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viernes, 4 de enero de 2013

El concepto “política” desde el cristianismo

02/01/2013, Juan Pablo Espinosa Arce.
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En estas líneas queremos esbozar la relación o el diálogo que se puede establecer entre la política, su concepto, su praxis y la fe cristiana. Los parámetros que tendremos en consideración al momento de realizar nuestro desarrollo se concentran en los siguientes puntos:

1.El sentido histórico de la actividad política desde la Encarnación.
2.La propuesta profética del anuncio de las buenas noticia y de la denuncia de las estructuras que van en contra de la libertad y de la igualdad.
3.La actitud escatológica desde la praxis histórica y política que se realiza desde el Reino en la dialéctica del ‘ya’ y del ‘todavía no’.

Por medio de estos puntos, queremos leer la política a la luz de los principales presupuestos teológicos de la fe cristiana, y levantar categorías o conceptos que nos ayuden a comprender la realidad de la cual somos testigos y protagonistas.

1. El sentido histórico de la actividad política desde la Encarnación

Sin duda el misterio de la Encarnación del Verbo, constituye una de las grandes novedades del cristianismo respecto a otras religiones. Ahora ya no es el hombre el que se acerca a Dios, sino que es Dios mismo quien asume la condición terrena para poder entrar en un diálogo fructífero con el género humano. Jesucristo es llamado por los Sinópticos el “Emmanuel”, el Dios-con-nosotros, con lo cual se hace énfasis en esta relación. Jesucristo, es la palabra que Dios tenía que decir al mundo al final de los tiempos (ver Hb 1).
Jesucristo al pasar a formar parte de la historia, viene a dar sentido a la vocación terrena del hombre. No por nada el Vaticano II sostiene que a la luz del Verbo Encarnado se comprende el misterio del mismo hombre (Cf. GS 22) Con esto se sostiene que, el misterio de la encarnación es la “estructura fundamental y principio operativo de la existencia cristiana, es el sí de Dios a la historia humana” (Bucciarelli, 1974, p. 114). Dios en Jesucristo recorre nuestros caminos, conoce nuestras esperanzas, temores, nuestro ser partícipes de una determinada sociedad. Por la Encarnación, todo lo que es histórico fue iluminado de una u otra forma por Jesucristo, todo puede adquirir un valor cristiano. La misma comunidad creyente, comprende que desde el encuentro con Jesucristo no puede sino afirmarse como mundana, “en el sentido de que no excluye de su interés apostólico ninguna de las cosas del mundo” (Mullor, 1968, p. 10). Esto lo afirma el Vaticano II cuando sostiene que “todo lo que constituye el orden temporal, a saber (…) las instituciones de la comunidad política, las relaciones internacionales, y otras cosas semejantes…” (Apostolicam actuositatem, 7), ya adquieren un valor distinto por el hecho de estar constituidas dentro del plan creacional de Dios en Jesucristo.
Teniendo este presupuesto, podemos llegar a comprender la actividad política a la luz de la Encarnación. Hemos dicho anteriormente que el misterio del Verbo encarnado ilumina y le da un nuevo sentido a la historia y a las relaciones que dentro de ella se establecen. La política al ser parte de la realidad histórica y al comportar necesariamente las relaciones entre los hombres, también resulta afectada por la luz del Verbo. Lo que la Encarnación viene a suprimir es la abstracción religiosa o antropológica, ya que ahora ya no es una mera teoría o conjunto de doctrinas, sino que todo se fundamenta en el encuentro que Dios en Jesucristo tiene con el hombre.
La política se asume como socialización, como promoción del bien común desde el respeto, la igualdad, la solidaridad. Lo que el cristiano, el creyente, debe realizar siempre a la luz de la Encarnación, es “tener conciencia de la vocación particular y propia que tienen en la comunidad política; en virtud de esta vocación están obligados a dar ejemplo de sentido de responsabilidad y de servicio al bien común” (GS 75) Jesús asumió la vocación de estar encarnado en los problemas de su tiempo. El creyente que está ‘cristificado’ en virtud del bautismo, deberá promover y ejercer esta misma vocación profética, pero esto lo veremos en el punto siguiente.

2. La propuesta profética del anuncio de las buenas noticia y de la denuncia de las estructuras que van en contra de la libertad y de la igualdad

Queremos rescatar el aspecto profético, ya que este presenta esa doble relación existente entre el anuncio de buenas nuevas y por otro lado, las denuncias de aquellas estructuras que van coartando las libertades de los hombres. El sentido profético se comprende como “aceptar la historia como un lugar en que Dios se manifiesta” (Bucciarelli, 1974, p. 177). Es interesante comprender que el profeta bíblico no se presenta como el adivino que proyecta sus predicciones hacia futuros desconocidos, sino que es un hombre o una mujer que tiene un claro sentido social, encarnado en la historia de su pueblo, y que puede leer los acontecimientos temporales y discernirlos a la luz de la fe y de la Palabra revelada en la historia.
Es interesante ver algunas de las actitudes fundamentales del profeta o del discípulo. Lo importante que se debe considerar en la apertura de la fe a la revelación divina, es una capacidad concreta y una actitud de escucha y de lectura de la presencia de Dios mediante los signos de los tiempos. Veamos el texto de Isaías: “mañana tras mañana despierta (el Señor) mi oído para escuchar como los discípulos” (Is 50,4) La actitud del discípulo era la de sentarse a los pies de su maestro para aprender de él. El ‘oído despierto’, denota un claro sentido de fidelidad, es poner nuestra atención en la revelación. También Isaías habla de que el profeta o el discípulo debe ‘confortar con la palabra’, esto es, anunciar las buenas nuevas de Dios y denunciar aquello que va dañando los derechos de la persona. San Pablo retomará esta misma reflexión cuando escribe “lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le aman” (1 Cor 2,9) Lo anterior se presenta como una invitación a vivir la sabiduría que Dios otorga a quienes están dispuestos a escuchar su voz en los signos de los tiempos, en la historia, en la política, en la pedagogía, en fin, en la historia comprendida como lugar de encuentro con Dios.
Vemos también como los profetas utilizan categorías sociales, políticas, culturales, económicas o religiosas para expresar la voluntad de Dios, el cual se posiciona en la línea de los excluidos de los sistemas. Desde esta opción, el profeta anuncia la voluntad de Dios que fundamentalmente es el respeto por la dignidad, esto contenido en el anuncio de “la liberación política del hombre, la liberación humana a lo largo del curso de la historia, la liberación del pecado y la entrada en comunión con Dios” (Bucciarelli, 1974, p. 178). Junto a esta proclamación de buenas noticias, el profeta denuncia aquello que va en contra de lo que anteriormente hemos expuesto, de aquello que coarta las libertades.
El mismo Jesús retomará la línea profética veterotestamentaria, desde el anuncio de un tiempo favorable y de un Evangelio, dirigido especialmente a los marginados del sistema judío. Queremos citar el texto con el que se da inicio al ministerio de Jesús en Galilea, en cuyos versículos se presenta la imagen del enviado de Yahvé: “El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor. (…) Esta Escritura, que acabáis de oír, se ha cumplido hoy” (Lc 4, 16-19.21) Consideramos que este texto refleja el ‘programa político’ de Jesús, político en el sentido de entablar relaciones humanas desde los procesos de liberación de estos ‘sujetos escatológicos’. Lo que Jesús declara está “realizándose en hechos históricos liberadores”, ya que “anuncia su cumplimiento pleno y lo impulsa efectivamente a la comunión total” (Bucciarelli, 1974, p. 178).

3. La actitud escatológica desde la praxis histórica y política que se realiza en el ‘ya’ de la historia pero que tendrá su consumación en el ‘todavía no’

Decíamos anteriormente que Jesús anuncia las buenas nuevas a los marginados y excluidos de Israel por causas de enfermedades o por ser pecadores. Estos grupos se vienen a constituir como ‘sujetos escatológicos’, entendidos como aquellos primeros destinatarios de la acción de Dios que acontece en los últimos tiempos. Ahora bien, ¿de qué manera vamos a entender la escatología? La escatología nos habla de la esperanza que se aloja en el tiempo presente pero que se va proyectando a lo que será el futuro. Es un llamado a la espera, pero también a no dejar de lado el devenir histórico. La escatología debe provocar una praxis histórica que dé testimonio de la esperanza del Reino. El creyente debe establecer un juicio crítico sobre la existencia y, en palabras del Concilio Vaticano II, auscultar los signos de los tiempos.
La escatología cristiana nos aporta una visión nueva sobre la realidad, en donde el esperante cristiano está proyectado en dirección del futuro esperado, pero con la exigencia de permanecer en constante vigilancia de las realidades presentes, en las cuales y a pesar de la presencia del Reino, evidenciamos señales de muerte y opresión, especialmente con los sectores más excluidos. Lo que aquí se promueve es una praxis escatológica basada en la justicia y la libertad, ambas implicadas en la promesa de la resurrección.
Uno de los aspectos que nos servirán para hacer el nexo entre escatología y política o compromiso social, está contenido en la visión histórica que la primera posee. La escatología es “una protesta contra el mal, contra la injusticia social reinante. Por otro lado, esta teología también expresa la esperanza en la nueva creación donde la plenitud de la vida humana será la concreción histórica de la eterna voluntad de Dios” (Ocaña, 2008, p. 12) Desde esta perspectiva se desarrolla toda la acción de Jesús, ya que su anuncio se realiza en esta clave teológica e histórica. Quizás uno de los textos más ejemplificadores es el discurso escatológico de Mateo 25, en el cual el Hijo del hombre anuncia que las acciones realizadas para con los más ‘pequeños’, fue al mismo personaje divino al que se le realizó. Con esto se produce un llamado a la acción histórica impulsada por la justicia.

CONCLUSIÓN

Concluiremos el apartado de escatología y política con el nexo que nos presenta el Vaticano II. El Concilio provocó una revalorización de la historia como lugar teológico en la cual los hombres son interpelados a escuchar la voz de Dios que resuena en el tiempo. A partir de esto, se establecen también diferentes lineamientos desde los cuales se invita a la comunidad a actuar desde los desafíos que comporta el mensaje de Jesús. Es así como “surge una pregunta decisiva también para la escatología, a saber, la de una concepción cristiana del quehacer político” (Noemí, 1988, p. 59). Por ello, las iglesias deben ser conscientes de la necesidad de un discernimiento teológico en clave política, económica, pedagógica, cultural, estructuras temporales encarnadas en la historia, y visualizar en ellas los signos de la presencia de Dios, de manera de que viendo nuestra realidad seamos capaces de juzgarla desde los principios del Evangelio y del Reino y actuar favorablemente ayudando a concretar el gran kairós que representa la liberación y la dignificación de los sujetos sociales que se apropian del Evangelio y realizan la subversión de la historia que se concretará en la escatología, en el todavía no de nuestro peregrinar transitorio por las sendas del mundo y la cultura.

Referencias:
-Bucciarelli, C. (1974). Realidad juvenil y catequesis. Central Catequística Salesiana: Madrid.
-Mullor, J. (1986). La nueva cristiandad, apuntes para una teología de nuestro tiempo. BAC: Madrid.
-Noemí, J. (1988). Sobre el enfoque escatológico del Concilio Vaticano II y su vigencia en la teología católica. Teología y Vida, XXIX, 49-59.
-Ocaña, M. (2008). Lectura teológica-apocalíptica del tiempo latinoamericano. Signos de vida, 48, 11-14.

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