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martes, 11 de septiembre de 2012

THE DIMENSION OF DEPTH: THE SPIRIT AND SPIRITUALY

Por: Leonardo Boff Theologian
Earthcharter Commission

Human beings not only have appearance, that is their corporeal expression. Nor just interiority, that is their interior psychic universe. Human beings are also endowed with depth, their spiritual dimension.
The spirit is not a part of the human being alongside the other parts. Is the whole human being, who, through consciousness, discovers that s/he belongs to a Whole and is an integral part of that Whole. Through the spirit we are capable of going beyond simple appearances, of what we see, listen to, think about, and love. We can grasp the other side of things, their depth. Things are not just "things". The spirit captures symbols and metaphors from a different reality, present in them but not circumscribed by them, because it spills over from them in all directions. They recall, describe, and lead to another dimension, what we call depth.
Thus, a mountain is not just a mountain. By the fact of being a mountain, it projects a feeling of majesty. The sea evokes grandiosity, the starry heaven, immensity; the deep lines on the face of an old man, a hard life's struggle; and the shining eyes of a child, the mystery of life.
It behooves the human being, the carrier of spirit, to perceive values and meaning, and not simply to enumerate facts and actions. In the end, what really matters to people is not so much what happens to them, but what those events mean to their lives, and what type of important experience they offer.
Everything that happens carries existentially a symbolic, or, we can even say, a sacramental, character. As Goethe subtly observed: «Everything that is transient is nothing but a sign» (Alles Vergängliche ist nur ein Zeichen). A property of the sign-sacrament is that it presents a larger, transcendent, meaning, to be realized in the person and made an object of experience. In this sense, every event reminds us of what we have experienced and nourishes our depth.
This is why we fill our homes with photographs and beloved objects from our parents, grandparents, family and friends; from everyone who entered our lives and has meaning to us. It can be the last shirt worn by our father, who died suddenly of a heart attack when he was only 54 years old, the wooden comb of a beloved grandmother who passed away many years ago, the dried leaf in a book, sent by a lover, full of saudades. These things are not just objects; they are sacraments that speak to our depth, they remind us of beloved persons or meaningful events of our lives.
The spirit allows us to have a non-dualistic experience, very well describe by Zen-Buddhism. «You are the world, you are the whole» say the Upanishad of India while the guru points to the universe. Or «you are everything», as many yogis say. «The kingdom of God (Malkuta d’Alaha or ‘The Guiding Principle of Everything’) is within you», Jesus of Nazareth proclaims. These affirmations take us to a living experience more than to a simple doctrine.
The basic experience is that we are linked and re-linked (the root of the word "religion"), one to another, and all to the Fountain of Origin. A thread of energy, of life and meaning, runs through all beings, turning them into the cosmos, instead of chaos, into a symphony instead of a cacophony. Blaise Pascal, who besides being a mathematical genius was also a mystic, pointedly said: «The heart feels God, not reason» (Pensées, frag. 277). This type of experience transforms everything. Everything is impregnated with veneration and unction.
Religions live from this spiritual experience. They flow from it. They express the experience in doctrines, rites, celebrations and ethical and spiritual paths. Their primary function is to create and to offer the necessary conditions to allow all persons and communities to submerge themselves in the divine reality and have a personal experience with the Spirit Creator. Sadly, many religions have fallen ill from fundamentalism and doctrines that make a spiritual experience difficult.
This experience, precisely because it is an experience and not a doctrine, radiates serenity and profound peace, accompanied by the absence of fear. We feel loved, embraced and welcomed into the Divine Bosom. What happens to us, happens within the Divine love. Death itself does not scare us. We accept it as part of life, and as the great alchemic moment of transformation that allows us to truly be part of the Whole, in the heart of God. We must pass through death so as to live more and better.
Leonardo Boff
08-31-2012
Free translation from the Spanish sent byMelina Alfaro, alfaro_melina@yahoo.com.ar, done at REFUGIO DEL RIO GRANDE, Texas, EE.UU.

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La dimensión de lo profundo: el espíritu y la espiritualidad 2012-08-31

El ser humano no posee solamente exterioridad, que es su expresión corporal. Ni solo interioridad, que es su universo psíquico interior. Está dotado también de profundidad, que es su dimensión espiritual.
El espíritu no es una parte del ser humano al lado de otras. Es el ser humano entero, que por su conciencia se descubre perteneciendo a un Todo y como porción integrante de él. Por el espíritu tenemos la capacidad de ir más allá de las meras apariencias, de lo que vemos, escuchamos, pensamos y amamos. Podemos aprehender el otro lado de las cosas, su profundidad. Las cosas no son solo ‘cosas’. El espíritu capta en ellas símbolos y metáforas de otra realidad, presente en ellas pero no circunscrita a ellas, pues las desborda por todos los lados. Ellas recuerdan, apuntan y remiten a otra dimensión, que llamamos profundidad.
Así, una montaña no es solamente una montaña. Por el hecho de ser montaña trasmite el sentido de majestad. El mar evoca la grandiosidad, el cielo estrellado, la inmensidad, los surcos profundos del rostro de un anciano, la dura lucha por la vida y los ojos brillantes de un niño, el misterio de la vida.
Es propio del ser humano, portador de espíritu, percibir valores y significados y no solo enumerar hechos y acciones. En efecto, lo que realmente cuenta para las personas no son tanto las cosas que les pasan sino lo que ellas significan para su vida y qué tipo de experiencias que marcan, les proporcionaron. Todo lo que sucede porta existencialmente un carácter simbólico, o podemos decir hasta sacramental. Ya observaba finamente Goethe: «Todo lo que es pasajero no es sino una señal» (Alles Vergängliche ist nur ein Zeichen). Es propio de la señal-sacramento hacer presente un sentido mayor, trascendente, realizarlo en la persona y hacerlo objeto de experiencia. En este sentido, todo evento nos recuerda aquello que vivenciamos y nutre nuestra profundidad. Por eso llenamos nuestros hogares con fotos y objetos amados de nuestros padres, abuelos, familiares y amigos; de todos aquellos que entran en nuestras vidas y que tienen significado para nosotros. Puede ser la última camisa usada por el padre, que murió de un infarto fulminante con solo 54 años, el peine de madera de la abuela querida que murió have años, la hoja seca dentro de un libro enviada por el enamorado lleno de saudades. Estas cosas no son sólo objetos; son sacramentos que hablan a nuestra profundidad, nos recuerdan a personas amadas o acontecimientos significativos para nuestras vidas. El espíritu nos permite hacer una experiencia de no dualidad, muy bien descrita por el zen budismo. «Tú eres el mundo, eres el todo» dicen los Upanishad de la India mientras el gurú señala hacia el universo. O « tú eres todo», como dicen muchos yoguis. «El Reino de Dios (Malkuta d’Alaha o ‘los Principios Guías de Todo’) está dentro de vosotros», proclamó Jesús. Estas afirmaciones nos remiten a una experiencia viva más que a una simple doctrina.
La experiencia de base es que estamos ligados y religados (la raíz de la palabra ‘religión’) unos a otros y todos a la Fuente Originaria. Un hilo de energía, de vida y de sentido pasa por todos los seres volviéndolos un cosmos en vez de un caos, sinfonía en vez de cacofonía. Blas Pascal, que además de genial matemático era también místico, dijo incisivamente: «El corazón es el que siente a Dios, no la razón» (Pensées, frag. 277). Este tipo de experiencia transfigura todo. Todo queda impregnado de veneración y unción.
Las religiones viven de esta experiencia espiritual. Son posteriores a ella. La articulan en doctrinas, ritos, celebraciones y caminos éticos y espirituales. Su función primordial es crear y ofrecer las condiciones necesarias para permitir a todas las personas y comunidades sumergirse en la realidad divina y alcanzar una experiencia personal del Espíritu Creador. Lamentablemente muchas de ellas han enfermado de fundamentalismo y doctrinalismo que dificultan la experiencia espiritual.
Esta experiencia, precisamente por ser experiencia y no doctrina, irradia serenidad y profunda paz, acompañada de ausencia de miedo. Nos sentimos amados, abrazados y acogidos en el Seno Divino. Lo que nos sucede, nos sucede en su amor. La misma muerte no nos da miedo, la asumimos como parte de la vida y como el gran momento alquímico de transformación que nos permite estar verdaderamente en el Todo, en el corazón de Dios. Necesitamos pasar por la muerte para vivir más y mejor.
Leonardo Boff

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