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jueves, 15 de septiembre de 2011

LA JUSTICIA DE DIOS

(Isaías 11:1-10)

En el tiempo de Adviento recordamos cuatro énfasis del Evangelio predicado por nuestro Señor Jesucristo: el amor, la justicia, la paz y la esperanza. En esta oportunidad reflexionaremos sobre el tema de la justicia de Dios, cuya base es su amor. Hablar de la justicia en términos generales es referirse a dos realidades: la justicia ideal y la justicia humana.
Sobre la justicia ideal podemos decir que es la virtud que nos hace dar a cada cual lo que corresponde. Es lo que debe hacerse según derecho o razón. Para el pueblo de Dios, el Señor es justo, todos sus caminos son justos y no hay iniquidad. Esta justicia de Dios se asocia constantemente con su obra salvadora y con su amparo a los pobres, a los huérfanos, a las viudas y a los forasteros. Según la Escritura se señala que tanto el rey como el juez están a llamados a rescatar al oprimido y "aplastar al opresor" (Salmos 72:1-4; 82:1-8). En el Antiguo Testamento la justicia suele tomar una expresión social. Gran parte de la legislación del Pentateuco se dedica a la justicia social, hasta en los detalles más mínimos de la vida económica, política, militar y judicial.
Pero la realidad en ese tiempo era otra, porque había otro tipo de justicia hecha por los hombres. De ahí que los profetas condenaran la injusticia social de su tiempo, tanto en Israel como en las naciones vecinas (Amós 1 y 2). Todos ellos llaman al pueblo al arrepentimiento y a la restauración de la justicia para que "corra el juicio como las aguas, y la justicia como impetuoso arroyo" (Amós 5:24; Miqueas 6:8). Entre esos profetas, está el profeta Isaías que anuncia la venida del Mesías y que su reinado sería de paz y justicia (Isaías 11:1-10). Este era la esperanza mesiánica. Habría por fin paz y justicia.
Con la venida del Mesías, Cristo el Señor, todo esto sería realizado a través de su obra redentora. Sin embargo, el ambiente no era muy favorable. Habían luchas de poderes, desigualdad de clases sociales, mujeres y niños marginados, la justicia para los desvalidos no existía. El ambiente era desde ya una expresión de un orden social injusto. La presencia de Jesús, el Mesías, representaría la justicia de Dios entre la humanidad, la inauguración de un nuevo orden de justicia social, el cual lograría remover estructuras injustas. ¡Para eso había venido el Salvador!.
De ahí que la parábola de la viuda y el juez injusto (Lucas 18:1-8), refleja el otro tipo de justicia, es decir, la justicia humana. El relato de la misma nos da a conocer de cómo se administraba la justicia. Las viudas por su condición social eran marginadas, no les hacían caso. El juez, quien era el llamado a administrar justicia para todos, había decidido no atender a esta mujer. Sin embargo, según Jesús, esta mujer viuda nunca cesó en reclamar justicia. Ella tercamente insistió y es debido a su insistencia que el juez se ve obligado a defenderla. El mérito está en la posición firme de esta mujer en reclamar un derecho que le asistía. De esa acción logró lo que tanto estaba reclamando: justicia. Su insistencia logró exasperar al juez y lograr su objetivo.
Hoy en día hablar de justicia, para muchos, es una utopía. Los tiempos no han cambiado. Sigue habiendo explotados y explotadores, marginados y privilegiados, viudas abandonadas y mujeres con todo confort, jueces corruptos e inocentes en las cárceles, presos que se pudren en las celdas y presos en celdas doradas, estafadores que fugan con el dinero de ingenuos ahorristas y vendedores de ilusiones. Ante todo esto, las autoridades se hacen de la vista gorda y no pasa nada. Muchos ante esta situación prefieren someterse al chantaje o dar coimas para salir del apuro. La justicia en nuestras sociedades tiene un pecio. Se ha visto como muchos casos en que delincuentes y terroristas para alcanzar algún beneficio de parte del gobierno, han delatado sin ningún escrúpulo a muchos inocentes que aún siguen en las cárceles. ¿Habrá Navidad para todos ellos?.
Ahora bien, en medio de todo este ambiente corrupto, está la Iglesia llamada a cumplir su rol profético y dar señales de justicia y con ello dar esperanza de que la justicia verdadera triunfará. Que no es posible desanimarnos y que más bien debemos imitar a esa mujer viuda ante el juez injusto. Lo trágico de todo esto es cuando la Iglesia no quiere saber nada de las situaciones injustas. Con una actitud así estaría demostrando que ha perdido su razón de ser: predicar el evangelio de Jesús, basado en el amor y la justicia. Sus discursos serán huecos, sin sentido, carentes de identificación con el sufrimiento del pueblo, por lo tanto, no podrá realizar una pastoral eficaz y fructífera.
Queda preguntarnos como iglesia lo siguiente:
- ¿Qué haremos ante tantos casos de injusticia social?
- ¿Cómo proclamar a ese Jesús que vino a hacer justicia a aquellos que no la tienen?
Felizmente, aún existen hermanos y hermanas en la fe que practican la justicia como vocación. Es el amor verdadero al prójimo el que hace que asuman la defensa de muchos marginados por los jueces. Ellos y ellas en forma anónima realizan su labor y con su ejemplo nos dan señales de esperanza de que aún es posible hacer justicia.
Que en este tiempo de Navidad, no sólo admiremos la labor de los hermanos y hermanas, sino que nosotros(as) también practiquemos la justicia verdadera desde donde nos encontremos. Amén.

Rev. Lic. Jorge Bravo C.

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