Consejo Latinoamericano de Iglesias - Conselho Latino-americano de Igrejas
Panorama de las Iglesias evangélicas
Carlos Mondragón
A pesar de los más de cien años de historia del protestantismo institucional latinoamericano, lo cual supone 4 o 5 generaciones, la mayor parte de los miembros de estas Iglesias no católicas son nuevos conversos (no nacieron en hogares evangélicos). La experiencia de la conversión impregna una dinámica que está en la base del crecimiento ¾ en algunos países “explosivo” ¾ que han tenido estas Iglesias en los últimos cincuenta años. El énfasis evangelizador, especialmente de las Iglesias más jóvenes, es notorio en muchos de los países latinoamericanos, y se muestra por igual en las zonas urbanas, suburbanas y rurales.
Como todo crecimiento, esto trae conflictos y nuevas necesidades que ya los misionólogos se han encargado de documentar. El crecimiento cuantitativo no siempre ha estado acompañado del crecimiento cualitativo; y como todo grupo social, las distintas tradiciones eclesiales no han sido impermeables a las buenas y malas influencias de los diferentes contextos regionales y nacionales en medio de los cuales nuestras Iglesias viven su fe, la predican a sus vecinos, y realizan infinidad de obras en beneficio de sus comunidades. Muchas de esas obras, poco visibles por cierto pero muy eficaces a largo plazo, se hacen entre seres humanos y comunidades que valoran mucho más las pequeñas obras que las muchas palabras. Para nadie es desconocida la poca credibilidad que tienen hoy día los políticos en muchas naciones, cuando ante los ojos de la población pocos cumplen sus promesas de campaña o son incongruentes en lo que dicen con lo que hacen. De ahí que la congruencia ética de un creyente pueda llegar a tener tanto peso en contextos donde predomina la mentira o la corrupción. El papel político que han jugado en países latinoamericanos algunos líderes evangélicos (pienso principalmente en Nicaragua, Argentina y Perú) muestra cierto capital moral que aún, afortunadamente, se conserva. Existen, por supuesto, los ejemplos contrarios. Nos obstante, a nivel popular, un buen porcentaje de los pastores protestantes, y no pocos laicos, gozan de un nada despreciable respeto de la comunidad en medio de la cual viven o cumplen su ministerio pastoral. El asunto del testimonio ético personal y grupal todavía es tomado en serio por muchos hermanos.
La pluralidad del panorama eclesial
No se puede hablar sobre el panorama eclesial de América Latina sin tocar su pluralidad. La dinámica que ha seguido el crecimiento de las Iglesias evangélicas, especialmente de su sector pentecostal y neopentecostal, requiere de un enorme esfuerzo para caracterizar el mundo del cristianismo evangélico latinoamericano. Ninguna Iglesia tiene un solo rostro (y esto cabe también para la Iglesia católica), menos aún las Iglesias que enfatizan el sacerdocio universal de cada creyente, la libertad de conciencia y la lectura directa de la Biblia y su libre interpretación. Poco se ha valorado el papel social que han jugado los valores protestantes en la conformación de las naciones latinoamericanas, principalmente porque se piensa que cualquier influencia en este sentido sería la que han podido tener nuestras minoritarias Iglesias. Esta visión olvida que hay otra dinámica mucho más amplia que se da con el intercambio cultural, político y económico entre las naciones. La influencia de Europa en Latinoamérica, en todos los niveles, viene tanto de los países católicos como de los países protestantes, y sobrepasa el nivel de lo estrictamente religioso. Para nadie es desconocida la influencia que tuvieron en la generación que liberó a los países latinoamericanos de la Corona española y que fundaron en el siglo XIX las nuevas repúblicas, las ideas de un pensador social nacido en esta ciudad llamado Juan Jacobo Rousseau. ¿De dónde llegó a Latinoamérica el espíritu republicano y la idea de la separación Estado-Iglesia, así como el espíritu laicista? Por supuesto no fue de la España monárquica.
Evangélicos: ¿punta de lanza del imperialismo norteamericano?
Por mucho tiempo, los evangélicos latinoamericanos fueron vistos con sospecha por sus compatriotas. La presencia de los misioneros extranjeros reforzaba la idea de que promovían una religión extraña a la cultura latinoamericana y buscaban la desintegración de nuestra identidad nacional. En no pocos casos la acusación generalizada de ser la punta de lanza de la penetración cultural y económica del imperialismo norteamericano, generó un clima de intolerancia hacia nosotros en distintas zonas del continente. Mucho del trabajo de las distintas agencias, europeas o norteamericanas, que apoyaban a las comunidades evangélicas en Latinoamérica se vio afectado por este clima adverso promovido durante casi todo el siglo XX por algunos sectores de la Iglesia católica y de la izquierda política.
Afortunadamente esto esta cambiando hoy día; a la teoría de la conspiración imperialista detrás de nuestras Iglesias se ha impuesto la realidad de un fenómeno de mutación religiosa mucho más complejo en el que intervienen tanto factores endógenos como exógenos. No se puede seguir viendo a la población latinoamericana que ha decidido cambiar de religión o asumir otras convicciones teológicas contrarias a las de la mayoría, como si fueran menores de edad que no saben lo que hacen y fácilmente manipulables desde el extranjero. Y aunque puede haber casos donde esa tesis se confirma, no creo que sea correcto generalizar y subestimar la inteligencia de los pueblos de esa manera. Como no creo que sea correcto seguir haciendo tantas generalizaciones a la hora de criticar nuestras debilidades o resaltar nuestras fortalezas. Los evangélicos latinoamericanos somos sólo imperfectos seres humanos intentando ser fieles al Dios en el que hemos creído, poniéndonos al servicio de nuestros prójimos y de aquellas causas que consideramos justas a la luz de la palabra de Dios. Sin el fundamento de nuestra fe, nuestro compromiso con los más necesitados en nuestro continente se hace débil y puede fácilmente entrar en conflicto o desaparecer.
Este énfasis en lo religioso no debe ser visto como algo negativo. Paradójicamente, en América Latina la religión es algo más que una actividad del domingo y juega un papel muy importante y movilizador, mucho más que lo extrictamente político. A pesar del avance del laicismo, la religión, en sus múltiples manifestaciones, está arraigada profundamente en la abrumadora mayoría de los latinoamericanos. Según los censos oficiales, más del noventa por ciento de la población se declara creyente en la mayoría de los países. Y la Iglesia católica sigue jugando un papel muy importante como grupo de presión a la hora que los gobiernos intentan impulsar algunas políticas públicas. Ningún gobierno busca premeditadamente conflictuarse con la jerarquía católica pues sabe del impacto político que esto le puede traer. Esto genera también tratos desiguales de los gobiernos a las Iglesias. En varios países, parece que hay dos tipos de Iglesias: las de primera y las de segunda categoría. Dejando el segundo nivel a nuestras Iglesias.
En este contexto, las iglesias evangélicas emergen como un elemento dinamizador de la vida religiosa de los latinoamericanos. Es conocido el crecimiento que nuestras Iglesias han experimentado en las últimas décadas, especialmente en su sector pentecostal y neopentecostal; esto está cambiado radicalmente eso que los antropólogos llaman el “campo religioso” latinoamericano. En algunos países, la comunidad evangélica alcanza ya más del quince por ciento de la población, sobresaliendo el caso de Guatemala, que duplica este porcentaje, con una dinámica de crecimiento impensable hace 50 años. Este crecimiento numérico está siendo acompañado por una gran pluralización del universo evangélico que va a la par con un fenómeno de pluralización más amplio que está viviendo la realidad social y política latinoamericana.
El protestantismo latinoamericano es, pues, plural por esencia, lo cual es expresión de una dinámica interna que tiene, por supuesto, sus pro y sus contras. En este sentido, no ocuparé mucho espacio en los aspectos negativos que trae consigo la pluralidad y la diversidad eclesial, aspectos que generalmente son los más conocidos y los que más se resaltan. Me interesa comentar aquí lo que para mí es la parte positiva de esta diversidad.
El mundo y las iglesias se definen en el plural
En un mundo cada vez más plural, no debe extrañarnos encontrar Iglesias plurales: Diversidad de teologías, doctrinas y formas de culto, se unen a una gran diversidad ideológica y política de los miembros de nuestras Iglesias. Al estar formadas por hombres y mujeres de toda la pirámide de la sociedad, llevan a las Iglesias evangélicas los trasfondos ideológicos y de clase de donde provienen. No es extraño, entonces, encontrar en las Iglesias conflictos que trascienden el plano meramente teológico o de la simple creencia, y que son más bien un reflejo del medio social del que se proviene.
No obstante esto, los espacios eclesiales permiten la convivencia pacífica, y enseñan, en la práctica, que la comunión cristiana y el espíritu que la anima puede estar por encima de cualquier diferencia humana. Esto es importantísimo si tomamos si tomamos en cuenta el contexto social donde esta practica comunitaria de las Iglesias se da.
En un contexto de anomia social, de desintegración y crisis de valores, de marginación y pobreza extrema, de crisis familiar y una cultura de la violencia y de la corrupción, la vida comunitaria de nuestras Iglesias, y los valores que ahí se promueven, no debe ser subestimada.
Para muchos seres humanos, especialmente de los sectores más desprotegidos de la sociedad, el culto cristiano y la vida comunitaria que promueve la fe, es el último espacio disponible para aferrarse a la vida y no sucumbir a la desesperanza y la angustia de no saber qué será del día de mañana; si se tendrá trabajo o no, o si los hijos tendrán qué comer.
Es preocupante ver a generaciones de jóvenes para quienes, simplemente, el futuro les ofrece muy poco. Ninguna planta productiva puede crear la cantidad suficiente de empleos para esos millones de jóvenes que cada año se suman al desempleo y agravan la marginación social. En el contexto latinoamericano, esto, desgraciadamente, se aplica también para los sectores educados. Muchos egresados de las universidades terminan trabajando en cosas distintas a su profesión, si es que tienen la suerte de conseguir algún empleo. Por ejemplo, es común encontrar en nuestros países taxistas con títulos universitarios. De ahí que el acompañamiento y el trabajo comunitario que nuestras Iglesias o las agencias de servicio puedan hacer, especialmente con los grupos más vulnerables de la sociedad, se agradezca tanto.
En un mundo con tantas y profundas necesidades, materiales y espirituales, no hay ayudas pequeñas (lo peor sería el inmovilismo y la apatía). Esto mueve a muchas Iglesias, por más modestas que sean, a emprender todo tipo de proyectos para mostrar su amor cristiano y poner en práctica las enseñanzas de Jesús. El viejo principio es el mismo: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. Esto se ha acrecentado en los últimos años a partir de que una triste tendencia teológica antimundo empezó a dejar de ser dominante en un gran sector del pueblo evangélico latinoamericano. La “huelga social” que generó en muchas de nuestras Iglesias parece estar perdiendo terreno. Y aunque todavía hay resistencias, hoy en día hay más cristianos evangélicos dispuestos a comprometerse con asuntos que tienen que ver con toda la sociedad en medio de la cual los creyentes viven irremediablemente.
El fin de la Guerra Fría , período que tuvo también una triste influencia en nuestras Iglesias, aumentó una especie de despertamiento e interés por lo social. Nuevas tendencias teológicas en las últimas décadas han reforzado una visión no dualista de ver el mundo y de conceptualizar al ser humano. Lo cual está llevando a muchos cristianos a reconocer que el Dios de la Biblia también está preocupado por las necesidades materiales de hombres, mujeres, ancianos y niños, y no sólo por las cosas espirituales. Y no estoy hablando de los sectores evangélicos que nunca padecieron de esa miopía, sino de aquellos que hoy predican lo que en los años 70s y 80s cuestionaron y satanizaron. Viene a mi memoria mi propia experiencia y cómo he visto evolucionar a las Iglesias evangélicas a las que me integré hace más de dos décadas.
Nuestras Iglesias están cambiando; el mundo también.
A pesar de los más de cien años de historia del protestantismo institucional latinoamericano, lo cual supone 4 o 5 generaciones, la mayor parte de los miembros de estas Iglesias no católicas son nuevos conversos (no nacieron en hogares evangélicos). La experiencia de la conversión impregna una dinámica que está en la base del crecimiento ¾ en algunos países “explosivo” ¾ que han tenido estas Iglesias en los últimos cincuenta años. El énfasis evangelizador, especialmente de las Iglesias más jóvenes, es notorio en muchos de los países latinoamericanos, y se muestra por igual en las zonas urbanas, suburbanas y rurales.
Como todo crecimiento, esto trae conflictos y nuevas necesidades que ya los misionólogos se han encargado de documentar. El crecimiento cuantitativo no siempre ha estado acompañado del crecimiento cualitativo; y como todo grupo social, las distintas tradiciones eclesiales no han sido impermeables a las buenas y malas influencias de los diferentes contextos regionales y nacionales en medio de los cuales nuestras Iglesias viven su fe, la predican a sus vecinos, y realizan infinidad de obras en beneficio de sus comunidades. Muchas de esas obras, poco visibles por cierto pero muy eficaces a largo plazo, se hacen entre seres humanos y comunidades que valoran mucho más las pequeñas obras que las muchas palabras. Para nadie es desconocida la poca credibilidad que tienen hoy día los políticos en muchas naciones, cuando ante los ojos de la población pocos cumplen sus promesas de campaña o son incongruentes en lo que dicen con lo que hacen. De ahí que la congruencia ética de un creyente pueda llegar a tener tanto peso en contextos donde predomina la mentira o la corrupción. El papel político que han jugado en países latinoamericanos algunos líderes evangélicos (pienso principalmente en Nicaragua, Argentina y Perú) muestra cierto capital moral que aún, afortunadamente, se conserva. Existen, por supuesto, los ejemplos contrarios. Nos obstante, a nivel popular, un buen porcentaje de los pastores protestantes, y no pocos laicos, gozan de un nada despreciable respeto de la comunidad en medio de la cual viven o cumplen su ministerio pastoral. El asunto del testimonio ético personal y grupal todavía es tomado en serio por muchos hermanos.
La pluralidad del panorama eclesial
No se puede hablar sobre el panorama eclesial de América Latina sin tocar su pluralidad. La dinámica que ha seguido el crecimiento de las Iglesias evangélicas, especialmente de su sector pentecostal y neopentecostal, requiere de un enorme esfuerzo para caracterizar el mundo del cristianismo evangélico latinoamericano. Ninguna Iglesia tiene un solo rostro (y esto cabe también para la Iglesia católica), menos aún las Iglesias que enfatizan el sacerdocio universal de cada creyente, la libertad de conciencia y la lectura directa de la Biblia y su libre interpretación. Poco se ha valorado el papel social que han jugado los valores protestantes en la conformación de las naciones latinoamericanas, principalmente porque se piensa que cualquier influencia en este sentido sería la que han podido tener nuestras minoritarias Iglesias. Esta visión olvida que hay otra dinámica mucho más amplia que se da con el intercambio cultural, político y económico entre las naciones. La influencia de Europa en Latinoamérica, en todos los niveles, viene tanto de los países católicos como de los países protestantes, y sobrepasa el nivel de lo estrictamente religioso. Para nadie es desconocida la influencia que tuvieron en la generación que liberó a los países latinoamericanos de la Corona española y que fundaron en el siglo XIX las nuevas repúblicas, las ideas de un pensador social nacido en esta ciudad llamado Juan Jacobo Rousseau. ¿De dónde llegó a Latinoamérica el espíritu republicano y la idea de la separación Estado-Iglesia, así como el espíritu laicista? Por supuesto no fue de la España monárquica.
Evangélicos: ¿punta de lanza del imperialismo norteamericano?
Por mucho tiempo, los evangélicos latinoamericanos fueron vistos con sospecha por sus compatriotas. La presencia de los misioneros extranjeros reforzaba la idea de que promovían una religión extraña a la cultura latinoamericana y buscaban la desintegración de nuestra identidad nacional. En no pocos casos la acusación generalizada de ser la punta de lanza de la penetración cultural y económica del imperialismo norteamericano, generó un clima de intolerancia hacia nosotros en distintas zonas del continente. Mucho del trabajo de las distintas agencias, europeas o norteamericanas, que apoyaban a las comunidades evangélicas en Latinoamérica se vio afectado por este clima adverso promovido durante casi todo el siglo XX por algunos sectores de la Iglesia católica y de la izquierda política.
Afortunadamente esto esta cambiando hoy día; a la teoría de la conspiración imperialista detrás de nuestras Iglesias se ha impuesto la realidad de un fenómeno de mutación religiosa mucho más complejo en el que intervienen tanto factores endógenos como exógenos. No se puede seguir viendo a la población latinoamericana que ha decidido cambiar de religión o asumir otras convicciones teológicas contrarias a las de la mayoría, como si fueran menores de edad que no saben lo que hacen y fácilmente manipulables desde el extranjero. Y aunque puede haber casos donde esa tesis se confirma, no creo que sea correcto generalizar y subestimar la inteligencia de los pueblos de esa manera. Como no creo que sea correcto seguir haciendo tantas generalizaciones a la hora de criticar nuestras debilidades o resaltar nuestras fortalezas. Los evangélicos latinoamericanos somos sólo imperfectos seres humanos intentando ser fieles al Dios en el que hemos creído, poniéndonos al servicio de nuestros prójimos y de aquellas causas que consideramos justas a la luz de la palabra de Dios. Sin el fundamento de nuestra fe, nuestro compromiso con los más necesitados en nuestro continente se hace débil y puede fácilmente entrar en conflicto o desaparecer.
Este énfasis en lo religioso no debe ser visto como algo negativo. Paradójicamente, en América Latina la religión es algo más que una actividad del domingo y juega un papel muy importante y movilizador, mucho más que lo extrictamente político. A pesar del avance del laicismo, la religión, en sus múltiples manifestaciones, está arraigada profundamente en la abrumadora mayoría de los latinoamericanos. Según los censos oficiales, más del noventa por ciento de la población se declara creyente en la mayoría de los países. Y la Iglesia católica sigue jugando un papel muy importante como grupo de presión a la hora que los gobiernos intentan impulsar algunas políticas públicas. Ningún gobierno busca premeditadamente conflictuarse con la jerarquía católica pues sabe del impacto político que esto le puede traer. Esto genera también tratos desiguales de los gobiernos a las Iglesias. En varios países, parece que hay dos tipos de Iglesias: las de primera y las de segunda categoría. Dejando el segundo nivel a nuestras Iglesias.
En este contexto, las iglesias evangélicas emergen como un elemento dinamizador de la vida religiosa de los latinoamericanos. Es conocido el crecimiento que nuestras Iglesias han experimentado en las últimas décadas, especialmente en su sector pentecostal y neopentecostal; esto está cambiado radicalmente eso que los antropólogos llaman el “campo religioso” latinoamericano. En algunos países, la comunidad evangélica alcanza ya más del quince por ciento de la población, sobresaliendo el caso de Guatemala, que duplica este porcentaje, con una dinámica de crecimiento impensable hace 50 años. Este crecimiento numérico está siendo acompañado por una gran pluralización del universo evangélico que va a la par con un fenómeno de pluralización más amplio que está viviendo la realidad social y política latinoamericana.
El protestantismo latinoamericano es, pues, plural por esencia, lo cual es expresión de una dinámica interna que tiene, por supuesto, sus pro y sus contras. En este sentido, no ocuparé mucho espacio en los aspectos negativos que trae consigo la pluralidad y la diversidad eclesial, aspectos que generalmente son los más conocidos y los que más se resaltan. Me interesa comentar aquí lo que para mí es la parte positiva de esta diversidad.
El mundo y las iglesias se definen en el plural
En un mundo cada vez más plural, no debe extrañarnos encontrar Iglesias plurales: Diversidad de teologías, doctrinas y formas de culto, se unen a una gran diversidad ideológica y política de los miembros de nuestras Iglesias. Al estar formadas por hombres y mujeres de toda la pirámide de la sociedad, llevan a las Iglesias evangélicas los trasfondos ideológicos y de clase de donde provienen. No es extraño, entonces, encontrar en las Iglesias conflictos que trascienden el plano meramente teológico o de la simple creencia, y que son más bien un reflejo del medio social del que se proviene.
No obstante esto, los espacios eclesiales permiten la convivencia pacífica, y enseñan, en la práctica, que la comunión cristiana y el espíritu que la anima puede estar por encima de cualquier diferencia humana. Esto es importantísimo si tomamos si tomamos en cuenta el contexto social donde esta practica comunitaria de las Iglesias se da.
En un contexto de anomia social, de desintegración y crisis de valores, de marginación y pobreza extrema, de crisis familiar y una cultura de la violencia y de la corrupción, la vida comunitaria de nuestras Iglesias, y los valores que ahí se promueven, no debe ser subestimada.
Para muchos seres humanos, especialmente de los sectores más desprotegidos de la sociedad, el culto cristiano y la vida comunitaria que promueve la fe, es el último espacio disponible para aferrarse a la vida y no sucumbir a la desesperanza y la angustia de no saber qué será del día de mañana; si se tendrá trabajo o no, o si los hijos tendrán qué comer.
Es preocupante ver a generaciones de jóvenes para quienes, simplemente, el futuro les ofrece muy poco. Ninguna planta productiva puede crear la cantidad suficiente de empleos para esos millones de jóvenes que cada año se suman al desempleo y agravan la marginación social. En el contexto latinoamericano, esto, desgraciadamente, se aplica también para los sectores educados. Muchos egresados de las universidades terminan trabajando en cosas distintas a su profesión, si es que tienen la suerte de conseguir algún empleo. Por ejemplo, es común encontrar en nuestros países taxistas con títulos universitarios. De ahí que el acompañamiento y el trabajo comunitario que nuestras Iglesias o las agencias de servicio puedan hacer, especialmente con los grupos más vulnerables de la sociedad, se agradezca tanto.
En un mundo con tantas y profundas necesidades, materiales y espirituales, no hay ayudas pequeñas (lo peor sería el inmovilismo y la apatía). Esto mueve a muchas Iglesias, por más modestas que sean, a emprender todo tipo de proyectos para mostrar su amor cristiano y poner en práctica las enseñanzas de Jesús. El viejo principio es el mismo: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. Esto se ha acrecentado en los últimos años a partir de que una triste tendencia teológica antimundo empezó a dejar de ser dominante en un gran sector del pueblo evangélico latinoamericano. La “huelga social” que generó en muchas de nuestras Iglesias parece estar perdiendo terreno. Y aunque todavía hay resistencias, hoy en día hay más cristianos evangélicos dispuestos a comprometerse con asuntos que tienen que ver con toda la sociedad en medio de la cual los creyentes viven irremediablemente.
El fin de la Guerra Fría , período que tuvo también una triste influencia en nuestras Iglesias, aumentó una especie de despertamiento e interés por lo social. Nuevas tendencias teológicas en las últimas décadas han reforzado una visión no dualista de ver el mundo y de conceptualizar al ser humano. Lo cual está llevando a muchos cristianos a reconocer que el Dios de la Biblia también está preocupado por las necesidades materiales de hombres, mujeres, ancianos y niños, y no sólo por las cosas espirituales. Y no estoy hablando de los sectores evangélicos que nunca padecieron de esa miopía, sino de aquellos que hoy predican lo que en los años 70s y 80s cuestionaron y satanizaron. Viene a mi memoria mi propia experiencia y cómo he visto evolucionar a las Iglesias evangélicas a las que me integré hace más de dos décadas.
Nuestras Iglesias están cambiando; el mundo también.
El nuevo contexto globalizador en el que tenemos que vivir la fe nos exige ser creativos para trabajar con Iglesias que hace mucho alcanzaron su mayoría de edad. El crecimiento que esto supone, cuantitativo y cualitativo, ha sido diverso en cada país y ha dado origen a Iglesias autónomas y autóctonas con un gran espíritu misionero. Para nadie es desconocido el hecho de que varias Iglesias evangélicas latinoamericanas están enviando cada vez más misioneros fuera de sus fronteras, y que ni la propia Europa se escapa de ser vista hoy día como campo de misión por estas entusiastas congregaciones. Misioneros latinoamericanos ya están presentes en España y Francia, así como en algunos países del mundo árabe. Y aunque sean casos excepcionales, han iniciado una nueva etapa de significación misionológica.
El auge de las migraciones en el mundo está jugando sin duda un papel importante en este despertar misionero de los países subdesarrollados. Hace cien años hacerse misionero significaba aprender otra lengua, vivir en medio de culturas completamente diferentes y sufrir los primeros meses (ya en el campo de trabajo) de indigestiones estomacales por condimentadas e indigeribles comidas. Generalmente, para cierto sectores misioneros, el trabajo requería de un tiempo de entrenamiento y un mínimo de escolaridad.
Pero para los latinoamericanos que asumen el reto misionero esto ya no es un problema, pues generalmente van a trabajar con comunidades de latinos migrantes establecidos en otros países. El modelo parece repetirse. Basta que un creyente latinoamericano emigre, para que con el paso del tiempo invite a su antigua Iglesia a enviar un misionero a iniciar obra evangelística entre sus nuevos vecinos y conocidos.
Resalto este aspecto porque es uno más de los factores que muestra la dinámica que están viviendo algunas de nuestra Iglesias. Todo este dinamismo interno supone altos grados de motivación y de compromiso de personas que han vivenciado experiencias personales y grupales muy significativas y profundas, producto de su conversión al Dios de la Biblia. El resultado de esta experiencia se puede ver a lo largo y ancho de América Latina en la multiplicación de comunidades evangélicas y en la infinidad de proyectos de servicio que con ayuda o sin ayuda externa las Iglesias impulsan.
Las iglesias evangélicas indígenas en Chiapas
El fenómeno que más me ha impactado en los últimos años lo encontré en las Iglesias evangélicas indígenas del sureste mexicano. Casi siempre vistos como menores de edad y fácilmente manipulables por su estado de ignorancia y marginación, los indígenas nos han mostrado en los últimos tiempos que la sociedad tiene un concepto de ellos que no se apega del todo con la realidad. Ni son menores de edad, ni son incultos (ya que poseen complejas culturas), ni son tontos porque no piensan ni razonan como nosotros, los no indígenas, educados al estilo y en las formas de la racionalidad occidental.
Es sorprendente la dinámica de vida de las Iglesias evangélicas indígenas en algunos países latinoamericanos, (como los países andinos), y la manera en cómo los propios indígenas han asumido el liderazgo de sus Iglesias. ¿Saben ustedes que en México el estado o departamento más protestantizado de todo el país es el de mayor población indígena? Mientras la media nacional de la población evangélica es más o menos del 5%, en el estado de Chiapas, ahí donde surgió el conocido movimiento indígena zapatista, la población evangélica sobrepasa el 30%. En su interior, hay poblaciones donde los indígenas evangélicos son mayoría, casi todos de tradición calvinista. El actual gobernador de este estado, Pablo Salazar Mendiguchia, es, por cierto, miembro de la Iglesia nazarena.
Después de estar en reuniones de pastores indígenas, de visitar sus seminarios y sus congregaciones, uno ve con sus propios ojos lo que produce la experiencia de la conversión y del compromiso que estos cristianos adquieren con su nueva fe. Con palabras semejantes, un joven pastor indígena presbiteriano me decía un día cuando me platicaba cómo se ganaba la vida a la par de su trabajo pastoral: “Ningún sacrificio es grande cuando de lo que se trata es de cumplir la voluntad de Dios, sirviendo a mi gente”. Y así lo hace: camina varios días para visitar 3 o 4 congregaciones perdidas en las montañas del sureste mexicano. Con líderes tan comprometidos y entregados a una causa, no extraña encontrar comunidades con tanta vida, que lo mismo difunden el estudio de la Biblia en sus propias lenguas autóctonas, como hacen obra social compartiendo con otros lo que les permite su propia pobreza.
Más allá de la anécdota, este espíritu de servicio y de entrega no lo encuentra uno sólo entre los indígenas. Por toda América Latina se puede ver a cristianos comprometidos con su fe e impulsando proyectos de servicio a sus comunidades. Unas más que otras, las diferentes Iglesias evangélicas, de las antiguas o nuevas tradiciones teológicas, se hacen presentes en la realidad de los pueblos latinoamericanos. Al ser parte de la misma realidad social, empiezan cada vez más a ser tomadas en cuenta por los gobiernos o las autoridades locales.
Por su crecimiento numérico, las Iglesias evangélicas son también buscadas (a través de sus líderes) por los partidos políticos en épocas de elecciones. Los millones de votos que hoy día representan ya no pasan desapercibidos, ni para los líderes políticos, ni para los líderes evangélicos que han aprendido también a utilizar en su beneficio ese potencial electoral. Esto ha traído un nuevo fenómeno en la historia reciente de América Latina: la irrupción generalizada en algunos países de sectores evangélicos en la arena política. Militancia que, por cierto, tampoco aparece por primera vez en nuestra historia eclesial.
Contrario a lo que había sido su posición y su práctica con respecto a la política (influidos por esas tendencias apolíticas y conservadoras de la época de la Guerra Fría que ya mencionamos), algunos sectores evangélicos irrumpen como nuevos actores en la vida pública. Cada vez más nos enteramos de casos de evangélicos que llegan a los parlamentos, o del papel importante que ha jugado el voto evangélico en la elección de algún presidente o de alguna autoridad local. Los casos recientes de Perú y de Brasil son de gran interés en este sentido.
Esta irrupción en la vida política ha tenido sus pros y sus contras y ha impactado irremediablemente en la vida de las Iglesias. Por un lado, ha traído los sinsabores de una intromisión en la vida política de gente inexperta que, ingenuamente, ha pensado que se puede usar fácilmente el poder político (cuando se alcanza) para beneficiar a las Iglesias evangélicas y facilitar su obra de evangelización a gran escala con el apoyo y los recursos de los gobiernos. Una réplica del histórico y tristemente conocido uso eclesiástico del poder político.
Por otro lado, y a partir del aprendizaje de experiencias fallidas (como la triste experiencia de la relación de los evangélicos con el ex presidente Alberto Fujimori en el Perú), la militancia política de algunos evangélicos está sirviendo también para afianzar y legitimar la presencia de nuestras Iglesias en las sociedades latinoamericanas. Más allá de las buenas o malas experiencias de estos nuevos actores políticos, es un hecho que obligará a la reflexión y al aprendizaje que, espero en Dios, sea lo suficientemente crítico para reconocer y corregir los errores ya cometidos.
Finalmente, con todo y sus problemas, las Iglesias evangélicas tienen ya un lugar en la historia espiritual de América Latina. Su sola presencia ha obligado a las clases políticas a revisar las leyes que protegen a las minorías. Lo cual ha sido un factor positivo para el desarrollo de nuestras endebles y nunca acabadas democracias.
Por otro lado, la presencia de las Iglesias evangélicas en el continente está renovando la vida espiritual de un importante sector de la población. Este aumento de su presencia, ha sido un factor benéfico aún a la Iglesia Católica Romana, pues la está obligando (por lo menos a algunos de sus sectores) a revisar su pastoral y su liturgia, con el fin de evitar la fuga de católicos. ¿Qué encuentran y qué necesidades satisfacen en nuestras Iglesias esos miles de seres humanos que año con año se integran a nuestras comunidades?
De manera autocrítica, algunos líderes católicos reconocen que las Iglesias evangélicas están dando respuestas a necesidades espirituales reales que ellos no tienen la capacidad de atender. Esto, por supuesto, no debe verse en un sentido triunfalista, sino con una profunda responsabilidad. Pues para un pastor o pastora, la llegada de una nueva familia a su congregación es también una responsabilidad más de la que tendrá que dar cuenta al Señor de la historia.
Y si creemos en el sacerdocio universal de todo creyente, o en otras palabras: en la democratización de la responsabilidad ante Dios, el crecimiento numérico que han experimentado muchas Iglesias, por todas sus implicaciones pastorales y de discipulado, debe llamarnos a la reflexión autocrítica. Como también al gozo, pues, después de todo, del Señor es la obra y él la sostiene y la prospera con o sin nuestra ayuda, dejándonos tan solo observar sus frutos.
El auge de las migraciones en el mundo está jugando sin duda un papel importante en este despertar misionero de los países subdesarrollados. Hace cien años hacerse misionero significaba aprender otra lengua, vivir en medio de culturas completamente diferentes y sufrir los primeros meses (ya en el campo de trabajo) de indigestiones estomacales por condimentadas e indigeribles comidas. Generalmente, para cierto sectores misioneros, el trabajo requería de un tiempo de entrenamiento y un mínimo de escolaridad.
Pero para los latinoamericanos que asumen el reto misionero esto ya no es un problema, pues generalmente van a trabajar con comunidades de latinos migrantes establecidos en otros países. El modelo parece repetirse. Basta que un creyente latinoamericano emigre, para que con el paso del tiempo invite a su antigua Iglesia a enviar un misionero a iniciar obra evangelística entre sus nuevos vecinos y conocidos.
Resalto este aspecto porque es uno más de los factores que muestra la dinámica que están viviendo algunas de nuestra Iglesias. Todo este dinamismo interno supone altos grados de motivación y de compromiso de personas que han vivenciado experiencias personales y grupales muy significativas y profundas, producto de su conversión al Dios de la Biblia. El resultado de esta experiencia se puede ver a lo largo y ancho de América Latina en la multiplicación de comunidades evangélicas y en la infinidad de proyectos de servicio que con ayuda o sin ayuda externa las Iglesias impulsan.
Las iglesias evangélicas indígenas en Chiapas
El fenómeno que más me ha impactado en los últimos años lo encontré en las Iglesias evangélicas indígenas del sureste mexicano. Casi siempre vistos como menores de edad y fácilmente manipulables por su estado de ignorancia y marginación, los indígenas nos han mostrado en los últimos tiempos que la sociedad tiene un concepto de ellos que no se apega del todo con la realidad. Ni son menores de edad, ni son incultos (ya que poseen complejas culturas), ni son tontos porque no piensan ni razonan como nosotros, los no indígenas, educados al estilo y en las formas de la racionalidad occidental.
Es sorprendente la dinámica de vida de las Iglesias evangélicas indígenas en algunos países latinoamericanos, (como los países andinos), y la manera en cómo los propios indígenas han asumido el liderazgo de sus Iglesias. ¿Saben ustedes que en México el estado o departamento más protestantizado de todo el país es el de mayor población indígena? Mientras la media nacional de la población evangélica es más o menos del 5%, en el estado de Chiapas, ahí donde surgió el conocido movimiento indígena zapatista, la población evangélica sobrepasa el 30%. En su interior, hay poblaciones donde los indígenas evangélicos son mayoría, casi todos de tradición calvinista. El actual gobernador de este estado, Pablo Salazar Mendiguchia, es, por cierto, miembro de la Iglesia nazarena.
Después de estar en reuniones de pastores indígenas, de visitar sus seminarios y sus congregaciones, uno ve con sus propios ojos lo que produce la experiencia de la conversión y del compromiso que estos cristianos adquieren con su nueva fe. Con palabras semejantes, un joven pastor indígena presbiteriano me decía un día cuando me platicaba cómo se ganaba la vida a la par de su trabajo pastoral: “Ningún sacrificio es grande cuando de lo que se trata es de cumplir la voluntad de Dios, sirviendo a mi gente”. Y así lo hace: camina varios días para visitar 3 o 4 congregaciones perdidas en las montañas del sureste mexicano. Con líderes tan comprometidos y entregados a una causa, no extraña encontrar comunidades con tanta vida, que lo mismo difunden el estudio de la Biblia en sus propias lenguas autóctonas, como hacen obra social compartiendo con otros lo que les permite su propia pobreza.
Más allá de la anécdota, este espíritu de servicio y de entrega no lo encuentra uno sólo entre los indígenas. Por toda América Latina se puede ver a cristianos comprometidos con su fe e impulsando proyectos de servicio a sus comunidades. Unas más que otras, las diferentes Iglesias evangélicas, de las antiguas o nuevas tradiciones teológicas, se hacen presentes en la realidad de los pueblos latinoamericanos. Al ser parte de la misma realidad social, empiezan cada vez más a ser tomadas en cuenta por los gobiernos o las autoridades locales.
Por su crecimiento numérico, las Iglesias evangélicas son también buscadas (a través de sus líderes) por los partidos políticos en épocas de elecciones. Los millones de votos que hoy día representan ya no pasan desapercibidos, ni para los líderes políticos, ni para los líderes evangélicos que han aprendido también a utilizar en su beneficio ese potencial electoral. Esto ha traído un nuevo fenómeno en la historia reciente de América Latina: la irrupción generalizada en algunos países de sectores evangélicos en la arena política. Militancia que, por cierto, tampoco aparece por primera vez en nuestra historia eclesial.
Contrario a lo que había sido su posición y su práctica con respecto a la política (influidos por esas tendencias apolíticas y conservadoras de la época de la Guerra Fría que ya mencionamos), algunos sectores evangélicos irrumpen como nuevos actores en la vida pública. Cada vez más nos enteramos de casos de evangélicos que llegan a los parlamentos, o del papel importante que ha jugado el voto evangélico en la elección de algún presidente o de alguna autoridad local. Los casos recientes de Perú y de Brasil son de gran interés en este sentido.
Esta irrupción en la vida política ha tenido sus pros y sus contras y ha impactado irremediablemente en la vida de las Iglesias. Por un lado, ha traído los sinsabores de una intromisión en la vida política de gente inexperta que, ingenuamente, ha pensado que se puede usar fácilmente el poder político (cuando se alcanza) para beneficiar a las Iglesias evangélicas y facilitar su obra de evangelización a gran escala con el apoyo y los recursos de los gobiernos. Una réplica del histórico y tristemente conocido uso eclesiástico del poder político.
Por otro lado, y a partir del aprendizaje de experiencias fallidas (como la triste experiencia de la relación de los evangélicos con el ex presidente Alberto Fujimori en el Perú), la militancia política de algunos evangélicos está sirviendo también para afianzar y legitimar la presencia de nuestras Iglesias en las sociedades latinoamericanas. Más allá de las buenas o malas experiencias de estos nuevos actores políticos, es un hecho que obligará a la reflexión y al aprendizaje que, espero en Dios, sea lo suficientemente crítico para reconocer y corregir los errores ya cometidos.
Finalmente, con todo y sus problemas, las Iglesias evangélicas tienen ya un lugar en la historia espiritual de América Latina. Su sola presencia ha obligado a las clases políticas a revisar las leyes que protegen a las minorías. Lo cual ha sido un factor positivo para el desarrollo de nuestras endebles y nunca acabadas democracias.
Por otro lado, la presencia de las Iglesias evangélicas en el continente está renovando la vida espiritual de un importante sector de la población. Este aumento de su presencia, ha sido un factor benéfico aún a la Iglesia Católica Romana, pues la está obligando (por lo menos a algunos de sus sectores) a revisar su pastoral y su liturgia, con el fin de evitar la fuga de católicos. ¿Qué encuentran y qué necesidades satisfacen en nuestras Iglesias esos miles de seres humanos que año con año se integran a nuestras comunidades?
De manera autocrítica, algunos líderes católicos reconocen que las Iglesias evangélicas están dando respuestas a necesidades espirituales reales que ellos no tienen la capacidad de atender. Esto, por supuesto, no debe verse en un sentido triunfalista, sino con una profunda responsabilidad. Pues para un pastor o pastora, la llegada de una nueva familia a su congregación es también una responsabilidad más de la que tendrá que dar cuenta al Señor de la historia.
Y si creemos en el sacerdocio universal de todo creyente, o en otras palabras: en la democratización de la responsabilidad ante Dios, el crecimiento numérico que han experimentado muchas Iglesias, por todas sus implicaciones pastorales y de discipulado, debe llamarnos a la reflexión autocrítica. Como también al gozo, pues, después de todo, del Señor es la obra y él la sostiene y la prospera con o sin nuestra ayuda, dejándonos tan solo observar sus frutos.
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El Consejo Latinoamericano de Iglesias-CLAI, es una organización de iglesias y movimientos cristianos fundada en Huampaní, Lima, en noviembre de 1982, creada para promover la unidad entre los cristianos y cristianas del continente. Son miembros del CLAI más de ciento cincuenta iglesias bautistas, congregacionales, episcopales, evangélicas unidas, luteranas, moravas, menonitas, metodistas, nazarenas, ortodoxas, pentecostales, presbiterianas, reformadas y valdenses, así como organismos cristianos especializados en áreas de pastoral juvenil, educación teológica, educación cristiana de veintiún países de América Latina y el Caribe.
Los Felicito por su labor misionera
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