una Izquierda política sensata. Y la gente quería oír lo de la mano dura,
porque estaba hastiada de la burla y la impunidad de los extremistas que eran y
probablemente son capaces de arrasar con la población civil con tal de sentar
precedentes y hacer presión al gobierno.
Mas
entonces Uribe tomó fama de guerrero, de abanderado de la “guerra total,” como
se decía en la época. Y aunque él no se despidió de ese aire, que ciertamente
le había conferido el estatus de “presidenciable,” dulcificó las palabras y
tomó como lema “mano firme y corazón grande.” ¿Un coqueteo a las tendencias de
Izquierda? Es muy poco como para llegar a decir eso, pero lo que es innegable
es que supone un cambio de rumbo con respecto al diseño estándar de la Derecha
como tal. Junto al “corazón grande,” sus discursos incorporaron otro poco más
de lo que se quería oír: creación de empleo, despegue económico, inversión social.
La mixtura funcionó, y él es el presidente de Colombia.
¿Es decir que el Centro en realidad no existe
sino que es siempre Derecha o Izquierda con matices?
Yo
suscribiría lo que Ud. está diciendo, pero en un sentido muy preciso: nadie
nace de Centro. Uno llega al Centro casi siempre después de ver lo que no le
convence. El punto de partida de cada uno es lo que lo hace más próximo a una u
otra tendencia. Hay gente que tiende a la claridad, así sea una claridad de
hielo; hay gente que tiende a la acción, así sea una acción ambigua. Quizá todo
está en eso. Quizá hay hasta una especie de base genética para este tipo de
opciones, aunque es obvio que la historia personal y del propio entorno marca
muchísimo.
Claridad y acción: ¿es ese el resumen?
En cierto modo,
sí. Yo por lo menos no creo que sería globalmente mejor un mundo sin la Derecha
y la Izquierda. Por ejemplo, un mundo de cortes y curias se volvería
irrespirable... es decir, terminaría engendrando una nueva burguesía ilustrada
y una nueva Revolución Francesa.
¿Puede decirse que cada una engendra a la otra?
No es algo
automático, pero ciertamente sí se da. La Derecha gobierna y pone orden, pero
también va trayendo privilegios que no se socializan del modo ni a la velocidad
deseadas. Esto fortalece a la Izquierda. Eventualmente la Izquierda llega al
poder y con ella entran el desorden propio de las ambigüedades precedentes y
concomitantes. Entonces quedan dos posibilidades: hacer una dictadura, tipo
Stalin o Fidel, o negociar y negociar y negociar... hasta que el barco se
hunde. ¿Quién lo reemplaza? Una Derecha que tiene propuestas claras, una visión
de futuro y toda la cohesión que da una doctrina coherente... de Derecha. Desde
luego, esto no significa que se alternen en términos de uno y uno, pero uno casi
podría compararlos con la acción de caminar: se necesita siempre un pie firme y
un pie en movimiento. Me parece que los países políticamente más saludables van
“caminando” de algún modo según esa secuencia. No es lo más perfecto que pueda
imaginar la mente humana pero en general parece más saludable o menos vicioso
que otras alternativas, como serían tal vez la monarquía o la dictadura.
¿Y este mismo “caminar” se da en la Iglesia?
De pronto
sí, aunque de otra manera, o en otra escala. Antes decíamos que Blair pudo
cambiar los estatutos de su partido. La Iglesia no puede ir a la Biblia y
cambiarla. Sé que hay mucha literatura-ficción que relata cosas así y que
pretende enseñarnos cuál es la verdadera Biblia, pero los fundamentos de esos
escritores no resisten ni la milésima parte del escrutinio que la Iglesia como
tal soporta de modo ordinario. Ello solo debería bastar de prueba para mostrar
que las religiones que nacen de una Revelación (plasmada finalmente en un
escrito) tienen por ello mismo una opción que va en la línea de la Derecha. Es
decir: no puedes tener un libro que es la base de tu credo y despreocuparte del
tema de la verdad. Y una vez que te toca interesarte por la verdad te toca
cuidar esa verdad y determinar quién dice y quién no dice lo correcto.
Donde no
hay religión, o no hay religión revelada socialmente reconocida, las cosas
suceden de un modo mucho más complejo o mucho más sencillo, dependiendo de qué
otros factores, étnicos por ejemplo, entren en juego. Las asociaciones tribales
o raciales pasan entonces a ocupar el lugar de “piedras de toque” y los
conflictos se disparan en direcciones que a la mayor parte de nosotros nos
resultan poco menos que incomprensibles. Piense en el caso de las sangrientas
luchas de albanos y serbios...
Bueno, pero volviendo a la Iglesia, esto quiere
decir que siempre habrá un matrimonio tácito con la Derecha
Sí. Sin
embargo, hay muchos otros factores a tener en cuenta. Por ejemplo: ¿Qué pasa si
hay un gobierno legítimo pero de clara tendencia de Izquierda? En cuanto es
legítimo, merecería un respaldo institucional, pues al fin y al cabo es quien
representa y lidera a millones de personas; en cuanto es de Izquierda, sus
posturas resultarán a menudo contrastantes con las del pensamiento de la
Iglesia. El efecto bien puede ser que la Iglesia adopte la postura de ser la
oposición de la Izquierda, una oposición que incluso sigue algunas tácticas
típicamente izquierdistas, como apelar a la base o mostrar los efectos
incoherentes e injustos de la legislación de tal gobierno. Un ejemplo típico es
la legislación que despenaliza el aborto. ¿Qué hace la Iglesia? Echar en cara a
la Izquierda que no está defendiendo a los más desvalidos de todos, que son los
no-nacidos. En tales casos, la Iglesia resulta profética, audaz y, algunas
veces, martirial. Lejos de parecer una cómoda postura de gobierno y de
soberanía, es la Iglesia de los pobres y los pequeños.
Esto mismo
puede darse y se da en otros ámbitos. La Iglesia no es solamente lo que sucede
en las reuniones de alto nivel y los encuentros con las “autoridades.” Muchas
veces lo más auténtico de la Iglesia acontece en niveles inesperados y ocultos,
en pequeñas comunidades y lugares recónditos. No olvidemos que Cristo vivió y
murió en una actitud sumamente crítica frente al poder visible, rodeado de
gente excluida y sin mucha zalamería frente a las autoridades religiosas o
civiles. De modo que, aunque sea cierto que el conservar un texto nos puede y
debe hacer conservadores en un cierto sentido, ese texto mismo da testimonio de
una amplitud sublime y gozosa, y en ese sentido tendremos que predicar y
testificar con gran libertad. Tradición y apertura, saber conservar y saber
abrir camino, sostenernos en lo irrenunciable y preguntarnos siempre a quién
estamos excluyendo... creo que por ahí va el sueño de ser cristianos.
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