La Iglesia católica es como una gran casa con más de dos mil años de existencia. Tiene varias puertas, unas ubicadas a la derecha y otras a la izquierda, aunque todas confluyen en un fin principal: seguir y poner en práctica las enseñanzas de Jesucristo por los caminos de amor y hermandad infinita. En ese contexto, resultan provocadoras las declaraciones reduccionistas del señor Vicepresidente cuando dice: “La Iglesia católica y las iglesias en general están para salvar las almas. Ésa es su misión, proteger, cuidar la salvación espiritual de las personas. Ése es su ámbito de competencia, y el ámbito de competencia de los políticos es trabajar por el bienestar material de las personas”. Su afirmación excluye el papel que ha cumplido la institución religiosa y los hombres y mujeres que la componen en la difícil construcción del hombre nuevo, basada en la doctrina social.
La Iglesia no puede ni debe sustraerse de la realidad en la que viven los cristianos y los no cristianos. Desde el Concilio Vaticano II se impulsó con mucha fuerza el mejor conocimiento de la dimensión social del mensaje de Jesús. “La fe ilumina toda la vida y actuar humano”, por ello los católicos del mundo no pueden mirar el cielo ignorando lo que pasa en la tierra, ejerciendo sus derechos a participar activamente en la sociedad civil. La Iglesia ha respondido a los desafíos de la sociedad boliviana basándose en el Evangelio y, por tanto, en la visión cristiana de la sociedad y la historia. La jerarquía católica no puede olvidarse de las “cosas de este mundo” si quiere mantenerse en contacto con la vida misma de sus feligreses, dando una valoración teológica y ética a la realidad social en la que vive nuestro país. No debe dejar su papel orientador, no puede olvidar su papel solidario frente a los principales problemas que aquejan a la sociedad boliviana en su conjunto. El buen pastor jamás dejaría a su rebaño cuando las amenazas se ciernen sobre sus libertades y la vida misma.
La encíclicas papales en Vaticano II y los documentos de la Conferencia Episcopal de Latinoamérica en Aparecida fundamentan el porqué la Iglesia no puede estar ajena a lo que ocurre con las personas, creadas a imagen y semejanza de Dios; “la sociedad como comunidad de personas, el género humano como unidad, única familia humana”. El concepto de persona no está orientado sólo a la salvación de sus almas. “La Iglesia nunca se cansará de insistir sobre la dignidad frente a todas las esclavitudes, explotaciones y manipulaciones perpetradas en contra de los hombres, no sólo en el campo político y económico, sino también en el cultural e ideológico”.
La Iglesia no sólo puede, debe intervenir, no porque sea competente en cuestiones políticas o económicas, sino también porque está en juego la dignidad de las personas y sus derechos. Leonardo Boff, uno de los fundadores de la Teología de la Liberación, aunque no es precisamente un referente de la línea oficial, define de forma precisa la relación del hombre con lo divino: “Pensar a Dios no es nunca un mero ejercicio intelectual. Es pensar la forma más adecuada de vivir como seres humanos, de comprender mejor el mundo, y conectarnos con esa energía soberana y buena que empapa todo y penetra en las profundidades de cada ser”. Así sea.
* Periodista y cientista jurídico
No hay comentarios:
Publicar un comentario