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viernes, 19 de octubre de 2012

Desafíos para la iglesia en la primera década del siglo XXI

El Tercer Milenio se nos presentó como un «gigante desconocido» que nos fijaba un plazo determinado y nos exigía respuestas sobre su aparición inminente. La respuesta parece que quedó en nuestras manos: ¿Apocalipsis o tiempos nuevos? Dice el autor que cuando los cristianos nos preguntamos por el futuro que hemos de encarar, la pregunta debe apuntar hacia cuáles serán los desafíos de nuestro futuro inmediato, de las décadas siguientes. Esta pregunta no habla de especulaciones sino de fidelidad a Dios en nuestra tarea profética. El autor propone algunos desafíos.
¡BASTA YA DEL TERCER MILENIO!
Esta pudo ser la solicitud desesperada de muchas personas a pocos meses de iniciarse el año 2.000, el último año del segundo milenio. Y tenían razón si así se expresaron, porque se había exagerado con el tema del milenio; en especial los comerciantes oportunistas, los periodistas que gustan del sensacionalismo y algunos líderes religiosos dados a la especulación.
Es que el inicio de un nuevo milenio tiene un particular significado metafórico y espiritual* que en mucho se presta para esos desmanes. Evoca la presencia del futuro que está próximo y compromete nuestro presente con la necesidad del cambio. El Tercer Milenio se nos presentó como un «gigante desconocido» que nos fijaba un plazo determinado y nos exigía respuestas sobre su aparición inminente. La respuesta parece que quedó en nuestras manos: ¿Apocalipsis o tiempos nuevos?
Por otra parte, esa figura metafórica del nuevo Milenio ha dejado al descubierto la inmodestia de muchos «futurólogos» que con atrevimiento vaticinaron algunos con lujo de detalles lo que sucedería, y lo han acompañado de fórmulas «infalibles» acerca de cómo deberíamos enfrentar ese futuro apocalíptico. Sociólogos, economistas, empresarios, estadistas, videntes de profesión y predicadores presuntuosos han incurrido en este error. Hablar de un futuro tan extenso mil años es síntoma evidente de altivez.
DESAFÍOS PARA LAS PRIMERAS DÉCADAS DEL SIGLO XXI
En su sentido más estricto, los desafíos reales de la presente generación no son los del Tercer Milenio; son los del primer siglo de ese milenio. Y para ser más exactos, son los de las primeras décadas del Siglo XXI. Por eso, cuando los cristianos nos preguntamos por el futuro que hemos de encarar, la pregunta debe apuntar hacia cuáles serán los desafíos de nuestro futuro inmediato, de las décadas siguientes. Esta actitud puede parecer poco ambiciosa, pero de seguro es más responsable y ecuánime.
Preguntarse por los más grandes desafíos que tendrá la Iglesia de Jesucristo en la primera década del siglo XXI no es un ejercicio especulativo, ni meramente académico; es, sobre todo, muestra de fidelidad al Señor y a la bendita misión que él le delegó a su pueblo escogido: la de ser «sal de la tierra» y «luz del mundo».
Jesús condenó a los fariseos y saduceos de su tiempo por saber reconocer los cambios atmosféricos y las variaciones del clima pero desconocer las señales más importantes: las «señales de los tiempos», en su sentido escatológico y misionero.
Ellos eran expertos en meteorología, pero ignorantes en soteriología y en reconocer la acción poderosa de Dios en medio de la historia. Es claro, entonces, que el discernimiento concienzudo de «las señales de los tiempos» es parte de las tareas que la Iglesia debe realizar con urgencia. La razón de esa tarea no es otra que la del reconocimiento de que la misión del Pueblo de Dios «se da dentro de un contexto histórico-social. Es parte de un espacio vital, con sus propias características culturales, geográficas, económicas, sociales y políticas, y de un momento temporal una generación o época»1. En otras palabras, que la misión de la Iglesia no se realiza en el vacío histórico sino en medio de las particularidades de la época y de un determinado contexto social.
Es en este espíritu de compromiso discipular y de responsabilidad histórica, que nos preguntamos ahora cuáles serán algunos de los principales desafíos que deberá asumir la Iglesia de Jesucristo en los primeros diez años. ¿Qué nos espera de aquí al 2010?
Uno de esos grandes desafíos tiene que ver con la nueva religiosidad caracterizada, entre otras, (1) por ser sincrética (que fusiona diferentes expresiones religiosas), (2) antropocéntrica (su eje central es el ser humano y no Dios), (3) emotiva, autosuficiente y mística. A decir verdad, este es un desafío que observado en las últimas décadas del Siglo XX, relacionado con la denominada Nueva Era (New Age). Estas novedosas y exóticas expresiones religiosas seguirán su tendencia ascendente en la década siguiente.
Por otra parte, y esto hacia el interior de las iglesias evangélicas del continente, se observará una lamentable devaluación del concepto neotestamentario de lo que significa ser cristiano y ser parte de una comunidad de fe. Si a comienzos del Siglo XX los cristianos evangélicos de América Latina se caracterizaron por su radicalidad y su firmeza, en la primera década del Siglo XXI se harán evidentes los primeros signos de «religiosidad popular evangélica» y de una fe nominal, carente de la firmeza de antaño.
El siglo XX finalizó con una Iglesia numerosa (el crecimiento numérico ha sido una de las grandes sorpresas en el continente), reconocida por la ley, gran electora de candidatos políticos y presente en casi todos los estratos de la sociedad. Pero este «posicionamiento» social no ha encontrado la manera de traducirse en fuerza real de transformación y cambio, incluso en aquellos países donde su porcentaje supera 20% de la población total.
Crecerán los cultos pseudo-cristianos, se intensificará la religiosidad en todas sus formas, continuará el predominio católico nominal y nos enfrentamos al desafío de nuestra propia «religiosidad popular».
Estos son algunos de los desafíos en el campo de la fe que, sin duda, deberán conducir a que la Iglesia se pregunte una vez más por los significados de la verdadera evangelización:
1.      ¿Qué significa evangelizar?
2.      Por el enfoque bíblico del discipulado cristiano.
3.      ¿Qué significa seguir a Jesús y formar nuevos discípulos?
4.      Por la manera adecuada de interactuar en medio del pluralismo y la diversidad de alternativas religiosas
5.      ¿Qué significa ecumenismo y cómo deben ser las relaciones intereclesiásticas?
6.      Por los objetivos de la iglesia en términos de su crecimiento numérico ¿qué significa crecer?
DESAFÍO SOCIAL DE LAS IGLESIAS CRISTIANAS
Por otra parte, la Iglesia se encontrará con un enorme desafío social. Los pronósticos más serios, y aun los que no lo son, coinciden en afirmar que en América Latina, así como en el resto de países llamados del Tercer Mundo, continuará el incremento acelerado de los grandes problemas sociales que ya hemos padecido en las últimas décadas del siglo XX. La pobreza en sus niveles más inhumanos, la marginalidad y la miseria serán rasgos que nos seguirán acompañando.
El panorama general en el que se seguirán moviendo los países del mundo es el de un sistema con presencia de economías de escala (economía descentralizada), caracterizado por el libre mercado o «competencia perfecta».
América Latina seguirá enfrentándose a este escenario mundial con una evidente desventaja competitiva, que solo arrojará mayores índices de desempleo, sub-empleo, economía informal y endeudamiento con la banca internacional.
Jesús nos enseñó que a los pobres siempre los tendríamos entre nosotros: «Porque a los pobres siempre los tendréis con vosotros» (Jn. 12:8), lo que no sabíamos era que iban a ser tantos en los primeros años del nuevo siglo.
La globalización de la economía, además de los evidentes efectos sociales, engendra también un pensamiento unificado: «Desconoce, margina y tiende a destruir las culturas que no se adecuen al modelo vigente»2. Esto significa que se genera una dominación cultural, promovida en gran medida por los influyentes medios de comunicación social. Así, un mundo cada vez más polarizado entre ricos y pobres, entre países poderosos y países débiles, entre el centro y la periferia, representará para la Iglesia uno de los mayores desafíos de los próximos años y pondrá en evidencia su capacidad de contrastar los valores del Reino de Dios con los valores que seguirán imperando en la sociedad y el mundo en general.
Es cierto que dentro de las iglesias evangélicas de nuestro continente se ha adquirido una mayor conciencia en cuanto al tema de la responsabilidad social, de manera especial en los últimos años. Pero nos queda aún mucho trayecto por recorrer. El desafío consistirá en reflexionar bíblica y teológicamente sobre lo que significa ser cristiano y predicar la Buena Nueva de Jesús en medio de las miserias del mundo. El anhelo será que se pueda pasar de la solidaridad contemplativa a la práctica real del compromiso solidario y del amor eficaz. Este desafío no se hará esperar.
EL RETO ORGANIZACIONAL DE LAS IGLESIAS
Sin embargo, la Iglesia también enfrentará otros retos que tienen que ver con su (1) estructura interna (su organización y sus formas de gobierno), (2) sus estrategias tradicionales de ministerio, (3) los perfiles de su liderazgo y (4) los énfasis teológicos y doctrinales.
Las grandes denominaciones históricas sirvieron durante el siglo XX de «modelo parental» para las nuevas iglesias. Sus seminarios teológicos, su eclesiología, su perfil pastoral y sus modelos litúrgicos ofrecieron una base estable sobre la cual construir o destruir, en algunos casos nuevos modelos de iglesias. El siglo XX finalizó con una revolución eclesiológica. El movimiento neo-pentecostal ha jugado un papel muy importante en estos cambios.
Las fronteras institucionales han perdido rigidez; las iglesias históricas se preguntan cuál será su futuro; el nuevo liderazgo pastoral en un gran porcentaje espontáneo y «empírico trata de cubrir con entusiasmo lo que le falta de solidez; las grandes agencias misioneras modifican sus estrategias de trabajo y sorprenden con sus cambios; el culto presenta nuevos modelos, más «globalizados», menos litúrgicos y con una alta oferta de emotividad y de «relax»; la formación teológica tiende hacia la descentralización y hacia modelos más funcionales de preparación integral; las congregaciones locales, obsesionadas por el crecimiento numérico, pierden fuerza profética y sucumben ante una eclesiología de corte empresarial.
En fin, cambios paradigmáticos e inesperados que aumentarán su fuerza en los próximos diez años y que exigirán una Iglesia sensible a la voz del Espíritu Santo y dispuesta a aceptar la creatividad de ese mismo Espíritu.
Los próximos años no son un monstruo apocalíptico que nos amenaza con furia. Esta visión sensacionalista no es la más responsable. Es verdad que será una época de retos que desafiará el quehacer mismo de la Iglesia; pero, sobre todo, serán años que traerán inmensas oportunidades misioneras, educativas y proféticas, entre otras.
A través de veinte siglos de historia, la Iglesia de Jesucristo ha comprobado que Aquel que dijo que estaría con ella «todos los días, hasta el fin del mundo» (Mt 28.20) ha resultado fiel y que es el mismo que declaró que «las puertas del Hades no prevalecerán contra ella» (Mt 16.18).
La Iglesia ha ingresado al nuevo siglo, acompañada de esas promesas. Que ingrese también con una fidelidad renovada y con la disposición de ser aquella luz que se pone «sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa» (Mt 5.15).
Notas
* Así lo describe el documento final presentado por la directiva de la Confederación Episcopal Latinoamericana, CELAM, titulado «El Tercer Milenio como desafío Pastoral». Santafé de Bogotá: CELAM, p. 33.
1 COSTAS, Orlando. Evangelización contextual. San José: SEBILA, 1994. P. 18.
2 IRIARTE, Gregorio. Neoliberalismo, post-modernidad, globalización. Cochamaba: Verbo Divino, 1999. P. 31.
Apuntes Pastorales, Volumen XVII, Número 2

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