A propósito de las elecciones generales 2011, cuatro
casos y una “carta abierta”:
Por:
Marco A. Huaco P.
La tendencia de participación
política de cristianos no católicos (adventistas, evangélicos, etc.) sen éstos
laicos o pastores, no ha cesado de acentuarse en los últimos años y constituye
ya un rasgo permanente de la política latinoamericana.
¿Podemos felicitarnos como
sociedad de ello?. Sectores antirreligiosos y laicistas (no laicos) dirán que
no, que eso es una señal peligrosa de oscurantismo en la política amenazante de
la democracia. Sectores fundamentalistas religiosos dirán que sí, que ello es
un “signo de los tiempos” a favor de la “recuperación” de “los valores” y “la
moral cristiana” en la sociedad. Dentro de aquellos mismos sectores
fundamentalistas, habrán otros –los puristas- que lo lamentarán como una señal
de “mundanalidad de la iglesia” y de renuncia a su identidad religiosa.
Otros, entre los que me cuento,
lo veremos simplemente como el ejercicio legítimo de un derecho político que
tiene todo(a) ciudadano(a) (sea rabino, pastor(a), sacerdote, imán, laico,
laica) el cual, para ser considerado de manera positiva por la sociedad, deberá siempre subordinarse al principio de
laicidad del Estado y de mutua autonomía entre las esferas política y
religiosa.
Pero este reconocimiento jurídico
(que nos aleja de quienes ven en cada cristiano metido a candidato político a
Satanás, pero que también nos aleja de quienes ven a su candidato como
continuadores de profetas bíblicos como Daniel, David, etc., que hicieron
política), no elimina la necesidad de efectuar valoraciones ético-políticas
sobre las fronteras que tienen estos candidatos al entrar en dicho campo.
Veamos brevemente cuatro ejemplos que lo
ilustran y finalmente consideremos una importante “Carta Abierta” de la intelectualidad evangélica peruana.
Primer caso: Sr. Julio
Rosas
Veamos por ejemplo el caso del
candidato Julio Rosas, número uno en la lista de candidatos al Congreso de la
hija del ex dictador Alberto Fujimori (el señor Rosas fue Presidente y es
pastor evangélico de la Iglesia Alianza
Cristiana y Misionera, la cual ha manifestado públicamente que no respalda ni
cuestiona su incursión electoral, lo que es realmente remarcable dado el
principio de separación iglesias-Estado). Su derecho político a ser candidato,
dijimos, está fuera de toda duda. Desde el punto de vista legal no caben
cuestionamientos.
¿Pero es lícito desde el punto de
vista democrático el que un candidato que alega luchar por la renovación de los
valores públicos y privados y que
promueve una moral religiosa particular que pretende ser más elevada y
exigente que la moral pública, apoye políticamente a un partido enemigo de los
derechos humanos, de la democracia y de la lucha anticorrupción?. En pocas
palabras: ¿un cristiano que pertenece a una iglesia que predica el derecho a la
vida y a la honestidad como valores religiosos puede militar en un partido
así?. Para ilustrar el argumento por analogía: ¿es concebible un pastor
evangélico metido a militante de un partido político antisemita, de un partido
xenófobo, de un partido que predica la lucha armada?. Desde el punto de vista cristiano
-y además evangélico- claro que no.
Hay mínimos éticos religiosos que
generalmente no corresponden con los mínimos éticos de la democracia laica. En
ocasiones los primeros son más exigentes y menos transigentes que los segundos,
proponiendo exigencias adicionales a quienes los aceptan que los otros
sencillamente no proponen porque no las necesitan (por tener fin diferente). Los
miembros de una confesión cristiana podrían militar en diferentes partidos
políticos y participar –si por otro lado, la doctrina de la congregación lo
acepta- de campañas electorales. Pero no por debajo de ese mínimo ético. Una
iglesia que promueve públicamente la paz, la reconciliación, la honestidad, la
verdad y la democracia, no puede aceptar que sus miembros militen abiertamente
en contra de dichos valores.
La pregunta de fondo, que compete
resolver a los pastores que dirigen la Iglesia Alianza Cristiana y
Misionera y a sus miembros de iglesia, es si la opción política de Rosas no ha
violado los mínimos éticos para pertenecer
a dicha confesión.
Hay que reconocer que aplicar
este criterio a la candidatura de Rosas es complicado (mejor dicho,
comprometedor) desde la práctica, dado el alto porcentaje (19%) de peruanos que
respaldan al partido de la hija del dictador preso y por tanto, no se hacen
problemas con la dictadura, la corrupción (“roba pero trabaja”) ni los
asesinatos políticos de tal régimen. De un pastor de la altura institucional de
Rosas, sin embargo, se esperaban más luces (su argumento del “perdón” de Fujimori
es sencillamente tramposo).
Otros casos: dos
evangélicos, uno adventista
Miremos otros casos, el de los
estilos de propaganda electoral de los candidatos cristianos no católicos.
¿Respetan el principio de laicidad, el principio de que lo religioso y lo
político no deben mezclarse?. Para ello, comparemos tres mensajes
propagandísticos distribuidos por e-mail en las últimas semanas.
Primero, el de la candidata
evangélica en el partido de Pedro Kuczynsky (derecha), Sra. Raquel Gago Prialé
y el de la pastora candidata Sra. Juanita Lancho en el partido Perú Posible (también
de derecha). Ambos e-mails simplemente llaman a votar por estas candidatas basados
en los típicos ideales de renovación de la sociedad que inspiran a participar
en política a los cristianos evangélicos. Ni una traza de utilización de
argumentos religiosos para promover sus objetivos políticos. Ningún llamado “a
votar por Dios” (o sea por ellas…) en sus mensajes. Estos e-mails no llaman al
electorado religioso a votar por una “profeta” o una “representante de iglesia
al Congreso”. No hay confusión de religión y política. Aunque estos e-mails de
propaganda se dirigen naturalmente a un electorado eclesiástico, no invocan
razones religiosas sino sociales. Será interesante ver si mantienen este
estilo en lo que queda de campaña electoral y durante su función pública, si la
alcanzan.
Pero ahora veamos el caso de un candidato
adventista (Sr. Mendigure, del partido Solidaridad Nacional, también de derecha),
cuyo asesor de prensa ha enviado por doquier unos lamentables e-mails en los
que comienza pidiendo “una oración” –aprovechando el Día Mundial de la Oración- para su
candidato (hasta allí el derecho de libertad religiosa de todos) pero que a
continuación llama a votar por él para que sea “un digno representante de
nuestra iglesia” en el Congreso adjuntando el currículum vitae del susodicho.
Es claro que los adventistas no
necesitamos del curriculum vitae de alguna persona para orar por ella… también
es claro que el llamado bíblico a orar por los gobernantes y autoridades
públicas (…¡ah, qué difícil!) se hizo en los tiempos del mismo Nerón y por
extensión también podríamos orar por los candidatos a un puesto público...¿pero
porqué un pedido de orar sólo por uno de ellos?. Es evidente que se trata de una
grosera manipulación de un asunto religioso (la oración) para favorecer un
asunto político partidario (una candidatura).
Es ciertamente síntoma de una penosa
forma de hacer política que desde el punto de vista público viola la
legislación electoral que prohíbe mezclar asuntos religiosos con los
electorales, y desde el punto de vista adventista viola nuestra doctrina de
separación Iglesia-Estado (por eso no votaría jamás por ese candidato, pues su
propaganda política demuestra que repite la experiencia de los primeros ex
pastores adventistas que fueron congresistas del fujimorismo mientras éste
destituía a los dignos Magistrados del Tribunal Constitucional que enfrentaron
el fraude reeleccionista del dictador, y quienes continuamente aprovechaban las
reuniones de la iglesia para publicitarse como “dignos representantes de
iglesia”).
Por tanto creo que las
candidaturas religiosas que incursionan en política respetando la mutua
autonomía entre política y religión, entre Iglesia y Estado, pueden ser positivos
para la democracia peruana si respetan dichos principios de un Estado laico. También
pueden ser inocuas para sus iglesias de origen, evitándoles divisiones y
polémicas internas que les son ajenas. Así, el principio de laicidad protege
tanto a la democracia laica como a las mismas confesiones religiosas.
Sobre los otros liderazgos
religiosos sin embargo, pienso que sólo serán dañinos para esta incipiente y
tambaleante democracia que los peruanos aún tenemos que fortalecer y defender:
el de Rosas por hacer alianza con el diablo, y el de Mendigure por desconocer una
doctrina que pertenece por igual al Estado democrático y a su iglesia (la
separación Iglesia-Estado).
Finalizo este comentario con la
difusión de una ejemplar Carta Abierta de connotados intelectuales evangélicos
respecto a este mismo tema en el que llaman a los candidatos evangélicos a
respetar ciertos valores políticos en sus campañas políticas.
Su contenido debería ser suscrito
también por aquellas confesiones religiosas y creyentes que no siendo evangélicas,
consideran que nuestra patria no está para aventuras inquisitoriales,
fundamentalistas ni oscurantistas que mezclen política y religión (leerlo
aquí).
Yo me adhiero.
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