Por: Ubaldo Tejada Guerrero.
Analista Global.
José Matos Mar dijo, que desde los 40´, ha
comenzado una revolución silenciosa, producto de las grandes migraciones del campo
a la ciudad, cuyos nuevos escenarios, nos anuncian que estamos frente a un
Estado desbordado y una sociedad emergente,
Hoy la primaria (minería) economía peruana está
desacelerando su crecimiento, desde el 2,012 (6,5%) al 2,014 (2,38%), dependemos
exclusivamente del mercado externo, donde cuatro grandes movimientos regionales,
han marcado el Perú del siglo XXI: Moquegua, Bagua, Conga, y Tía María, en el
quehacer republicano hacia una democracia real y una ciudadanía plena.
Persistimos en políticas públicas y acuerdos de
gobernabilidad que nadie respeta, porque no aterrizan en cambios fundamentales,
sencillamente porque no nacen de la consulta ciudadana, ni de una democracia
participativa.
La pérdida de iniciativa de sucesivos
gobiernos, nos impulsa a reconocer que debemos de dejar de ser espectadores, porque
hoy se han modificado las circunstancias, afectando seriamente las condiciones básicas
de vida de las familias en el Perú.
Urge romper la práctica “normal”, que al llegar
al poder el candidato se olvide de sus promesas o de su plan de gobierno, es
momento de responder ¿Qué controles encontramos en nuestra Constitución? ¿Qué
elementos deben ser centrales en los planes de gobierno de los candidatos del
2,016? ¿Congresistas deben repetir el plato?
Vivimos una crisis estructural: violencia,
corrupción, delincuencia e impunidad institucionalizada en el mismo Estado, con
una respuesta política de gobernabilidad ausente, con una democracia,
instituciones y una ciudadanía precarias.
Éste siglo XXI dentro de los males de nuestra
patria, está creando formas reflexivas, propias de tiempos de incertidumbre y
cambio para nuevos escenarios políticos, donde es momento de decir en voz alta,
que ha terminado un ciclo republicano de una casta política, históricamente incapaz
de los retos de un Estado desbordado.
Narcotráfico, corrupción y delincuencia, al
margen de gobierno, economía, defensa nacional, educación, impuestos,
asistencia social, y de moral y ética, no trae paz, bienestar, progreso,
oportunidad de realización personal y social, con justicia y equidad.
Reconozcamos la dignidad y los derechos de los
otros, el respeto de las diferencias y el acceso a los bienes compartidos, el
valor de la solidaridad y la cercanía de unos con los otros, nuestro común campo
de acción: un territorio nacional, constituido por todos los ciudadanos y su
medio ambiente, como unidad soberana en la diversidad.
Frente a la corrupción, el control permanente ciudadano
a los candidatos, debe ser un principio no negociable, exigiendo una ética
ciudadana intachable, evaluando si su paso por la vida pública no ha dejado
“ningún borrón y cuenta nueva”, singularmente si su peregrinaje político ha
sido prolongado.
Las autoridades deben ser justas con los
ciudadanos, porque las decisiones de un poder pueden haber sido tomadas
legalmente, pero no son éticas, son inmorales. Lo mismo las decisiones del
poder judicial, pueden haber sido tomadas de acuerdo a ley, pero la moral
ciudadana las repudia, por atentar contra la vida humana, contra los servicios
que todo Estado democrático debe garantizar: agua, salud, electricidad,
educación, y otros.
En la actual situación nacional, las elecciones
2,016 serán apenas un episodio de un proceso mucho más amplio, de nuevos en
liderazgos éticamente creíbles, que serán reales cuando exista un verdadero
ejercicio ciudadano, con principios firmes, una renovación política y cultural,
cuyas bases morales y éticas sean los pilares.
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