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domingo, 18 de septiembre de 2011

La mesa redonda de Jesús

16 SEPTIEMBRE 2011
por Lisandro Orlov

Estimados hermanos y hermanas:
Les comparto un excelente artículo del pastor Lisandro Orlov (luterano-argentino); que generará mas de una reflexión y acciones para compartir.
Un fuerte abrazo, que el Dios de la vida les siga bendiciendo;
JesúsLavado
http://www.kairos.org.ar/blog/?p=640

Un «código secreto» que es imprescindible aprender a descifrar: cuando Jesús habla, piensa, siente y actúa lo hace en círculos, pero nosotros traducimos su mensaje en rectángulos.
Un día Jesús fue a comer a casa de un notable de los fariseos. Era sábado, así que éstos estaban acechando a Jesús … Al notar cómo los invitados escogían los lugares de honor en la mesa, les contó esta parábola:
Cuando alguien te invite a una fiesta de bodas, no te sientes en el lugar de honor, no sea que haya algún invitado más distinguido que tú.

Si es así, el que los invitó a los dos vendrá y te dirá: «Cédele tu asiento a este hombre». Entonces, avergonzado, tendrás que ocupar el último asiento. Más bien, cuando te inviten, siéntate en el último lugar, para que cuando venga el que te invitó, te diga: «Amigo, pasa más adelante a un lugar mejor». Así recibirás honor en presencia de todos los demás invitados. Todo el que a sí mismo se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido. También dijo Jesús al que lo había invitado: Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a tus vecinos ricos; no sea que ellos, a su vez, te inviten y así seas recompensado. Más bien, cuando des un banquete, invita a los pobres, a los inválidos, a los cojos y a los ciegos. Entonces serás dichoso, pues aunque ellos no tienen con qué recompensarte, serás recompensado en la resurrección de los justos.(Lucas 14.1,7-14)
Este es uno de esos textos bíblicos con los cuales tenemos que pelear y mucho.

No solo pelear con el texto sino también con los comentaristas diversos y con la tradición. Me cuesta aceptar que Jesús esté solamente preocupado por cuestiones de protocolo y que se transforme en un asesor de imagen y de comportamiento de etiqueta. Me duele en el alma pensar en Jesús imitando a la hija de un conde ruso que en la televisión argentina nos educa sobre la forma de utilizar los cubiertos en una mesa elegante.

Me preocupa pensar en Jesús indicando la forma de tomar la servilleta, sobre las copas que debo utilizar de acuerdo al color del vino, indicando los tenedores que debo utilizar con cada comida y las conversaciones que debo mantener. Me cuesta pensar que el núcleo de este texto bíblico sea simplemente consejos de buena educación o de humildad.

Si ser humilde consistiera en eso, simplemente con ocupar los últimos asientos en cada conferencia, iglesia o reunión política ya habríamos tocado el cielo con las manos. Sospecho que en este texto hay algo más recóndito, escondido, que exige que profundicemos para descubrirlo. Estoy seguro que estamos ante un mensaje cifrado, un «código secreto» de Jesús que es imprescindible aprender a descifrar.
Este texto del Evangelio seguramente estaba en la mente de muchos miembros de mi congregación de origen.

Cada domingo se sentaban en los últimos bancos de la iglesia porque esa era una regla que hacía visible nuestra «humildad». Algunos osados llegaban a sentarse en los bancos de la mitad del templo para no pecar de soberbios ocupando los primeros.

Siempre he tenido la sospecha y la experiencia propia de que aquellos que nos ubicáramos en el último lugar, en algún rinconcito de nuestro corazón teníamos la remota esperanza de que alguien nos viera y nos invitara a pasar a un lugar de honor para dejar con la boca abierta a todos los que queríamos impactar con nuestra «humildad».
Creo que olvidamos varios detalles que aparecen en la lectura de este texto: el caminar junto con las personas y los grupos vulnerables al VIH y al SIDA me ha hecho sumamente sensible a esos detalles.
Tenemos que tener en mente que este párrafo está ubicado en el camino de Jesús hacia Jerusalén, próximo al enfrentamiento final con los que tienen otra interpretación de las Escrituras y con aquellos que se sienten amenazados por su comunión con los estigmatizados. Tengo claro que nadie es condenado a la pena de muerte en una cruz por hacer recomendaciones de etiqueta, buenos modales y reglas de cortesía.
En este episodio tenemos dos clases de mesa.

Por un lado, la mesa de la casa de los jefes fariseos donde existe un arriba y un abajo, un adelante y un atrás: así son las mesas que se oponen a la mesa propuesta por Jesús. Lo que este texto bíblico pone en tela de juicio son los modelos de mesa que nos ofrecen la sociedad y aún muchas iglesias.

Simplemente basta contemplar los escalones, las divisiones y la ubicación de los asientos en los lugares de reunión de nuestras propias comunidades de fe como para percibir su parecido con la mesa de los jefes fariseos.

En muchas de nuestras congregaciones, los escalones diversos y sutiles nos indican que en nuestra teología y concepción de la iglesia aún perdura la idea del arriba y el abajo. Esos escalones son un atentado a nuestra afirmación teológica fundamental sobre el sacerdocio universal de todos los creyentes.
La forma en que colocamos los asientos en nuestras iglesias.

Tradicionales, elegantes, pesados, históricos― son un testimonio de que las mesas de los jefes fariseos aún perduran en nuestras prácticas y contradicen nuestra identidad confesional, nuestra igualdad bautismal y nuestra acción pastoral más simple.

A los creyentes se los ha colocado de tal forma que han dejado de ser protagonistas de la Cena del Señor para transformarse, por su ubicación espacial, en simples espectadores. Es por ello que actualmente muchas iglesias se sienten tan bien y confortables en viejos cines y teatros. Ésa es una clara opción teológica y no meramente un acontecimiento estético o práctico. La forma en que nos congregamos alrededor de la mesa de Jesús habla más que mil palabras teológicas.
Aquí lo que está en juego es la estructura jerárquica de esta mesa con sus arriba y abajo, con sus adelante y atrás.

La mesa de Jesús ya no tiene esas indicaciones sino que, en primer lugar, es una mesa y no una sala de conferencias. La invitación de Jesús es colocarnos alrededor de la mesa de la Palabra de Dios y de la Cena del Señor en la igualdad que nos concede el bautismo y la fe. Hablamos del núcleo de la comunidad cristiana, de su centro, pero no pensamos ni actuamos en redondo; seguimos pensando y actuando, como los jefes fariseos, en rectángulos con sus adelante y atrás. Y para peor, pensamos que hay personas de arriba y de abajo, pensamos que hay hermanos de adelante y de atrás. Vivenciamos nuestras comunidades de fe como se vivencian los aviones de larga distancia: algunos siguen siendo pasajeros de la clase económica o turista (porque siguen siendo extraños a la mesa), pero algunos son pasajeros de la primera clase o business por su ubicación en el espacio de la iglesia. Sin embargo, cuando Jesús habla, piensa, siente y actúa lo hace en círculos, pero nosotros traducimos su mensaje en rectángulos.
En este texto bíblico tenemos indicaciones tanto para el invitado o el huésped como para el anfitrión o el dueño de casa.

Muchas de las palabras dirigidas al invitado nos recuerdan el cántico de María, el Magnificat (Lc 1.46-55), donde se nos aseguran los cambios radicales que habrá en la estructura social del reino de Dios. Esa esperanza la compartimos hoy con las personas y los grupos en situación de vulnerabilidad al VIH y al SIDA. Recibimos con mucho gozo, alegría y fuerza la invitación a poner patas para arriba los valores de esta sociedad y aún de muchas iglesias, poner patas para arriba una interpretación de la Biblia propia de los jefes de los fariseos y sus mesas, para encontrar la hermenéutica de Jesús, con su mesa de comunión humana. Esto tiene consecuencias: el vivir y proclamar que los que están atrás son invitados a venir al centro y los que están afuera ahora son parte del núcleo tiene como consecuencia la cruz.
Para aquellos que estamos viviendo la realidad de la epidemia del VIH y el SIDA y el proceso de conversión al cual nos ha sometido la epidemia, las indicaciones de Jesús en este texto bíblico me parecen de una claridad y una fuerza revolucionarias. Cuando celebremos la Cena del Señor no invitemos a nuestros amigos que piensan exactamente como nosotros, que hablan nuestro idioma, que se visten igual a nosotros. Esas tres categorías —amigos, hermanos, y vecinos— se contraponen paradójicamente con la otra serie de tres a quienes debe ir la invitación: pobres, enfermos y ciegos. Que hermosa y misteriosa descripción de las personas y los grupos en situación de vulnerabilidad al VIH y al SIDA que encontramos cada día en nuestro caminar. No habría mejor forma de describirlos: nuestros estigmas y prejuicios les han hecho «pobres» cuando no tienen acceso a los medicamentos que aseguran calidad de vida, les hemos transformado en «lisiados y rengos» porque ponemos tantos requisitos para su ingreso a nuestras iglesias, les hemos transformado en «ciegos» porque ya no pueden ver a Jesús en nuestras vidas ni en nuestras comunidades de fe.
Por gracia y por perdón de Dios, hoy estamos nuevamente llamados y enviados a todos los grupos y personas que viven con VIH y SIDA para pedirles un perdón que va más allá de toda diplomacia, e invitarles a la mesa redonda de Jesús. Sabemos que son ellos la estirpe misteriosa y paradójica que Jesús quiere sentar a su mesa, donde todos somos núcleo de vida junto con él.
Dios de todas las mesas, que por puro amor gratuito nos has creado y nos has regalado también gratuitamente la Vida y la dignidad de ser tus hijos e hijas, danos un corazón grande para amar, fuerte para luchar y generoso para entregarnos nosotros mismos como regalo a quienes no son nuestros amigos, hermanos y vecinos, para entregarnos sin condiciones y sin esperar nada a cambio.

Amén.

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