Viernes, 15 de Abril de 2011 09:15
“Toda Teología es política”, dice Juan Bautista Metz. Esto significa que toda concepción acerca de cómo es Dios lleva aparejada una idea acerca de cómo este Dios interviene en el mundo y tiene que ver (o no) con los problemas, las acciones, las aspiraciones y los deseos de los seres humanos.
Toda reflexión acerca de Dios trae como consecuencia un modo de proceder respecto de lo humano. Una ética.
Algunos ejemplos
Aquellos que afirman que Dios sólo creó al mundo y luego deja hacer, en el fondo afirman que las acciones humanas (la ética, a la que según Aristóteles pertenece la política) dependen de sí mismos y sus propias reglas. Dios no se mete, por lo tanto el tema es sólo humano y allí hay que organizarse. Eso que ha dado lugar a éticas autónomas y seculares, también muchas veces deviene en la ética del más fuerte, del que logra imponerse. La canonización del mercado y sus reglas es un ejemplo.
Los que sostienen que todo tiene que ver con Dios y que por lo tanto la sociedad debe organizarse en base a criterios religiosos; muchas veces han terminado justificando y favoreciendo estructuras sacralizadas del poder secular: monarquías y dictaduras con todo lo que estas han traído de avasallamiento de derechos humanos y de daño para la humanidad.
Más allá de estos dos ejemplos, lo que no se puede negar es que las religiones tienen, por lo general, vocación política. Es decir que la persona religiosa, particularmente el cristiano, no puede ser una persona desinteresada de lo que le pasa a sus semejantes… y eso es política. El bien común se realiza en la acción política.
Cristianismo y política
Jesús comenzó su ministerio público anunciando que el reino de Dios estaba cerca. Este reinado de Dios, si bien Jesús nunca lo definió conceptualmente sino que lo explicó a través de parábolas, no era una cuestión etérea y meramente espiritual y de realización celeste, sino que implicaba un nuevo modo de relación ente los seres humanos, en el que los pobres fueran atendidos y puestos en el centro de las preocupaciones humanas, los apartados fueran incluidos y los últimos fueran los primeros. Un modo de vida humano regido por la justicia, la solidaridad y la paz. Su concepción religiosa de Dios –el Padre Bueno que ofrece su amistad a todos los hombres y mujeres- como se ve, traía aparejada una visión política. Incluso una concepción del poder: el poder es para servir, o mejor dicho el servicio es poder.
El cristianismo como intento de realización histórica de la misión de Jesús, ha tratado de hacer historia este Reino, con resultados diversos: a veces realizaciones grandes y otras errores inmensos, fundamentalmente cuando se confundió religión y política, es decir cuando el poder y el afán de dominio se impuso en la concepción religiosa. La historia está plagada de ejemplos. Que toda teología tenga implicancias políticas, porque el creyente, el que reflexiona acerca de Dios está planteándose un modo de involucrarse en lo humano, no significa que la teología debe regir sobre la política. Eso es confundir el orden de las cosas y superponer los planos.
La modernidad nos ha legado el concepto de secularidad es decir de la autonomía de las cosas humanas respecto de la autoridad religiosa. Lo cual es muy positivo, porque significa romper al menos en occidente, con la pretensión autoritativa de la religión por sobre las actividades humanas, por que el hecho de que toda teología sea política, no significa una suerte de teocracia (o de “partido de dios”) en la que la institución religiosa tenga el monopolio de la política, ni del discurso político. Significa, en todo caso, que así como a nuestro Dios –según la tradición cristiana- le interesa el bienestar de todos los seres humanos, de la misma manera, el creyente en ese Dios no puede desentenderse, es más debe comprometerse decididamente con el bienestar de sus semejantes.
A la Iglesia Católica en particular, en occidente, le ha costado mucho comprender –a lo largo de su bimilenaria historia- que no está llamada a ser una suerte de “partido de Dios”, ni una agencia de moralidad internacional, sino que debe ser signo de lo que los seres humanos estamos llamados a ser: una comunidad de hermanos, que luchan por un mundo más justo para todos, porque su Dios –que es Padre de todos sin excepción- quiere un mundo más justo, solidario y humano.
La Iglesia tiene como misión anunciar un Acontecimiento de salvación realizado en Cristo. De esa manera es sacramento en la historia, cumpliendo su papel de comunidad-signo de la convocación de todos los hombres y mujeres por Dios. Al anunciar la llegada del Reino de Dios hace ver, sin evasiones, lo que está en la raíz de la injusticia social: el rompimiento de una fraternidad basada en nuestra situación de hijos de un mismo Padre; anunciar el Evangelio de Jesús debería hacer evidente esta alienación fundamental (la ruptura de la fraternidad) que yace bajo toda otra alienación.
“De este modo –dice Gustavo Gutiérrez- el anuncio de la Buena noticia de Dios es un poderoso factor de personalización; gracias a ella –a la Buena noticia- los hombres y mujeres toman conciencia del sentido profundo de su existencia histórica, y viven una esperanza activa y creadora en el cumplimiento pleno de la fraternidad que buscan con todas sus fuerzas.”[1]
El reino de la tierra
Para un cristiano, desertar de lo político es desertar de lo humano. Porque para los Cristianos el reino de Dios no es algo ultramundano, sino es algo que Dios ha comenzado aquí en este mundo con la vida de Jesús, y que los seguidores suyos debemos edificar, con su fuerza y su inspiración, trabajando con hombres y mujeres de diversas tradiciones religiosas, (o no religiosos) y que –creemos- sí tiene una realización última más allá de este mundo. Porque creemos en la resurrección y en la vida eterna después de la muerte.
Pero no debemos engañarnos, ya lo dijimos antes, con la idea del “reino de los cielos”, porque este concepto –que se usa en el evangelio de Mateo- es sinónimo de reino de Dios. Y a Dios se lo encuentra y se lo sirve en este mundo.
La coartada usada por algunos sectores para el descompromiso es la frase de Jesús “mi reino no es de este mundo”. Muchas veces quienes la usan, para negar las consecuencias políticas del mensaje cristiano, lo que pretenden es recluir lo religioso al plano del buen corazón, del culto intimista, de la bondad personal y se lo saca del terreno de la justicia social, de la liberación de los oprimidos, de la ética global y de la política. Por eso, todo pretendido “apoliticismo” –caballo de batalla de los sectores conservadores- no es sino un subterfugio para dejar las cosas como están; para evitar cualquier compromiso con el cambio y la transformación social desde sus causas.
Porque lo que Jesús quiere decir es que ese Reino no se rige con los criterios de este mundo en el que la autoridad se impone por la fuerza, los débiles son aplastados y los más fuertes se alzan con el botín; sino que este reino se hace con la fuerza silenciosa del amor, con el esfuerzo del trabajo cotidiano, con la honestidad oculta de muchos, con el compromiso por que los pobres sean tenidos como el centro de las preocupaciones políticas y sociales. Esos criterios -se aprecia con claridad- no son de este mundo que impone el egoísmo y el consumo como sus marcas distintivas.
“Toda Teología es política”. Es decir que toda reflexión acerca del acto de fe, tiene consecuencias prácticas, públicas y comunitarias, es decir políticas.
* Este artículo es parte del libro "En el nombre del padre y del rabino".
[1] GUTIERREZ, Gustavo; “Teología de la Liberación. Perspectivas”; Ed. Sígueme – Salamanca 1999; 16ª edición; p. 308
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