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jueves, 21 de abril de 2011

EL DIOS CREADOR SOSTIENE AL MUNDO DE CADA DÍA

POSTED BY Leopoldo Cervantes-Ortiz / 06 Enero , 2011 / Posteado en Universos Contiguos

1. La fe bíblica en el Dios creador y sustentador

Cuando el gran teólogo Gerhard von Rad explica la fe en el Dios creador según el Antiguo Testamento advierte con claridad que los “mejores” textos que la evidencian no son los correspondientes al Génesis sino los testimonios que aparecen en los salmos, especialmente el 104, en donde se contempla la naturaleza y el cosmos y se reflexiona sobre el cuidado de Dios para su creación a partir de una comprensión de las intervenciones salvíficas de Dios en la historia: “El credo cultual primitivo no contenía nada sobre la creación. Israel descubrió la justa relación teológica entre ambas tradiciones, cuando aprendió a considerar la creación en el contexto teológico de la historia salvífica”.[1] De ahí que se pueda hablar, con justa razón, de “las buenas nuevas de la creación”.[2] Así, más allá de los compromisos de la alianza, el creyente se conecta, literalmente, de manera espiritual con todo lo creado y encuentra la presencia bienhechora de quien lo hizo todo con el poder de su palabra. A. Bonora habla de esta comunión como sigue:

En el salmo 104 parece resonar la mirada contemplativa sobre el cosmos de Gén 1, como si el ojo pasase de un elemento al otro del mundo creado: la luz, los montes, los valles, el sol, los ríos, las plantas, los animales... No se narra la creación; se la contempla y se la canta. No se quiere explicar su origen, sino comprender su belleza y su orden. La creación del mundo es percibida por el salmista no en el pasado, como un suceso de los orígenes, sino como un acto presente. Para el salmista, más bien que decir “Dios ha creado el mundo”, habría que decir que “Dios crea el mundo”. La vida múltiple y heterogénea que se desarrolla ante los ojos del salmista no es un mecanismo ni un libro escrito en un lejano pasado inmóvil, sino que es escrita en el presente por Dios. Así pues, el cosmos se contempla como una continuidad de vida que se renueva y renace: ¡no hay un día igual a otro![3]

La exhortación inicial (“Bendice, alma mía, a Jehová./ Jehová Dios mío, mucho te has engrandecido;/ Te has vestido de gloria y de magnificencia”, v. 1) relaciona la conciencia salvífica con las maravillas visibles de Dios. La fe hace que la mirada se sublime y pueda advertir la forma en que Dios se manifiesta en el mundo. Los primeros cuatro versículos del salmo hablan de la excelsitud divina y la forma en que se relaciona con la naturaleza. El cosmos y la historia son los espacios del encuentro con Dios, con su voluntad que sostiene en vilo al universo. A cada paso hay, como escribió Whitman, cartas suyas: “¿Por qué habría yo de desear ver a Dios mejor de lo que le veo en este día?/ Si veo algo de Dios en cada hora y en cada instante del día,/ Si veo a Dios en el rostro de los hombres y de las mujeres, y en mi propio rostro en el espejo,/ Si encuentro cartas de Dios en la calle, y todas ellas llevan la firma de Dios,/ Y las dejo allí donde las encuentro, pues sé que, dondequiera que yo vaya/ Llegarán con puntualidad otras, eternamente.[4]

Dios no hizo todas las cosas y se olvidó de ellas, sino que les provee un cuidado paciente, amoroso, tal como Jesús lo recordó en el Sermón del Monte (Mt 6.25-34), adonde relaciona este cuidado con la búsqueda del Reino de Dios y la superación de la ansiedad por el presente y el futuro. El salmo describe la manera en que fundó la tierra “sobre sus cimientos”, dando fe de una cosmovisión antigua, que no por ello deja de percibir, mediante una teología ligada a la historia, la creación como una manifestación de su amor (vv. 5-8), en donde las aguas cumplen un papel fundamental. Luego, envía éstas aguas para el sustento de la naturaleza y las coloca como una fuente de vida para todos los seres creados (vv. 10-13). Esta forma de exponer las bondades de la creación divina es resumida bellamente por Von Rad:

Yahvéh ha puesto límites a las aguas del océano primordial, pero al mismo tiempo las ha incorporado en su creación de una manera benéfica, en forma de fuentes y arroyos (y la lluvia del cielo fecunda las montañas). Las fuentes son para los animales y las plantas, el verdor de los campos da pan a los hombres, en los árboles anidan los pajarillos, las montañas sirven de madriguera al erizo. Los astros miden el tiempo, la noche está reservada a las fieras salvajes; el día, en cambio, al trabajo del hombre...[5]

Esta percepción es particularmente importante ante los problemas ocasionados por el uso tan irresponsable, en ocasiones, del agua en estos tiempos.[6] Los vv. 14-18 hablan acerca de la manera en que hace producir la tierra para beneficio de sus criaturas, aunque no sólo en el sentido material sino también para el placer de la humanidad: “Saca el pan de la tierra, y el vino que alegra el corazón del hombre, el aceite que hace brillar el rostro, y el pan que sustenta la vida del hombre” (v. 14b-15).

2. Consecuencias “espirituales” y éticas del cuidado de Dios hacia su creación

El salmo avanza en su propósito de exponer las bondades del Dios creador y lanza una mirada cósmica pero al mismo tiempo, práctica y concreta (vv. 19-23): observa cómo las luminarias marcan los tiempos para la vida salvaje y el trabajo humano, como parte de un magnífico contraste entre el uso de la oscuridad y la luz. El campesino trabaja hasta determinada hora y la puesta del sol marca el inicio de su descanso. Los vv. 24-26 observan ahora la convivencia entre animales marinos reales y mitológicos (peces y el Leviatán), al mismo tiempo que da cuenta del trabajo humano en ese espacio vital. Nuevamente las aguas son el objeto central de la reflexión sobre las acciones creadoras de Dios.

Dios es el gran sustentador de la vida: ésta es la gran afirmación de los vv. 27-30, adonde El Espíritu divino es visto como la razón de ser de todas las cosas, lo cual subraya el carácter permanente de la creación (v. 30): Dios sigue creando todo el tiempo, su poder renovador sigue vigente continuamente. A partir de ahí, la conclusión del salmo no puede ser más intensa, pues los versículos finales (vv. 31-35) no dejan de relacionar el esfuerzo creador de Dios y sus manifestaciones visibles con la dimensión ética de la vida humana: la naturaleza no está ahí simplemente para disfrutar de los paisajes y extasiarse ante sus maravillas, sino que también de su contemplación brota la exigencia de un reconocimiento y una eventual alabanza por parte de los seres humanos. La gloria divina resplandece en sus obras (v. 31) y él sigue atento su devenir, por ello surge la exaltación humana ante tanta magnificencia providente. La meditación creyente se nutre de una atenta observación del cosmos como un orden perfectamente establecido por Dios y la proyección ética le hace exclamar al salmista un juicio ético sobre la existencia de los malvados, quienes en flagrante contradicción con el orden divino, rompen la armonía deseada por Él mediante sus acciones injustas (v. 34).

Para la fe cristiana actual, una comprensión adecuada de un régimen humano basado en la creación debería propiciar, no la oposición entre creencias científicas y las verdades sagradas sino un sano diálogo que coloque en su justo lugar a unas y otras, a fin de percibir que las enseñanzas de las Escrituras buscan fortalecer la dignidad de la presencia de la vida sobre la tierra en sus más variadas formas y que todas ellas proceden del amor de Dios. El Dios de la alianza, el Dios creador, es un Dios que intenta trasladar la armonía y el equilibrio de la creación a todos los ámbitos de la existencia. He ahí la importancia de la relación bíblica entre naturaleza e historia, entre el cosmos y la creencia profunda en los propósitos redentores del Creador de todas las cosas.

[1] G. von Rad, Teología del Antiguo Testamento. I. Teología de las tradiciones históricas de Israel. Salamanca, Sígueme, 1982, p. 185.

[2] Cf. Juan B. Stam, Las buenas nuevas de la creación. Buenos Aires-Grand Rapids, Nueva Creación-Eerdmans, 1995. Nueva edición: Buenos, Aires, Kairós, 2008.

[3] A. Bonora, “Cosmos”, en www.mercaba.org/DicTB/C/cosmos.htm.


[4] W. Whitman, en Hojas de hierba. Buenos Aires, Colihue, 2004, p. 171.

[5] G. von Rad., op. cit., p. 442.

[6] Cf. J.B.Stam, “Sin agua, no hay vida”, en Lupa Protestante, 10 de septiembre de 2007, www.lupaprotestante.com/index.php?option=com_content&view=article&id=676:sin-agua-no-hay-vida--juan-stam&catid=13&Itemid=129.



Leopoldo Cervantes-OrtizMaestro en teología por la UBL (Costa Rica). Su libro más reciente es Un Calvino latinoamericano para el siglo XXI. Notas personales (2010).

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