Autor/a: Ángel Manzo Montesdeoca. 18/12/2012
Ángel Manzo es ecuatoriano, Pastor de la Iglesia TEAMO de la ACyM en Guayaquil, ministerio que dirige con su esposa Dolores, y sus hijos: Samantha, Andrés, Cristopher y Madelaine. Expositor del programa radial Reflexiones de Actualidad que se transmite por HCJB2, por más de 10 años al aire. Licenciado en Ciencias Humanas y Religiosas, Master en Teología Practica por FATELA, actualmente cursando la Maestría en Estudios Teológicos (UNA), participa en diversas actividades de educación bíblica teológica en América Latina y El Caribe.
“Por mi parte sostengo que el poder del evangelio
para la salvación y el bienestar en un contexto global depende de la
articulación cristiana de una visión crítica liberadora así como de un
compromiso teológico por la liberación”
Elisabeth Schüssler
“Cuando José despertó del sueño, hizo lo que el ángel del Señor le había ordenado: recibió en casa a [María] su esposa, y no tuvo relaciones conyugales con ella hasta que dio a luz un hijo, al que José puso por nombre Jesús”
Mt 1,24-25
Un día soñé:
“Que todas las naciones estaban unas contra otras. El Medio Oriente se había convertido en codicia de los más poderosos, mientras los países del mal llamado tercer mundo en solidaridad se unían a la lucha en defensa de los países abusados en sus derechos. Es como si todos hubieran olvidado que lanzar una bomba a un país hermano es asesinar a personas inocentes: niños, niñas, mujeres, jóvenes, hombres, ancianos y ancianas, personas con discapacidad. La ambición podía más, la sed de tener y poseer, ha remplazado el cuidado del prójimo. Las motivaciones egoístas han salido a la luz, la guerra de los más fuertes sobre los débiles se inicia abiertamente. Las religiones por su parte, han preferido ser indiferentes, no levantan su voz ni se involucran, el caos reina, y la perdición no es el infierno del más allá, sino el de aquí…”
¡Ay Dios mío! qué sueño, qué mal sueño, a buena hora solo fue eso, un sueño. Quienes han tenido la experiencia de tener malos sueños saben que lo más liberador en esta experiencia de sueños catastróficos es despertar. La salvación llega cuando despertamos, y nos damos cuenta que era solo eso, un mal sueño. Es que el sueño en lo seres humanos es un espacio para la proyección de sus más loables anhelos, o la experiencia del inconsciente con sus mayores temores.
De sueños saben muchos personajes bíblicos, desde el joven llamado Eutico que en pleno discurso de Pablo se quedó rendido del sueño al borde de la ventana (Hch 20,9), y desde luego José, hijo de David, también sabe de sueños, especialmente cuando uno se va a la cama con tantas preguntas sin ser respondidas, como aquellas que generó su experiencia de vida, al enterarse de que su esposa María estaba embarazada. Permítaseme especular las posibles interrogantes de José:
¿Por qué a mí? ¿Por qué si amo a Dios? ¿Se tratará de un castigo? ¿Será una prueba de fe? ¿Serán las consecuencias de mis antepasados con sus pecados generacionales? ¿Me equivoque con la mujer que elegí o me eligieron? ¿Cómo me pudo engañar? ¿Cómo no me di cuenta de la clase de mujer que era? ¿En qué momento pasó? ¿Será que yo soy el culpable? ¿Es por mi apariencia física? ¿En qué fallé? ¡Ay amor mío, que terriblemente absurdo es estar vivo! cantará con Luis Eduardo Aute. En fin, preguntas ante las que lo mejor que nos puede suceder es quedarnos dormidos, caer en el sueño para aliviar la falta de respuestas a una situación tan sensible como la que vivió José.
Respuestas y más preguntas sin responder
Pero, si nos imaginamos que el sueño soluciona las cosas, no es así en el caso de José. Si la situación ya de por sí estaban bastante mal para el hijo de David, peor con lo que le trae el sueño, donde un ángel trata de tranquilizar su temor, animándolo a acoger a María como su esposa; le aclara que no se trata de una infidelidad, sino que es obra de Dios. Además le otorga la misión de adoptar al niño como si fuera su propio hijo, que de paso ya se le había dado el nombre, que ahora él debía aceptar como si él mismo hubiese ejercido el derecho de su primogénito. El sueño era claro, José debía ser segundo. Cuestión nada fácil para un hombre cuya masculinidad se afirma por el honor de la procreación y la descendencia.
Si José se había quedado dormido con muchas preguntas, ahora despierta con más y nuevas preguntas: ¿Cómo debo llamar al niño, hijo mío o hijo de Dios? ¿Cómo será la relación con un niño que no es mío? ¿Cómo presentarlo ante los demás? ¿Me van a creer? ¿Será mi primogénito y heredero? ¿Estoy capacitado para educar a un hijo de Dios? ¿Qué va a suceder si me equivoco como padre? ¿Y si no logro llevarme bien con el niño? ¿Podré tener más hijos?
Ahora me pregunto: ¿Será que estas preguntas hicieron despertar del sueño a José? ¿quién sabe? Lo cierto es que José despertó del sueño e hizo todo lo que el ángel le había ordenado: acogió a María como su esposa y al niño como hijo legítimo al poner su nombre, Jesús.
Por más difícil que fue la experiencia de José, y lo desafiante del mensaje mientras soñaba, José despertó para asumir la historia. Y es que el proyecto redentor solo tenía sentido si José despertaba, pues la identidad de Jesús para el evangelista Mateo depende de su linaje, si Jesús no era acogido por José no podía ser hijo de David y dar cumplimiento a la promesa de que el Mesías sería un descendiente de David.
Pero, ¡bravo José! despertaste, y no dudo que haya sido difícil para ti, tal vez te levantaste con más preguntas que respuestas, pero asumiste lo que la historia te puso por delante. Es que cuando los problemas asoman, muchas veces como poniéndose todos de acuerdo para llegar en el mismo momento, sentimos que la vida se nos viene encima, y queremos soñar con los ojos cerrados y no levantarnos más, o levantarnos con la esperanza de que al despertar todo haya sido solo un mal sueño; pero levantarse, despertar y encontrarnos con todo allí, solo esperándonos, no es lo más alentador para asumir la historia.
Despertar como camino del cambio
¡Ay José!, como nos inspiras para despertar a muchas realidades con las que a veces queremos dormir y no despertar del sueño. Hoy nos animas a despertar para asumir la historia, aquella que cada uno vive y asume, con sus propios sinsabores y alegrías. Es que siendo francos, hay cosas ante las que a veces nos asusta despertar.
Despertar a la realidad puede generar crisis, especialmente para quienes han llevado la vida en una burbuja, sea en el seno de su hogar o cualquier espacio que ha tendido a alejarse constantemente de la realidad, o como dicen por allí, “del mundo malo y pecaminoso”. Pero toda crisis siempre es una oportunidad para el cambio, para algo mejor, de allí que el despertar sea el camino para el crecimiento y desarrollo de nuestros propios recursos.
Pero ¿para qué?
Despertar sí, para asumir el ministerio de la vida, la vocación humana de libertad y amor, la construcción de caminos siempre nuevos y cambiantes, los desafíos de la condición humana, llamada siempre a ser más.
Despertar para hacer realidad los sueños, ya que aunque los sueños son esenciales para proyectar la realidad, los sueños solo son sueños, estímulos para transformar la realidad o generarnos temor. Esto me hace pensar en los deseos y sueños que tienen muchas personas: quieren hacer esto, aquello, lo otro; sin embargo, solo es eso, sueños, anhelos nobles y sublimes, que nunca llegan a convertirse en el mínimo esfuerzo de cambio y compromiso, es decir, llegar a ser utopías movilizadoras.
Las implicaciones
Despertar es ver la realidad, dejarnos desafiar por ella, asumirla, comprometernos y encargarnos de ella. Ante la realidad de la vida siempre tenemos opciones de nuestra participación; como la historia del buen samaritano, podemos ser simples espectadores de la realidad o agentes para el cambio impulsados por una misericordia activa.
Despertar a la realidad con toda su complejidad, injusticia y gracia. Como podemos ver en muchas realidades, no siempre la justicia prevalece; muchas veces nuestro esfuerzo no tiene ningún reconocimiento, a decir verdad se enfrentan consecuencias, aunque todos optan por la sinceridad, pero cuando se elige ese camino nos volvemos vulnerables. Quienes nos aman muchas veces nos usan, y a veces solo servimos en la medida en que somos útiles para los demás. Pero la realidad está allí, sigue allí, y espera por una acción llena de esperanza, que sueñe y se comprometa con el cambio.
Pero ¿qué momento estás experimentando en tu vida hoy? ¿Qué actitud tienes frente a la vida? ¿Es un sueño del que quieres despertar o del que mejor prefieres que sea eterno? ¿Cómo familia, qué tiempo están afrontando? ¿Qué desafíos tenemos por asumir? ¿Qué llamados estamos rehusando acoger?
Es posible que las respuestas no se encuentren al despertar del sueño, pero seguro que aparecen en el camino del compromiso. La realidad no siempre es fácil de interpretar, pero siempre es un llamado a acoger y actuar con el discernimiento de la historia, aquella que cada uno de nosotros asume y se vuelve protagonista y gestor de los cambios necesarios desde su fe en Dios.
Que la Navidad sea ocasión para despertar y acoger el adviento de una realidad que exige nuestro involucramiento, un cambio de posición: de meros espectadores a participantes activos y militantes de su transformación; entonces pues, ¡A despertar se ha dicho!
“Señor, reconozco que a veces he dormido mucho como una escapatoria estratégica para no querer encarar la realidad y las situaciones difíciles de la vida. Hoy quiero que me despiertes, no solo del sueño sino de mi letargo de insensibilidad. Sé que la realidad no va a cambiar aunque siga durmiendo o despierte, la realidad estará allí esperándome. Te pido que trates conmigo dormido o despierto, quiero acogerte como mi esperanza e inspiración que necesita mi ser para ser esperanza y motivo de sueño a quienes los han perdido, pues como alguien dijo una vez “a quien iremos, solo tu tienen palabra de vida eterna”.
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