Por: Verónica Ojeda, Chile
Cuando me hablan de café, la imagen que viene a mí inmediatamente invade todos mis sentidos. El aroma penetrante que expelen los granos al entrar en contacto con el agua caliente, el color y sabor intenso que me invitan a vivir una y otra vez la experiencia de disfrutar una taza recién servida…
Hace unos días atrás, escuché una frase de un sacerdote dominico que me pareció muy interesante refiriéndose a que hoy en día, muchas iglesias están proclamando un evangelio como “café descafeinado”. Más allá de lo gracioso que se escuchó, me hizo sentido al relacionarlo con las muchísimas charlas que desde hace un tiempo tenemos con amigos y amigas cercanos en relación a la iglesia, a la frustración y falta de interés que nos produce junto a una sensación de que “es más que esto”, y que nos ha llevado a nuevas búsquedas de la invitación que Jesús nos hace a seguirle… Está claro que al café descafeinado le falta lo esencial para ser café. Aquí es donde nos hemos preguntado, y yo de muchas maneras, ¿es que la iglesia ha perdido su “esencia”; el objetivo que Jesús le dio, vivió y nos enseñó? ¿Qué es lo que nos invita a congregarnos como iglesia? ¿Qué nos motiva a dejar horas de la semana de nuestras actividades o incluso de nuestro tiempo de descanso para ir a encontrarnos como iglesia y que sentimos que no está?
La vida de Jesús nos inspira a un compartir diario, de vivencias cotidianas la mayor parte del tiempo, como muchas de las charlas que tenía con su grupo de amigos y amigas más cercanos donde las risas, las dudas e incredulidades estaban a la orden del día; donde las visitas a familiares, la participación en eventos y cenas con gente de la alta sociedad fueron también parte de su experiencia. Así también, el convivir con su entorno entre los pobres, los enfermos, las viudas y los huérfanos a quienes dedicaba una atención especial transmitiéndoles toda su compasión, misericordia, amor y respeto; dignificando y dando visibilidad a quienes no la tenían en lo público, como a las mujeres, a las cuales acogió, escuchó, sanó, acompañó e incluso, reveló grandes verdades (María hna de Lázaro, la mujer samaritana, las tres mujeres que llegaron al sepulcro cuando había resucitado, entre otras). Así también a los niños y niñas, con quienes jugó, rió, abrazó y los puso como ejemplo para entrar al Reino de los cielos (Mt 18:1-5).
En este sentido, la invitación del seguimiento de Jesús como señalaba Bonhoeffer[1], no es una relación “religiosa” con un ser supremo y poderoso, sino más bien, es una nueva vida “en el existir para los otros” y yo agregaría, con los otros/as. Refiriéndose no sólo al círculo de amigos más cercano, sino a la apertura con la comunidad circundante, la multitud.
La sensación que provoca la mayoría de las iglesias hoy es a encierro, a religiones que coartan la libertad, y a esto me refiero con la libertad que nos da la Palabra (“la Verdad os hará libres”). En palabras de Rubem Alves[2]: “Dios creó los pájaros, las religiones crearon las jaulas, que están hechas de palabras. Tienen el nombre de dogmas. Estas son las jaulas de las palabras que intentan aprisionar al pájaro. Un Dios encerrado en las jaulas de palabras llamadas dogmas es siempre menor que la propia jaula. Ese Dios no es el pájaro que vuela, es un Dios aprisionado”.
Al contrario de esto, la invitación de Jesús nos trae libertad, dignidad, afirmación, fuerza y un impulso que nos levanta y nos presta a seguirle. Tal como señala Moltmann[3], “es un camino a la construcción de una sociedad en la esté en vigencia la cultura del compartir, tal y como se mostraba en la comida de los cinco mil”.
Me cautiva esta mezcla de simpleza y profundidad de Jesús en su vida, compartiendo en medio de la multitud. Su sensibilidad por los necesitados y más desvalidos. El amor por sus amigos y amigas…
Citando a Bonhoeffer: “Un Cristo que sea (sólo) cosa de la iglesia o de la eclesialidad de un grupo de personas, pero que sin embargo no lo sea de la vida no es suficiente (…) Cristo no es cosa de la Iglesia, la Iglesia es cosa de Cristo, por eso es desafiada, criticada y juzgada por él”.
Como vemos, nada como una buena taza de café. Cada quien lo tome según sea su preferencia: expresso, mokaccino, vainilla, latte… endulzado o no, pero que no pierda la “esencia” que lo hace SER café de Verdad. Y mejor aún, si lo podemos compartir y disfrutar con aquellos y aquellas que Él ha puesto alrededor nuestro.
[1] Dietrich Bonhoeffer: El compromiso de una fe disidente. Eduardo Delás, España.2011. www.lupaprotestante.com
[2] Íbid
[3] Jürgen Moltmann. “Primero el Reino de Dios”. www.seleccionesdeteologia.net
Sobre la autora:
Verónica Ojeda O. de profesión Ingeniero, Bachiller en Teología, Mediadora Familiar y candidata a Magíster en Desarrollo Integral de Niñez y Adolescencia. Miembro de la Fraternidad Teológica Latinoamericana. Actualmente es Coordinadora de South America Regional Alliance Holistic Development Child (HDC) y docente en Programas de Niñez y Adolescencia en instituciones asociadas a esta alianza.
Cuando me hablan de café, la imagen que viene a mí inmediatamente invade todos mis sentidos. El aroma penetrante que expelen los granos al entrar en contacto con el agua caliente, el color y sabor intenso que me invitan a vivir una y otra vez la experiencia de disfrutar una taza recién servida…
Hace unos días atrás, escuché una frase de un sacerdote dominico que me pareció muy interesante refiriéndose a que hoy en día, muchas iglesias están proclamando un evangelio como “café descafeinado”. Más allá de lo gracioso que se escuchó, me hizo sentido al relacionarlo con las muchísimas charlas que desde hace un tiempo tenemos con amigos y amigas cercanos en relación a la iglesia, a la frustración y falta de interés que nos produce junto a una sensación de que “es más que esto”, y que nos ha llevado a nuevas búsquedas de la invitación que Jesús nos hace a seguirle… Está claro que al café descafeinado le falta lo esencial para ser café. Aquí es donde nos hemos preguntado, y yo de muchas maneras, ¿es que la iglesia ha perdido su “esencia”; el objetivo que Jesús le dio, vivió y nos enseñó? ¿Qué es lo que nos invita a congregarnos como iglesia? ¿Qué nos motiva a dejar horas de la semana de nuestras actividades o incluso de nuestro tiempo de descanso para ir a encontrarnos como iglesia y que sentimos que no está?
La vida de Jesús nos inspira a un compartir diario, de vivencias cotidianas la mayor parte del tiempo, como muchas de las charlas que tenía con su grupo de amigos y amigas más cercanos donde las risas, las dudas e incredulidades estaban a la orden del día; donde las visitas a familiares, la participación en eventos y cenas con gente de la alta sociedad fueron también parte de su experiencia. Así también, el convivir con su entorno entre los pobres, los enfermos, las viudas y los huérfanos a quienes dedicaba una atención especial transmitiéndoles toda su compasión, misericordia, amor y respeto; dignificando y dando visibilidad a quienes no la tenían en lo público, como a las mujeres, a las cuales acogió, escuchó, sanó, acompañó e incluso, reveló grandes verdades (María hna de Lázaro, la mujer samaritana, las tres mujeres que llegaron al sepulcro cuando había resucitado, entre otras). Así también a los niños y niñas, con quienes jugó, rió, abrazó y los puso como ejemplo para entrar al Reino de los cielos (Mt 18:1-5).
En este sentido, la invitación del seguimiento de Jesús como señalaba Bonhoeffer[1], no es una relación “religiosa” con un ser supremo y poderoso, sino más bien, es una nueva vida “en el existir para los otros” y yo agregaría, con los otros/as. Refiriéndose no sólo al círculo de amigos más cercano, sino a la apertura con la comunidad circundante, la multitud.
La sensación que provoca la mayoría de las iglesias hoy es a encierro, a religiones que coartan la libertad, y a esto me refiero con la libertad que nos da la Palabra (“la Verdad os hará libres”). En palabras de Rubem Alves[2]: “Dios creó los pájaros, las religiones crearon las jaulas, que están hechas de palabras. Tienen el nombre de dogmas. Estas son las jaulas de las palabras que intentan aprisionar al pájaro. Un Dios encerrado en las jaulas de palabras llamadas dogmas es siempre menor que la propia jaula. Ese Dios no es el pájaro que vuela, es un Dios aprisionado”.
Al contrario de esto, la invitación de Jesús nos trae libertad, dignidad, afirmación, fuerza y un impulso que nos levanta y nos presta a seguirle. Tal como señala Moltmann[3], “es un camino a la construcción de una sociedad en la esté en vigencia la cultura del compartir, tal y como se mostraba en la comida de los cinco mil”.
Me cautiva esta mezcla de simpleza y profundidad de Jesús en su vida, compartiendo en medio de la multitud. Su sensibilidad por los necesitados y más desvalidos. El amor por sus amigos y amigas…
Citando a Bonhoeffer: “Un Cristo que sea (sólo) cosa de la iglesia o de la eclesialidad de un grupo de personas, pero que sin embargo no lo sea de la vida no es suficiente (…) Cristo no es cosa de la Iglesia, la Iglesia es cosa de Cristo, por eso es desafiada, criticada y juzgada por él”.
Como vemos, nada como una buena taza de café. Cada quien lo tome según sea su preferencia: expresso, mokaccino, vainilla, latte… endulzado o no, pero que no pierda la “esencia” que lo hace SER café de Verdad. Y mejor aún, si lo podemos compartir y disfrutar con aquellos y aquellas que Él ha puesto alrededor nuestro.
[1] Dietrich Bonhoeffer: El compromiso de una fe disidente. Eduardo Delás, España.2011. www.lupaprotestante.com
[2] Íbid
[3] Jürgen Moltmann. “Primero el Reino de Dios”. www.seleccionesdeteologia.net
Sobre la autora:
Verónica Ojeda O. de profesión Ingeniero, Bachiller en Teología, Mediadora Familiar y candidata a Magíster en Desarrollo Integral de Niñez y Adolescencia. Miembro de la Fraternidad Teológica Latinoamericana. Actualmente es Coordinadora de South America Regional Alliance Holistic Development Child (HDC) y docente en Programas de Niñez y Adolescencia en instituciones asociadas a esta alianza.
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