Por: Julio Córdova
El cuadro planteado hasta aquí es válido mientras se tenga en mente la vigencia de las políticas neoliberales en el continente en los últimos 25 años. Las mismas han implicado dinámicas de pauperización de las clases medias urbanas y el consiguiente refugio de parte de ellas en la seguridad simbólica del movimiento neopentecostal. Un refugio religioso de corte conservador, como ha sido la tónica dominante del conjunto de las clases medias durante esta etapa.
Sin embargo, todo parece indicar que estamos frente al agotamiento del periodo neoliberal. Su incapacidad para generar fuentes de trabajo estables y mínimamente aceptables, de promover una inserción competitiva en el proceso de globalización, de generar una auténtica ciudadanía democrática, de limitar las tendencias destructivas del capitalismo respecto del medio ambiente y de prevenir las recurrentes crisis financieras debidas al estallido de “burbujas” de todo tipo, han llevado a este modelo a una situación de “entredicho”.
La revitalización de los movimientos sociales en el continente, entre los cuales el movimiento indígena ha cobrado protagonismo, el incipiente pero extendido “giro a la izquierda” en las tendencias electorales de varios países de América del Sur, las políticas neokeynesianas para superar la actual crisis sistémica, junto con una inicial multipolaridad económica y política que tiende a limitar las aspiraciones de única superpotencia de EE. UU., parecen indicar los esfuerzos por impulsar una etapa post neoliberal.
Estas transformaciones inciden también en el campo religioso evangélico y neopentecostal. El profundo descrédito del gobierno de G. W. Bush y la consiguiente elección de Obama, fue vivido por los líderes evangélicos de la derecha religiosa de EE. UU. como una auténtica derrota ideológica y moral (Pimentel 2009). Consiguientemente surge en ese país de manera inicial una segunda generación de líderes neopentecostales menos dispuesta a seguir a pie juntillas las orientaciones ultra conservadoras de las figuras de los 70, y más abierta a ciertas políticas de apertura en lo social .
En América Latina mientras tanto, las clases medias comienzan a cuestionar su apoyo incondicional a las políticas neoliberales en todo el periodo conservador de fines del siglo pasado y comienzos del presente. Al igual que en EE. UU. es probable que esto incida también en las orientaciones del movimiento evangélico conservador y en el neopentecostalismo.
En este contexto cabe preguntarse si esta necesidad de las clases medias por encontrar universos simbólicos tanto religiosos como políticos menos conservadores que en la etapa neoliberal, tendrá alguna respuesta de parte de las teologías latinoamericanas de la liberación. Si estas teologías podrán recuperar sus niveles de seducción y de movilización de las clases medias como en los años 60 y 70. Si después de su enfoque en los movimientos populares podrán desarrollar discursos, prácticas y orientaciones simbólicas dirigidas a estas clases medias necesitadas de narrativas inspiradoras y al miento tiempo progresistas.
No se trata de una cuestión de poca importancia. Si los movimientos sociales populares en el continente no logran desarrollar una dirección moral e intelectual en la cual las clases medias participen activamente y se sientan representadas, entonces será difícil consolidar paradigmas post neoliberales más equitativos y sostenibles.
Para seducir a las clases medias, las teologías de la liberación deberán recrearse sin por ello perder sus aspiraciones progresistas y de justicia social. Requerirán desarrollar un cariz más emotivo, relacional y post moderno (en la connotación más liberadora que este término pueda significar). Tal vez en este sentido, y sólo en él, la experiencia neopentecostal pueda ofrecer algunas lecciones útiles a futuro.
El cuadro planteado hasta aquí es válido mientras se tenga en mente la vigencia de las políticas neoliberales en el continente en los últimos 25 años. Las mismas han implicado dinámicas de pauperización de las clases medias urbanas y el consiguiente refugio de parte de ellas en la seguridad simbólica del movimiento neopentecostal. Un refugio religioso de corte conservador, como ha sido la tónica dominante del conjunto de las clases medias durante esta etapa.
Sin embargo, todo parece indicar que estamos frente al agotamiento del periodo neoliberal. Su incapacidad para generar fuentes de trabajo estables y mínimamente aceptables, de promover una inserción competitiva en el proceso de globalización, de generar una auténtica ciudadanía democrática, de limitar las tendencias destructivas del capitalismo respecto del medio ambiente y de prevenir las recurrentes crisis financieras debidas al estallido de “burbujas” de todo tipo, han llevado a este modelo a una situación de “entredicho”.
La revitalización de los movimientos sociales en el continente, entre los cuales el movimiento indígena ha cobrado protagonismo, el incipiente pero extendido “giro a la izquierda” en las tendencias electorales de varios países de América del Sur, las políticas neokeynesianas para superar la actual crisis sistémica, junto con una inicial multipolaridad económica y política que tiende a limitar las aspiraciones de única superpotencia de EE. UU., parecen indicar los esfuerzos por impulsar una etapa post neoliberal.
Estas transformaciones inciden también en el campo religioso evangélico y neopentecostal. El profundo descrédito del gobierno de G. W. Bush y la consiguiente elección de Obama, fue vivido por los líderes evangélicos de la derecha religiosa de EE. UU. como una auténtica derrota ideológica y moral (Pimentel 2009). Consiguientemente surge en ese país de manera inicial una segunda generación de líderes neopentecostales menos dispuesta a seguir a pie juntillas las orientaciones ultra conservadoras de las figuras de los 70, y más abierta a ciertas políticas de apertura en lo social .
En América Latina mientras tanto, las clases medias comienzan a cuestionar su apoyo incondicional a las políticas neoliberales en todo el periodo conservador de fines del siglo pasado y comienzos del presente. Al igual que en EE. UU. es probable que esto incida también en las orientaciones del movimiento evangélico conservador y en el neopentecostalismo.
En este contexto cabe preguntarse si esta necesidad de las clases medias por encontrar universos simbólicos tanto religiosos como políticos menos conservadores que en la etapa neoliberal, tendrá alguna respuesta de parte de las teologías latinoamericanas de la liberación. Si estas teologías podrán recuperar sus niveles de seducción y de movilización de las clases medias como en los años 60 y 70. Si después de su enfoque en los movimientos populares podrán desarrollar discursos, prácticas y orientaciones simbólicas dirigidas a estas clases medias necesitadas de narrativas inspiradoras y al miento tiempo progresistas.
No se trata de una cuestión de poca importancia. Si los movimientos sociales populares en el continente no logran desarrollar una dirección moral e intelectual en la cual las clases medias participen activamente y se sientan representadas, entonces será difícil consolidar paradigmas post neoliberales más equitativos y sostenibles.
Para seducir a las clases medias, las teologías de la liberación deberán recrearse sin por ello perder sus aspiraciones progresistas y de justicia social. Requerirán desarrollar un cariz más emotivo, relacional y post moderno (en la connotación más liberadora que este término pueda significar). Tal vez en este sentido, y sólo en él, la experiencia neopentecostal pueda ofrecer algunas lecciones útiles a futuro.
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