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miércoles, 7 de noviembre de 2012

Jesus: El lider perfecto



Por el Presidente Spencer W. Kimball

Hay muchísimas cosas que se podrían decir tocante a la extraordinaria capacidad de liderazgo del Señor Jesucristo, mucho más de lo que podría expresarse en un artículo o en un libro, pero quisiera señalar algunos de los atributos y aptitudes que Él demostró tan perfectamente. Estas mismas aptitudes y cualidades resultan importantes para nosotros si es que deseamos tener éxito perdurable como líderes.

Los principios concretos

Jesús sabía quién era y la razón por la que estaba en este planeta, lo cual le permitía guiar a Sus seguidores basado en la certeza personal y no en la incertidumbre o en la debilidad.

Jesús actuaba en base a principios o verdades concretos en vez de limitarse a establecer las reglas sobre la marcha. Por eso, Su estilo de liderazgo era no sólo correcto sino también constante. Muchos de los líderes seculares de hoy son como los camaleones: cambian sus tonos y puntos de vista para adaptarse a la situación, con lo cual sólo confunden a sus socios y seguidores que no pueden estar seguros del curso a seguir. Quienes procuran el poder a expensas de los principios a menudo terminan por hacer casi cualquier cosa para perpetuarlo.

Jesús dijo muchas veces: "Ven, sígueme". El Suyo era un método de "Haz lo que yo hago", más bien que de "Haz lo que yo digo". Su brillante inteligencia innata le hubiera permitido hacer gran ostentación, pero con eso habría dejado atrás a Sus seguidores. Él caminó y obró con aquellos a quienes tenía que servir. El Suyo no fue un liderazgo a la distancia; no temía a las amistades estrechas, ni a que Sus seguidores se desilusionaran si se le acercaban demasiado. La levadura del verdadero liderazgo no puede levantar a nadie a menos que acompañemos y sirvamos a aquellos a quienes tengamos que dirigir.

Jesús se mantuvo virtuoso y así, cuando quienes le rodeaban estaban tan cerca de Él que podían tocar el borde de Su manto, la virtud emanaba de Él (véase Marcos 5:24–34).

El comprender a los demás

Jesús era un líder que escuchaba. Debido a que amaba a los demás con un amor perfecto, escuchaba sin ser condescendiente. Un gran líder es aquel que escucha, no solamente a los demás sino también a su conciencia y a la inspiración de Dios.

Jesús era un líder paciente, persuasivo y amoroso. Cuando Pedro desenvainó la espada y golpeó al siervo del sumo sacerdote cortándole la oreja derecha, Jesús le dijo: "...Mete tu espada en la vaina…" (Juan 18:11). Sin enojo ni agitación, serenamente Él sanó la oreja del siervo (véase Lucas 22:51), y Su reprensión a Pedro fue bondadosa pero firme.

Por amar a Sus seguidores, Jesús estaba en condiciones de decirles la verdad, de ser sencillo y sincero con ellos. Hubo veces en que amonestó a Pedro, precisamente porque lo amaba, y éste, por ser un gran hombre, pudo madurar gracias a esas amonestaciones. Hay un maravilloso pasaje en el libro de Proverbios que todos debemos recordar:

"El oído que escucha las amonestaciones de la vida, entre los sabios morará.

"El que tiene en poco la disciplina menosprecia su alma; mas el que escucha la corrección tiene entendimiento" (Proverbios 15:31–32).

Sabio es el líder o el discípulo que puede hacer frente a las "amonestaciones de la vida". Pedro pudo hacerlo, pues sabía que Jesús lo amaba y fue por eso que el Señor lo preparó para ocupar un alto lugar de responsabilidad en el reino.

Jesús veía el pecado como algo malo, pero también lo veía como algo que provenía de necesidades profundas e insatisfechas de parte del pecador. Esa percepción le permitía condenar el pecado sin condenar al pecador. Del mismo modo, nosotros podemos poner de manifiesto nuestro amor hacia otras personas, aun cuando tengamos la responsabilidad de reprenderlas. Tenemos que ser capaces de ver en lo más profundo de la vida de los demás a fin de percibir las causas básicas de sus fracasos y defectos.

El liderazgo abnegado

El liderazgo del Salvador era abnegado. Siempre puso Sus necesidades y a Sí mismo en segundo plano y dedicó Su tiempo a ayudar a Sus semejantes en todo momento, y lo hizo infatigable, amorosa y eficazmente. Muchos de los problemas del mundo actual son causados por el egoísmo y el egocentrismo de muchas personas que exigen, implacablemente, demasiado de la vida y de los demás a fin de satisfacer sus propias demandas. Esa actitud es completamente contraria a los principios y prácticas que ejemplificó el líder perfecto, Jesús de Nazaret.

El liderazgo de Jesús destacaba la importancia de saber discernir con respecto a otras personas, sin procurar controlarlas. Él se preocupaba por la libertad de Sus seguidores de escoger cuál será su curso; e incluso Él mismo, en aquellos momentos tan trascendentales, tuvo que optar voluntariamente por sufrir en Getsemaní y ser clavado en la cruz del Calvario. Él nos enseñó que no puede haber progreso sin verdadera libertad. Uno de los problemas del liderazgo de manipulación es que no surge del amor que se sienta por los demás sino de una necesidad de aprovecharse de ellos. Esos líderes se concentran en sus propias necesidades y deseos y no en los de los demás.

Jesús tenía la habilidad de contemplar los problemas y a la gente en perspectiva. Él podía calcular el efecto y el impacto a largo plazo de Sus palabras, no sólo en los que las escucharían entonces, sino también en quienes las leerían dos mil años después. Muchas veces, los líderes seculares se apresuran a resolver los problemas deteniendo el sufrimiento presente y de ese modo crean dificultades y sufrimiento mayores más adelante.

La participación

Jesús sabía cómo dar participación a Sus discípulos en el proceso de la vida. Les dio cosas importantes y concretas para hacer a fin de que lograran su propio desarrollo. Otros líderes han tratado de ser tan competentes que se han esforzado por hacerlo todo ellos mismos, lo cual produce escaso progreso en los demás. Jesús confía en Sus seguidores hasta el punto de compartir Su obra con ellos para que progresen. Ésa es una de las lecciones más grandiosas de Su liderazgo. Si hacemos a un lado a otras personas con el propósito de cumplir una tarea más rápida y eficazmente, la tarea se hará pero los seguidores no obtendrán el progreso y el desarrollo que son tan importantes. Debido a que Él sabe que esta vida tiene un gran propósito y que hemos sido puestos en este planeta para obrar y progresar, ese progreso se transforma en uno de los grandes fines de la vida así como en un medio para lograr ese fin. Podemos proporcionar información correctiva a otras personas cuando cometan errores y hacerlo de una forma amable y beneficiosa.

Jesús no tenía temor de exigir lo necesario a aquellos a quienes dirigía. Su liderazgo no era condescendiente ni flojo. Tuvo el valor de llamar a Pedro y a otros hombres diciéndoles que abandonaran sus redes de pescador y lo siguieran, no después de terminada la temporada de pesca ni después de sacar llena otra red, sino de inmediato, en ese momento. Él hacía saber a las personas que creía en ellas y en sus posibilidades, lo cual le permitía ayudarles a expandir su alma por medio de nuevos logros. Gran parte del liderazgo secular es condescendiente y, en muchos aspectos, despectivo hacia la humanidad porque trata a la gente como si fuera necesario mimarla y protegerla de continuo. Jesús creía en Sus seguidores, no sólo por lo que eran sino por lo que podían llegar a ser. Mientras que los demás podrían haber visto en Pedro sólo un pescador, Jesús pudo verlo como un magnífico líder religioso, valiente y fuerte, que dejaría su marca en muchos seres humanos. Si amamos a los demás, podemos ayudarles a progresar exigiendo de ellos cosas razonables y reales.

Jesús confió a las personas verdades y tareas que estaban en proporción a su capacidad. No las abrumó con más de lo que podían hacer, sino que les dio lo suficiente para expandir su alma. Él estaba interesado en los aspectos básicos de la naturaleza humana y en producir cambios perdurables y no simplemente cambios superficiales.

La responsabilidad

Jesús nos enseñó que no solamente somos responsables de nuestras acciones sino también de nuestros pensamientos; es sumamente importante que recordemos eso. Vivimos en una época de "seguros sin culpabilidad" y de "no culpabilidad" también en otros casos de la conducta humana. Por supuesto, no es posible exigir responsabilidad sin principios concretos. Un buen líder tendrá presente que es responsable ante Dios así como ante aquellos a quienes dirige. Al exigirse responsabilidad a sí mismo, estará en mucho mejor posición de asegurarse de que los demás también se responsabilicen de su conducta y actuación. La gente tiende a funcionar de acuerdo con las normas ejemplificadas por sus líderes.

La buena administración del tiempo

Jesús nos enseñó también cuán importante es hacer buen uso del tiempo. Esto no significa que no deba haber nunca recreación, porque debe haber tiempo para la contemplación y la renovación, pero nunca para desperdiciarlo. La administración de nuestro tiempo es asunto de suma importancia y podemos ser buenos administradores sin desesperarnos ni ser entremetidos. El tiempo es algo que no se puede reciclar; cuando se nos va, se nos va para siempre. La tiranía de lo trivial consiste en que anula a las personas y los momentos verdaderamente importantes; lo insignificante esclaviza a lo trascendental y con demasiada frecuencia dejamos que la tiranía continúe. La buena administración del tiempo es, en realidad, una buena administración de nosotros mismos.

El liderazgo secular

Las personas a quienes más queremos, admiramos y respetamos como líderes de la familia humana tienen nuestra admiración porque representan, de muchas formas, las cualidades que Jesús tenía como persona y como líder.

Contrariamente, los líderes que a lo largo de la historia han resultado más nefastos para la humanidad lo fueron precisamente porque carecían casi por completo de las cualidades exhibidas por el Hombre de Galilea. Jesús fue abnegado, ellos fueron egoístas; a Jesús le preocupaba la libertad, a ellos el dominio; Jesús estaba interesado en prestar servicio, ellos en obtener importancia social; Jesús se ocupaba de atender a las necesidades de los demás, ellos se ocuparon sólo de sus propios intereses; Jesús se interesaba en el desarrollo de Sus discípulos, ellos procuraron manipular a los seres humanos; Jesús estaba lleno de compasión combinada con justicia, ellos estaban llenos de crueldad e injusticia.

Quizás no todos podamos ser un ejemplo perfecto de liderazgo, pero todos podemos hacer un sincero esfuerzo por acercarnos a ese grandioso ideal.

Nuestro potencial

Una de las grandes enseñanzas del Hombre de Galilea, el Señor Jesucristo, fue que todos llevamos dentro inmensas posibilidades. Al instarnos a ser perfectos así como nuestro Padre que está en los cielos es perfecto, Jesús hablaba en serio y nos dio a conocer una extraordinaria verdad en cuanto a las posibilidades y al potencial que tenemos. Es una verdad asombrosa, tanto que es difícil contemplarla. Él, que no mentía, procuró con ella atraernos para que avanzáramos por el camino hacia la perfección.

No somos todavía perfectos como Jesús, pero a menos que los que nos rodean puedan percibir que nos esforzamos y mejoramos, no podrán vernos como ejemplos sino que nos verán como personas carentes de seriedad en cuanto a lo que debemos hacer.

Cada uno de nosotros tiene más oportunidades de hacer el bien y de ser bueno de las que en realidad aprovecha; esas oportunidades nos rodean por todas partes. Sea cual sea en la actualidad nuestro círculo de buena influencia, si mejoráramos nuestra actuación aunque fuera un poco, ese círculo se ampliaría. Si nos preocupáramos por mejorar nuestra actuación al respecto, hay muchas personas que aguardan para que les extendamos una mano y las amemos.

Debemos recordar que esos seres humanos que encontramos en los estacionamientos, en las oficinas, en los ascensores y en otros lugares son parte de la humanidad que Dios nos ha dado para que amáramos y sirviéramos. Poco nos beneficiaría hablar de la hermandad de la humanidad si no podemos contemplar a todos los que nos rodean como nuestros hermanos. Si nuestra demostración de sentimientos humanitarios resulta poco llamativa o parece pequeña, debemos recordar la parábola que nos dio Jesús en la cual nos hace notar que la grandeza no siempre es un asunto de tamaño ni de comparación, sino de la calidad de nuestra vida. Si empleamos bien nuestro talento y nuestras habilidades y las oportunidades que nos rodean, eso no pasará inadvertido para Dios. Y a aquellos que obren bien con las oportunidades que se les ofrezcan ¡se les ofrecerán aún más!

Las Escrituras contienen muchos ejemplos maravillosos de líderes que, aunque no eran perfectos como Jesús, fueron sumamente eficientes; el leerlos, y el hacerlo a menudo, nos haría mucho bien. Hay veces en que olvidamos que las Escrituras nos ofrecen siglos de experiencia en liderazgo, y, lo que es más importante, nos dan los principios inalterables de acuerdo con los cuales debe funcionar el verdadero liderazgo a fin de tener éxito. Las Escrituras son el manual de instrucciones para el futuro líder.

El líder perfecto

No necesito justificación por mencionar algunos de los logros de Jesucristo para ayudar a los que quieran tener éxito como líderes.

Si queremos lograr el éxito, ahí está nuestro modelo. Todas las ennoblecedoras, perfectas y hermosas cualidades de la madurez, de la fortaleza y del valor se encuentran en Su Persona. Cuando una enorme y airada muchedumbre, armada hasta los dientes, fue a tomarlo prisionero, Él la enfrentó con resolución y dijo: "...¿A quién buscáis?".

Sorprendidos, los de la muchedumbre respondieron: "...A Jesús nazareno". "...Yo soy", les dijo Jesús de Nazaret con altura y valor y con poder; y ellos "retrocedieron, y cayeron a tierra". Por segunda vez les preguntó: "...¿A quién buscáis?", y después que lo nombraron, les dijo: "...Os he dicho que yo soy; pues si me buscáis a mí, dejad ir a éstos [Sus discípulos]" (Juan 18:4–8).

Tal vez lo más importante que les pueda decir en cuanto a Jesucristo, más allá de todo lo que he dicho, es que Él vive y en verdad posee todas las virtudes y los atributos de los que nos hablan las Escrituras. Si pudiéramos llegar a saber eso, conoceríamos la realidad fundamental del hombre y del universo. Si no aceptamos esa verdad y esa realidad, entonces no tendremos los principios inalterables ni las verdades trascendentales por las cuales podamos vivir con felicidad y prestar servicio. En otras palabras, nos resultará muy difícil llegar a ser líderes productivos a menos que reconozcamos la realidad del líder perfecto, Jesucristo, y le permitamos ser la luz que nos alumbre el camino.

(Véase "Jesús: El líder perfecto", Liahona, agosto de 1983, págs. 7–11.)

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