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sábado, 16 de junio de 2012

ADIOS A UN PADRE CAMPESINO

Cuando estábamos muy niños, vivíamos allá en el campo. En ese campo duro, sin comodidades, sin juguetes, sin parques, sin carros, sin televisión, sin luz eléctrica, sin muchas cosas... Pero teníamos papás. Teníamos una madre maravillosa, que no comía por darles a sus hijos. Y un padre que no dormía por trabajar para ellos.

Cuando estábamos muy niños, vivíamos allá en el campo. En ese campo duro, sin comodidades, sin juguetes, sin parques, sin carros, sin televisión, sin luz eléctrica, sin muchas cosas... Pero teníamos papás. Teníamos una madre maravillosa, que no comía por darles a sus hijos. Y un padre que no dormía por trabajar para ellos.
Este padre, Francisco Ochoa, era nuestro héroe, nuestro libro de cuentos, nuestra luz contra los miedos, nuestro orgullo, nuestra protección, a veces nuestro juguete, o nuestro televisor. Lo era todo.
El no tenía cultura y siempre he creído que de haberla tenido habría sido uno de los de renombre nacional. No tuvo dinero, pero espiritualmente fue rico. Dios, aparte de valores, le dio a papá una inteligencia admirable. Años después he comprendido que desde su humildad fue grande. Muchas noches, cuando regresaba, fatigado, de su duro trabajo, en sus rodillas, o sentados ante un fogón, sus pequeños, con ojos expectantes, en silencio y maravillados, sin que el sueño de niños pudiera vencernos, le oímos unos cuentos que nunca he leído y jamás volveré a escuchar.
El gran cuentista creó para nosotros, hombres altísimos que tocaban las nubes, hizo unos magos que ayudaban a las princesitas, inventó reyes y cenicientas, dibujó miedos, le creó unos obstáculos invencibles al diablo, nos mostró perros voladores, desvió ríos, creó un pañito mágico en que un padre traía el pan a sus hijos y, sobre todo, hizo cuentos didácticos sobre la honestidad, los valores, el trabajo, el respeto. Después entendí que él, con una sabiduría excepcional, estaba educando a sus hijos, haciendo lo que tanto piden hoy a padres y maestros, pues cada cuento era una lección.
Hoy se ha ido este escritor sin tinta ni hojas blancas; el cuentista más grande que he conocido. Se ha ido un padre que no les pudo dejar dinero a sus hijos, pero les dejó ejemplos de honradez, de saber ganarse honestamente la vida, de ser serviciales, de carecer de ambiciones desmedidas. Que nos enseñó una virtud que jamás terminaré de agradecerle: la de ser discretos. La de que cuando no se es el rey, hay que saber ser peón y guardar siempre las distancias. Todo ello nos lo mostró a punta de cuentos y de su ejemplo.
Se fue por siempre mi padre. Es un camino natural y sabemos que el momento llegará, pero duele muy hondo cuando llega. Se fue un campesino humilde que luchó por sus hijos día a día, que sudó mares para darnos el pan, trabajando de sol a sol; que caminó a pie limpio desde su entrañable Suaita hasta Duitama, detrás de una recua, para venir a endulzarles con su miel la vida a los del altiplano. Que caminó un día, dos, tres y ocho, tras filas de mulas cargadas de madera que sabía eran para muebles finos que él jamás usaría, porque jamás los tuvo. O que desyerbó meses el surco para educar a sus hijos, para que, como decía, no se queden siempre para arrancar yerba . El había sufrido mucho y quería que los chinos estudiaran y se fueran para Bogotá a ver si no se joden tanto por aquí .
Hoy, al despedirlo, solo me viene esa imagen de cuando estábamos niños. Vivíamos en dos fincas pequeñas, una ganada a punta de azadón. A veces, en las tardes, él dejaba a dos o tres de sus hijos con el Angel de la Guarda y con los héroes de sus cuentos. Cuando se echaba su ruana al hombro, nos tomábamos de las manos y lo veíamos partir con nuestros ojos llenos de lágrimas hasta cuando se ocultaba tras una lomita. Llorábamos hasta que el sueño venía por nosotros. Al otro día amanecía bonito y ya estábamos con papá. No había miedos.
Hoy mi padre se ha echado la ruana al hombro y se va para la otra finca. Lo veremos ocultarse en esa lomita. Será una noche larga quizá, nuestros ojos estarán llenos de lágrimas, pero ya vendrá el amanecer bonito en que estaremos todos con papá.
Descanse en paz, mi viejo. Y Dios bendiga a quienes acompañaron a mi familia, de una u otra forma, a despedir a este padre campesino cuyos valores son nuestra hoja de vida.

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