Por: Ubaldo Tejada Guerrero – Analista Global
Miembro del Grupo Impulsor Kairós Perú - Trujillo.
Las
responsabilidades cristianas, vistas sólo como una ocupación, que principia y
termina en si mismas, desligadas de la práctica con la creación suprema de DIOS:
el ser humano, es un cristianismo muerto.
Hacerse
ciudadano cristiano es construir ciudadanía, es hacerse consciente de su
responsabilidad con los mas pequeñitos de sus hermanos, entendida que no debe
existir ni la tranquilidad indolente de mirar desde el balcón, ni la huida;
sino, el esfuerzo y la valentía, si queremos que DIOS esté con nosotros.
Lo
que es totalmente erróneo, creer que basta saber lo que es intelectualmente
cristianismo, con sólo saber que ha a través de la doctrina cristiana, ha
descubierto las fuentes de DIOS, para llegar a pensar que somos convertidos.
Nadie
es cristiano, por el sólo hecho de saber, en que consiste el cristianismo.
La
creación, varón o varona, empieza realmente a ser cristiano, cuando se hace
cristiano, cuando da su vida por los demás, significa hacerse cristiano. Nunca
antes, porque la ciudadanía cristiana es servicio a los demás.
En
la visión cristiana del desarrollo, ésta no se reduce al simple crecimiento
económico. Para ser auténtico debe ser integral, es decir, promover a todos los
hombres, y a todo el hombre.
Un
ciudadano cristiano no acepta la separación de la economía de lo humano. Lo que
debe contar es el ser humano, cada ser humano, cada institución de seres
humanos; su país y hasta la humanidad entera, con el resumen de que nada de la
creación debe sernos ajeno.
La
Biblia desde sus primeras páginas, nos enseña que la creación entera, es para
el ser creado por DIOS, por lo que tenemos que aplicar nuestro esfuerzo
inteligente para valorizarla y, por decirlo así, poniéndola a su servicio.
Si
la tierra ha sido creada, para procurar a cada uno, los medios de subsistencia
y los instrumentos de su progreso, todo ser humano tiene el derecho de encontrar
en ella lo que necesita, sin ninguna exclusión.
DIOS
ha destinado la tierra, y todo lo que en ella se contiene, para uso de todos
los seres humanos y de todos los pueblos, de modo que los bienes creados, deben
llegar a todos en forma justa, según la regla de la justicia, inseparable de la
caridad.
Todos
los demás derechos establecidos en el mundo, sean los que sean, comprendidos en
ellos, los de propiedad y libre comercio, a ellos están subordinados; no deben
estorbar, antes al contrario, facilitar su realización, por lo que hacerse
cristiano como un deber social grave y urgente, es hacerlos volver a su finalidad
primera de su creación: amar al prójimo.
Un
principio fundamental es que lo que damos a los pobres, le damos porque les
pertenece, porque lo que ha sido dado para uso de todos, nosotros nos lo hemos apropiado,
por lo que no aceptamos balanzas y pesas injustas.
En
resumen la tierra ha sido dada para todo el mundo y no solamente para los
ricos. Es decir, que la propiedad privada no constituye para nadie un derecho
incondicional y absoluto. Una ciudadanía cristiana entiende que un humanismo
cerrado, impenetrable a los valores del espíritu de DIOS, que es la fuente de
ellos, podría aparentemente triunfar, pero al fin y al cabo, sin DIOS no puede
menos que organizarla contra la creación suprema.
Al
final hacerse ciudadano cristiano (varón o varona) es edificación frente a toda
inacción y deserción en la gran contienda contra las potestades de éste siglo;
en la puesta en peligro de nuestra alma y la propia creación de DIOS.
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